Reeditada después de un cuarto de siglo la poesía completa de Jaime Gil de Biedma

Miguel Lorenci MADRID

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04 jun 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

Aspiró a «vivir como un noble arruinado entre la ruinas de [su] inteligencia». Pero Jaime Gil de Biedma (Barcelona 1929-1990) murió consumido por la enfermedad, con la inteligencia bien afilada y sin dejar de incomodar con una obra tan intensa como sucinta. «Fue uno de los más grandes poetas españoles del último medio siglo, dueño de una poderosísima inteligencia que lo convirtió en alguien siempre incómodo», dice hoy su colega de generación José Manuel Caballero Bonald. El poeta y narrador jerezano ha apadrinado estos días una encomiable reedición de la obra competa de Gil de Biedma, Las personas del verbo , que limpia las erratas que arrastraba su primera edición, de 1975. Aparece en el sello Galaxia Gutenberg Círculo de Lectores. Una obra tan concentrada como exigua que, según Caballero Bonald, ha sido «enrarecida y frivolizada» por la azarosa vida del autor. Se trata de tres títulos que, junto a un prólogo «inmejorable» de James Valender, caben en algo más de doscientas páginas. Son los poemarios Compañero de viaje (1959), Moralidades (1966) y Poemas póstumos (1968), a los que se suma Según sentencia del tiempo y un apéndice con los Versos a Carlos Barral , seis poemas dedicados a su amigo y que Gil de Biedma olvidó incluir en la primera edición de la obra. Caballero Bonald, miembro de la generación del 50, en la que brilló el autor catalán, elogia la pujanza de su obra y la vigorosa y puntillosa inteligencia del poeta. Reconoce, no obstante, que la vida exagerada de Gil de Biedma y esa inteligencia fuera de lo común se volvieron contra él. «La experiencia de su vida se convirtió en protagonista de su poesía, una vida con doble perfil: alto ejecutivo y dotadísimo intelectual, entregado a los excesos, el alcohol, y los fugaces amores homosexuales», enumera su mentor. Una vida que contrasta con la exquisita formación de alguien que estudió Derecho, se especializó en Economía en Oxford y hablaba a la perfección inglés y francés. «Se ha distorsionado esta parte de su vida y se hace necesario matizar», propone Caballero Bonald, quien lamenta que «se haya frivolizado su personalidad. Su poesía sigue siendo incómoda; se asocia a un ser desobediente e insumiso, aunque esto sea un aspecto totalmente marginal».