«Mi estancia en Galicia fue un descubrimiento mítico»

Enrique Clemente Navarro
Enrique Clemente LA VOZ | MADRID

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BENITO ORDÓÑEZ

Tras recibir el Premio Príncipe de Asturias, la autora brasileña de origen gallego presenta «Voces del desierto», una hermosa relectura de «Las mil y una noches»

24 oct 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

Nélida Piñon (Río de Janeiro, 1937) acaba de recibir el Premio Príncipe de Asturias en Oviedo y ayer presentó en Madrid su última novela, Voces del desierto (Alfaguara), una sugerente, brillante y luminosa relectura de Las mil y una noches, que reivindica el arte de fabular. La primera mujer que presidió una Academia en todo el mundo (la brasileña de las Letras) y una de las más grandes escritoras en lengua portuguesa, Piñon es extravertida, rebosa cordialidad y embelesa tanto con su voz como con su escritura. «La gramática de la imaginación es inagotable y puede ser una gran cómplice para enterdernos», afirma. «Narrar es la gran aventura humana», añade. La autora de La República de los sueños siempre ha resaltado la profunda huella que Galicia ha dejado en su vida y su obra. «Aprendí, niña aún, cierto día lluvioso de noviembre en el puerto de Vigo, a amar a España, patria de mi génesis», dijo en su dicurso en Oviedo. -¿Cuáles son sus raíces gallegas? -Mis cuatro abuelos eran gallegos. Mi padre también, pero mi madre ya nació en Brasil. Mi familia era de Cotobade. -Usted vivió durante un tiempo en Galicia. -Estuve casi dos años, de los 10 a los 12 años. Nos fuimos en plan de diversión para que yo pudiera conocer las tierras de mi familia y fue un periodo de inmensa felicidad para mí, un descubrimiento mítico y simbólico. Convivi íntimamente con la naturaleza, me quedaba tardes enteras en el monte, solita. Aún me impresiona la libertad que me dieron mis padres entonces, creo que se dieron cuenta de que ni ellos podían ejercer la autoridad para demoler esa construcción verbal, imaginativa y simbólica que se estaba operando en mi persona en aquel periodo. Fue algo extraordinario. -¿Cómo le influyó esa estancia en Galicia? -Imagínese a una niña tan sensible, tan curiosa como era yo cuando llegué aquí con 10 años y se encontró con una cultura arcaica, rústica, y a la vez refinada. -¿Qué autores gallegos le gustan más? -Cunqueiro, Torrente Ballester, Camilo José Cela. Rosalía de Castro es un ejemplo redondo de grandeza mística, trascendente. -¿Por qué esta revisión de «Las mil y una noches»? -Tenía un deseo profundo de hacer una novela que pudiera novelar la propia imaginación, el propio arte de fabular. Usted puede decirme que toda novela es una fabulación, pero en esta novela se puede ver cómo se fabula, cómo la imaginación impregna la vida y la biografía de cada cual. Mi propósito era mostrar ese arte colectivo, elocuente, al servicio de todos que es la narrativa. Tenía una gran dificultad, porque no quería un texto contemporáneo, sino una fabulación cercana a la oralidad, que fuera un homenaje a la gente que cuenta sin pretensiones artísticas. -Y eligió como escenario Bagdad, con todo lo que eso significa en estos momentos, tras la guerra de Irak. -Fue una casualidad, porque cuando la invasión de Irak, mi novela ya estaba lista. Pude haber escogido Grecia, pero era demasiado racional. Por ello, elegí Oriente Medio, el sitio donde se desarrolló el mayor éxito de la imaginación, la invención del monoteísmo, del Dios único. Era el lugar donde tuvo lugar la más fascinante quiebra del paradigma de los dioses palpables, visibles, para pasar al Dios que nadie podía mirar. Me parecía que era el sitio del milagro del verbo, de las parábolas, de las epifanías verbales. -Pero su reivindicación de Oriente cobra un valor añadido en esta situación. -Sí, pero no ha sido algo deliberado, oportunista. Mi novela es una apología de Oriente, que reconoce su importancia extraordinaria, su construcción artística y la gran dignidad islámica. -¿Qué siente cuando la llaman la nueva Scherezade? -Lo tomo como un cumplido, pero creo que todos somos Scherezade. Todos necesitamos tener una historia que contar. -El sexo está muy presente en su novela. -Es un sexo muy descarnado, pero hay refinamiento. Hay un momento en que Scherezade se da cuenta de que el sexo no tiene moral, y es que no la tiene, que es irrefrenable, se sobrepone a todo. El cuerpo es un arsenal de guerras. Yo tengo una novela que se llama Casa de pasión, que mucha gente cree que es uno de los textos más fuertes en lengua portuguesa.