Los diarios de Pizarnik revelan la zozobra de la poetisa suicida

Carmen Sigüenza MADRID

TELEVISIÓN

18 ene 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

Alejandra Pizarnik escribe en uno de sus versos «Correr no sé dónde aquí o allá», unas palabras que encierran todo el pulso vital de esta escritora argentina, que desde que se suicidara en 1972 pasó a formar parte de la lista de autores de culto. Ahora, con la aparición de sus diarios se puede comprobar la zozobra que siempre la persiguió. Considerada como una de las mejores poetisas latinoamericanas de los años 60, Alejandra Pizarnik se suicidó a los 36 años con una sobredosis de barbituricos, aunque ya antes lo había intentado en varias ocasiones, unos hechos que también quedan reflejados en estos diarios que ahora publica en España la editorial Lumen. Y unas páginas en las que la escritora deja testimonio de su difícil relación con su familia judía recién emigrada, sus odios y pasiones con el castellano, sus temores, «las angustias, los anhelos, las invisibilidades» de su esfera personal y su velado itinerario sexual. Quinientas páginas con veinte cuadernos manuscritos, seis legajos de hojas mecanografiadas y varias hojas sueltas con correcciones hechas a mano, escritos por Pizarnik entre 1954 y 1972 y ahora editados por Ana Becciu, máxima especialista en la escritora argentina y también poetisa. En ellos, se recoge la estancia en París de la autora, entre los años 1961 y 1964, y que, según Becciu, son importantísimos porque revelan «su método de escritura y las intenciones predominantemente literarias de Alejandra como diarista». También la editora hace hincapié en que en este periodo la poeta refleja su amistad con figuras de la literatura tan relevantes como Julio Cortázar, Octavio Paz o Italo Calvino. Alejandra Pizarnik, que se encuentra entre las escritoras más importantes del siglo XX, además de una prolífica poetisa fue una excelsa prosista y, desde muy joven, una devoradora de diarios de otros escritores, como recuerda Becciu, «muy especialmente los de Katherine Mansfield, Virginia Woolf y Franz Kafka». «En Pizarnik, la idea de escribir un diario como un relato de vida está prácticamente ausente. A partir de 1955 el diario es el lugar de trabajo y aprendizaje por excelencia. Le sirve para aprender a escribir y crearse los medios literarios para su 'devenir' lenguaje», dice en el prólogo Becciu. De esto tratan su diarios, de la preocupación por buscar un alfabeto literario y de su vida: el amor y el sexo, o la angustia de tener que elegir. «Mi sexo gime. Lo mando al diablo. Insiste. ¡Que molesto es! ¡Cómo lo odio! Sexo. Todo cae ante él. Fumo para ver si se calma», escribe Pizarnik en uno de sus diarios, por los que no aparecen nombres, sino sólo las iniciales, en un intento de velar la identidad del amado o amada. Obsesiones de una escritora que descendió al infierno de las palabras, al que fue fiel pagando con su propia vida.