Carlos Oroza, el último poeta ácrata y bohemio, termina un nuevo poemario

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El autor de Viveiro recibe elogios de Umbral y de «El loco de la colina» Al último recital del autor de «Cabalum», celebrado en Vigo, asistieron medio millar de personas

16 feb 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

Carlos Oroza, ácrata y poeta, pasea por Vigo como un símbolo andante de eso bautizado en su día como contracultura. «¡Qué extraños seres esos que son normales!», reflexiona en voz alta. Oroza se asentó en Vigo hace un par de décadas, después de descubrir la luz de la ciudad y decidir incluirla en su permanente éxodo vital. Carlos Oroza acaba de terminar un nuevo poemario que llevará por título Que me manden las aves y, aunque desconoce todavía quién será el editor del libro, no duda un segundo de su próxima publicación. Hace un tiempo, Oroza aparecía entre los ocho últimos escritores bohemios de España, calificativo que en su opinión «es pura literatura». Jesús Quintero, El loco de la colina , leía en sus programas de radio versos de Oroza («que crezca el trigo en las fronteras») y Umbral, además de dedicarle algún artículo elogioso, le presentó en Madrid, hace ahora dos años, su último libro, una antología que lleva por título En el norte hay un mar que es más alto que el cielo (Tambo). Nacido en Viveiro hace «unos setenta años», Oroza es un amante de la oralidad, de «la sonoridad de las palabras», apunta, mientras el movimiento de sus dedos dibuja una concha imaginaria al lado de su boca que parece hacer eco a lo que está contando. Xosé Luis Franco Grande, amigo y compañero de café, sostiene que Oroza es ante todo un gran recitador y prueba de ello apunta que en uno de sus últimos recitales en Vigo había más de quinientas personas. Oroza sostiene, con la expresiva vivacidad de sus ojos, que veía aflorar los sentimientos de cada asistente y de nuevo sus manos vuelan alrededor de sus palabras haciendo el gesto de extraer algo del interior de un hipotético espectador. Oroza exulta con Lisboa, una ciudad que «me robó el alma, y eso que venía de Buenos Aires». Se va a las calles de Lisboa, a su admiración por el Sostiene Pereira , de Tabucci, y a los cafés al lado de la escultura de Pessoa, un poeta cuyos versos «son tan intensos que sobresale del poema». Franco Grande comparte, además de café y conversación, la simpatía por Portugal. Desde la mesa de al lado llega una caricatura. Es Xaime Isla, un galeguista histórico que ha dedicado unos minutos a plasmar el enjuto rostro del poeta en una libreta. Oroza agradece, elegante, sonriente, el detalle, lo mismo que hará más tarde cuando un camarero le ofrezca media docena de posibles postres: «Es usted muy generoso; muchas gracias por todo esto. Voy a tomar...».