La venganza de Whitney Houston

Pablo Carballo
Pablo Carballo REDACCIÓN

TELEVISIÓN

IDA MAE ASTUTE

La intérprete critica a quienes hablan de su adicción a las drogas, aunque ella admite haberlas consumido. Algunas emisoras vetan sus últimos temas.

12 dic 2002 . Actualizado a las 06:00 h.

El 14 de noviembre, cuando actuó en Barcelona durante la entrega de premios MTV, Whitney Houston evidenció que no es la misma de sus tiempos de esplendor. Está extremadamente delgada, y su rostro parece más castigado de lo que impone el paso del tiempo. Hace unos días, la cadena ABC la sometió a una entrevista en la que se mostró nerviosa y dubitativa, con gesto cansado y ojos vidriosos. Pero el cambio alcanza más allá de su piel. Aquella noche cantó el primer sencillo de su nuevo disco, en el que, bajo el título Watchulookinat (versión jerga de ¿Qué estáis mirando?), salda un puñado de deudas con un estilo inaudito en ella, por agresivo: «Intentáis arruinarme; difamáis mi nombre para sacar provecho; os metéis conmigo y con mi hombre, pero no penséis que me preocupa, vuestras mentiras no me interesan...». ¿Qué ha pasado entre la Whitney de las baladas empalagosas y esta otra, resentida y desafiante? ¿Y entre la belleza que seducía a su guardaespaldas cinematográfico y el gesto tenso y cansado de ahora? Hay carreras artísticas destinadas a recorrer todos los excesos del éxito. Tal parece el caso de la diva negra del soul pop. En los últimos años, la cantante se ha convertido en una de las piezas favoritas de la rumorología estadounidense: se le ha atribuido adicción al alcohol y las drogas; se ha dicho que es homosexual y que su marido la maltrata... Lo primero lo reconoció en la mencionada entrevista: «A veces unas drogas, a veces otras...». Pero no admite que la tachen de yonqui: «Mi única adicción es el sexo. Mi trabajo consiste en eso: sexo, drogas y rock and roll». Hace dos años, Whitney Houston fue sorprendida con una pequeña bolsa de marihuana en el aeropuerto de Hawai. Aquello dio patente de corso a la prensa moralista para verter acusaciones de todo tipo. La relación de los medios con Houston terminó por romper cuando, tras abandonar un concierto, varias emisoras de radio afirmaron que había muerto. Lo peor es que, cuando no era ella la involucrada en situaciones turbias, le caían encima las andanzas de su marido, el también cantante Bobby Brown. Las relaciones de Brown con la Justicia dan para un serial. Y aquí salimos del terreno del rumor y volvemos al de los hechos: en 1996, un accidente en su Porsche le costó al marido de la Houston, además de cuatro costillas rotas, una condena por conducir ebrio y por encima del límite de velocidad. Un análisis demostró que también había consumido cocaína. Dos años después, cuando iba a pasar cinco días a la sombra se presentó en la cárcel cargado de alcohol y marihuana. En el 2000 fue condenado otra vez (75 días de cárcel) por incumplir su libertad condicional. Y mientras, su carrera como cantante tampoco está para tirar cohetes. Del último disco se vendieron 57.000 copias. Cada noticia sobre Bobby Brown zarandea la imagen de Whitney Houston. Pero ella aguanta y hace un par de semanas aparecía su foto en la prensa, acompañando a Brown frente a un tribunal. Y eso, a pesar de los cotilleos sobre la relación entre ambos: que si Bobby pega a Whitney, que si le es infiel, que si el matrimonio va a pique... El triste panorama se completa con los recientes problemas de Dionne Warnick, prima y confidente de la Houston, arrestada por llevar once cigarrillos de marihuana. Esas cosas, en EE.UU. , no se perdonan. La otra cara de esta historia es la de la Whitney Houston triunfadora. La de «la mujer de la garganta de seda», cuyos registros vocales alcanzan cinco octavas. La de la primera cantante pop que vendió diez millones de copias de sus dos primeros discos. La de la actriz que arrasó en taquilla (aunque la crítica la dejó como un guiñapo) con El guardaespaldas, Esperando un respiro y La mujer del predicador, cuyas bandas sonoras se vendieron como churros. La de la artista que, en 2000, firmó un contrato para hacer seis discos y dos recopilatorios por 113 millones de euros... Total, que ahora vuelve la Houston, despechada. El título del nuevo disco, por cierto, recupera el derroche de imaginación de los primeros: después de Whitney y Whitney Houston , lanza Just Whitney . Y en él, por lo que se ve, ha decidido acometer la venganza que mascaba desde hace tiempo, dirigirse a la prensa para pedirle (¿ordenarle?) que no se meta en su vida. Y algunas cadenas de radio han reaccionado prohibiendo la emisión de sus canciones. «Dios es la razón por la que mi alma es libre, y no necesito que me miréis», canta Whitney. Pero se sube al escenario y es inevitable mirarla, y surge la extraña sensación de que ya no es la misma que era.