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Jugando a ser Dios

David Bonilla

OCIO@

Hugo Tobio

¿Renunciarías a tu libertad a cambio de proteger a tus seres queridos? Respondas lo que respondas, ya has empezado a hacerlo

14 jul 2021 . Actualizado a las 08:36 h.

Un tipo de Wisconsin o una señora en Dublín podrían estar leyendo este correo en este mismo momento, aunque yo te lo haya mandado a ti, no a ellos. Siempre han podido hacerlo, pero ahora es legal que lo hagan. 

El pasado martes 6 de julio, los miembros del Parlamento Europeo decidieron -por 537 votos a favor, 24 abstenciones y 133 en contra- abolir parcialmente y de forma temporal la directiva 2002/58/CE, también llamada ePrivacy o Ley de Cookies, para permitir que los proveedores de servicios en Internet analicen todas nuestras comunicaciones electrónicas. Mails, vídeos, chats. Todas. 

La justificación no podría ser mejor: luchar contra la pornografía infantil. Sin embargo, la medida propuesta para hacerlo choca frontalmente con derechos fundamentales que definen la esencia misma de la Unión Europea -como el respeto a la vida privada y a nuestras comunicaciones; o la propia libertad de pensamiento y expresión- y pone en peligro el modelo de Sociedad que hemos construido. Su alcance llega a tener connotaciones políticas, éticas, filosóficas y… hasta religiosas. 

Al fin y al cabo, el debate sobre si debería usarse o no un poder absoluto por el simple hecho de tenerlo es algo que lleva tratando la propia teología desde hace siglos. Si Dios es omnipotente y omnisciente, ¿por qué permite que los seres humanos hagan el mal y lo sufran? La mayoría de teólogos concluyen que Dios permite el libre albedrío porque si no, nos despojaría de nuestra propia humanidad. Algunos filósofos creen que es ese libre albedrío lo que nos permite tener alma. 

Sin embargo, algunos políticos parecen querer jugar a ser Dios, intentando alcanzar la omnisciencia para protegernos de nosotros mismos. Un «milagro» que nadie les ha pedido.

El 72 % de los europeos está en contra de la vigilancia masiva e indiscriminada de sus comunicaciones personales para luchar contra la pornografía infantil u otros delitos. Pero eso no parece detener a nuestros legisladores que, en su progresiva deriva hacia la infantilización de los votantes, están cada vez más cerca del despotismo ilustrado que las democracias representativas que dicen defender. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo. No debería sorprenderles que los ciudadanos sientan cada vez más desapego hacia las instituciones y políticos que les gobiernan.

 Tampoco despejan las principales dudas que suscita la medida. Un poder tan inmenso será gestionado en primera instancia por compañías privadas y, en caso de que detecten un potencial caso de pornografía infantil, enviarán nuestras conversaciones, fotos y vídeos a «las autoridades norteamericanas» -sea lo que sea eso- y a los cuerpos de seguridad del Estado donde residamos. Pero, como ya planteaba la filosofía platónica y Alan Moore, Quis custodiet ipsos custodes? o Who watches the watchmen? 

¿Quién vigilará a los vigilantes? Las democracias modernas intentan resolver este dilema con la separación de poderes. Por eso, hasta ahora, para poder interceptar tus comunicaciones, la Policía tenía que tener una autorización judicial previa. Hasta ahora. 

 Nuestros políticos nos enfrentan a una falsa dicotomía. No tenemos por qué elegir entre nuestra privacidad y la seguridad de nuestros niños. Debemos exigir la protección de ambas. Sin embargo, esta medida no garantiza ninguna. Según la Policía Federal Suiza, el 86 % de los potenciales casos identificados por sistemas de vigilancia masiva son falsos positivos, que sobrecargan de trabajo el departamento. En Alemania, el 40% de las investigaciones criminales sobre pornografía infantil acaban involucrando a menores que no estaban cometiendo ningún delito sino practicando sexting, enviando sus propias fotos a otros menores. 

Pero todo eso dará igual si en otoño se aprueba la legislación que pretende obligar a los proveedores de servicios a monitorizar todas las comunicaciones de sus usuarios, la derogación de la Directiva 2002/58/CE del pasado martes les permite hacerlo, pero no les obliga. 

Se aprobará y no haremos nada por impedirlo, de la misma manera que tampoco hemos hecho nada para impedir cada nueva norma y reglamento que restringía un poco más nuestra libertad y privacidad en Internet. 

No haremos nada porque, en vez de luchar por nuestros derechos, estamos demasiado ocupados manteniendo la fantasía de que el mundo es tan simple como un futbolín, donde solo hay dos tipos de personas: los que piensan exactamente igual que nosotros y «los otros», el enemigo. Más de uno se sorprendería si revisara los resultados de la votación y constatara que los suyos y «los otros» votan exactamente lo mismo. 

Nos quejaremos muy fuerte en Twitter y creeremos cumplir con nuestro deber como ciudadanos por ir a votar cada cuatro años, porque eso es mucho más cómodo que exigir a nuestros políticos que rindan cuentas permanentemente. Mientras, aunque vivamos en pleno siglo XXI, cada vez estamos más cerca de «1984».  

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