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«Tengo que dejar Facebook y Twitter»

álvaro soto MADRID / COLPISA

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SASCHA STEINBACH | Efe

Cada vez más usuarios, como ha ocurrido con Lorenzo Silva, abandonan las redes sociales debido al acoso que sufren o al esfuerzo que supone responder a los seguidores

15 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando alguien tan moderado en como Lorenzo Silva decide dejar Twitter, hastiado de los insultos, de perder el tiempo intentando dialogar con quien no quiere hacerlo y de lidiar con miles de notificaciones, saltan las alarmas. «Empecé a comprender que la herramienta no estaba diseñada para mis fines, sino para los de sus propietarios y que unos y otros habían dejado de ser compatibles», escribió Silva tras abandonar Twitter. Antes que él lo habían hecho, entre otros, Andreu Buenafuente, Alejandro Sanz, Elena Valenciano, Marcos de Quinto, Frank Cuesta, Ed Sheeran, Myles Cyrus, Adele y Alec Baldwin. ¿Qué ha ocurrido para que las redes sociales, que en su momento fueron consideradas como un foro de debate y de expresión de ideas, se hayan convertido en un territorio sin ley?

«Hemos entregado Twitter a los extremistas, ya sean revolucionarios o reaccionarios. Los que no encajan en esos extremos, que son la gran mayoría, están condenados a marcharse», explica el escritor Juan Soto Ivars, autor de Arden las redes, un libro en el que analiza casos de acoso en Internet. Soto Ivars diferencia entre Facebook, donde existe un mayor control, y Twitter, al que califica como «jungla», y pone el foco en «esa droguita» que son las notificaciones, «que producen en el cerebro una sensación de placer». Por esa capacidad adictiva, la mayoría de los directivos de las redes sociales prohíbe a sus hijos que jueguen con tabletas y pasen tiempo en Internet y los educan de un modo bastante analógico. En un discurso ante alumnos de la Universidad de Stanford, el exejecutivo de Facebook Chamath Palihapitiya reveló la magnitud del problema y dijo que las redes sociales «están desgarrando la sociedad». «Ellos saben bien lo que son las redes», resume Soto Ivars, que no tiene WhatsApp y que realiza un ejercicio de desconexión todos los fines de semana.

Los «exconectados»

Hace dos años, el filósofo español Enric Puig llevó este descanso digital hasta el extremo: decidió dejar todas las redes sociales y jubiló su smartphone. «Soy completamente feliz teniendo solo la web 1.0, es decir, Internet y correo electrónico», apunta. Puig escribió el libro La gran adicción y pertenece a un grupo que ya ha sido bautizado como el de los exconectados. «Nos dicen que debemos estar conectados, pero es todo lo contrario. Como todo el mundo está en la vorágine, quien da un paso al lado y vuelve a los métodos tradicionales es el que se diferencia», argumenta Puig

José Luis Orihuela, profesor de Comunicación Multimedia de la Universidad de Navarra, discrepa de la reacción de Silva. «A las redes no las vamos a mejorar marchándonos de ellas, sino luchando por preservarlas como espacios comunes, aportando valor, contribuyendo a extender una cultura de civismo y educando a los usuarios para una comunicación no hostil», destaca. Cree que «la proliferación del discurso del odio y el acoso han puesto definitivamente contra las cuerdas a las redes sociales, que ya no pueden seguir esquivando su responsabilidad editorial». Por eso, Facebook y Twitter se han comprometido a proteger a sus comunidades «del abuso y del odio». Sin embargo, Orihuela no cree en «soluciones sencillas para los problemas complejos en plataformas utilizadas por miles de millones de personas». «Una respuesta adecuada debería contemplar una combinación de mecanismo: políticas de uso restrictivas, controles más efectivos, inteligencia artificial asistiendo a equipos de editores por lenguas, autorregulación de las comunidades, educación temprana en alfabetización digital, verificación de la identidad de los usuarios y aplicación de la legislación».

Elsa Punset, que acaba de publicar Felices, asegura que la clave está en la empatía. «En Internet, las personas agresivas no ven que al otro lado de la pantalla hay un ser humano y les da igual lo que sienta», subraya la filósofa, que opina que en las redes sociales debería aparecer una advertencia, como en las cajetillas de tabaco: «Su capacidad para la empatía puede verse afectada. Consuma este producto con moderación».