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Ventajas de la abstinencia social

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Después de que los gurús digitales convenciesen al mundo de que estar en Facebook, Twitter, Linkedin, Instagram, Google + y demás sucedáneos y redes era más que necesario, empieza a crecer el colectivo de esquiroles que se preguntan, cada vez más a menudo: ¿Qué pasaría si me voy de todas mis redes sociales?

24 abr 2014 . Actualizado a las 12:38 h.

Marginados o demasiado exclusivos para formar parte del rebaño. El panorama actual hace que aquellos que no cuenten con al menos un perfil en alguna de las grandes redes sociales sean considerados cuanto menos bichos raros. Resulta difícil encontrarse con alguien que nunca haya metido la nariz en Facebook o en Twitter, pero ya no tanto con algún usuario desencantado que voluntariamente haya decidido deshacerse de sus múltiples personalidades virtuales. Algo está pasando. Hace un año, cuando los gurús de ese mundo intangible que es Internet empezaron a recoger los frutos sembrados con sus predicaciones, medio planeta contaba con un alter ego en la Red. Y entonces empezaron a aparecer los problemas.

La exposición pública que implica volcar la vida cotidiana y cada pensamiento que venga a la mente en las redes es el principal monstruo de esta nueva dinámica social. Por muchos filtros y niveles de privacidad que levanten un muro alrededor de toda la información que se vierte en este gran agujero negro virtual, lo único que funciona realmente es la autocensura. Los perfiles sociales se han elevado al rango de factor a tener en cuenta en el currículo a la hora de buscar empleo, una suerte de tarjetas de visita electrónica e incluso a plataforma laboral para profesionales de la creatividad o la comunicación.

Pero son también un peligroso escaparate, una ventana permanentemente abierta que hace público cualquier desliz, comentario desafortunado o fotografía embarazosa sentenciando para siempre la reputación -con suerte, solo eso- del usuario. Hay ejemplos de famosos para dar y tomar: David Ferrer intentó vender el Samsung Galaxy 4 tuiteando desde un iPhone, Paula Vázquez hizo público su número de teléfono al subir un parte de tráfico, Cañizares colgó una foto de su mujer desnuda y Alejandro Sanz defendió la inocencia de Marta del Castillo cuando en realidad quería echarle un cable a Marta Domínguez.

PRESTIGIO DEBILITADO

Estas y otras sonadas meteduras de pata solo han debilitado innecesariamente el prestigio de sus artífices. Y aunque no es lo mismo la repercusión de los actos en la Red con miles de seguidores que con cientos, las redes se han convertido para las empresas en un delicado barómetro para calibrar la valía de un potencial nuevo empleado o controlar el rendimiento de sus trabajadores.

Los despechados de las redes sociales defienden que actualmente el factor diferenciador es justamente quedarse fuera, no formar parte de estas plataformas. A esto se suma, aseguran, la cantidad de tiempo y concentración que se gana al no estar constantemente navegando, actualizando y revisando cada cosa que se dice o hace en ese universo alternativo. La tercera pata de esta silla tiene que ver con la distancia con el mundo real. Sumergirse sin mesura en esta telaraña digital mantiene al usuario alejado del suelo, de las relaciones personales y del cara a cara.

DEPENDENCIA

Los datos hablan solos. Según un estudio de ComScore, los españoles invierten al mes una media 26,7 horas en consumo on line, tanto en portales de entretenimiento, de servicios o juegos, como en redes sociales. En concreto, destinan a estas plataformas 6,7 horas mensuales. A esto se suman los resultados de una encuesta elaborada por profesionales de la Universidad de Salford que revela que el 50 % de los usuarios de Facebook o Twitter están convencidos de que estas redes sociales traen más perjuicios que beneficios en sus vidas. Además, la firma Boost Mobile concluye, después de 500 encuestas a internautas de entre 16 y 25 años, que la mitad considera que es un «adicto» a las redes, confesando un 70 % que consulta sus perfiles hasta diez veces por día.