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Desaparecer de Internet es imposible

María Viñas Sanmartín
María Viñas REDACIÓN / LA VOZ

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La página de Facebook se refleja en las pupilas de una mujer frente a su ordenador.
La página de Facebook se refleja en las pupilas de una mujer frente a su ordenador. michael dalder< / span> reuters< / span>

El rastro de las búsquedas, las redes sociales y las compras revela nuestra identidad

20 oct 2013 . Actualizado a las 22:46 h.

Sin ánimo de revelar muchos detalles de su argumento, uno de los seis capítulos de la aclamada serie Black Mirror, ambientada en un futuro inmediato y con los avances tecnológicos como único hilo conductor, pone en escena una escalofriante situación: la posibilidad de reconstruir, tras la muerte de un humano, una personalidad virtual con todas las pistas que a lo largo de su vida ha ido diseminando a través de las redes sociales, perfiles en todo tipo de plataformas digitales y búsquedas en Google. Y dio en la diana.

Además de plantear a los espectadores una profunda reflexión sobre sus hábitos sociales, puso sobre la mesa una realidad: Internet cuenta con un volumen de información sobre sus usuarios mucho mayor de lo que estos creen. Lo sabe casi todo. Ellos se lo han revelado. ¿Cómo? A través de sus continuos comentarios y conversaciones en las redes sociales; de los cientos de fotografías que han publicado en estas plataformas y también de aquellas en las que han sido etiquetados; de lo que buscan en Google, de las aplicaciones que se descargan, de los registros en las tiendas en las que compran online, de lo que visualizan en los canales de vídeos o de la música que escuchan en streaming. Y, una vez que se dan cuenta de la magnitud de su exposición pública, llegan los lamentos. Los cambios en las configuraciones de Facebook. Los esfuerzos por cerrar herméticamente las ventanas de su intimidad. Y así, la aplastante revelación de que una vez han entrado, no resulta nada fácil salir. O, al menos, irse con todo.

En ese espacio tan inmenso que es la Red hay una máxima que conviene tener bien clara: la privacidad completa no existe. Los grandes gurús de las redes predican por el mundo adelante que lo que hay que hacer es gestionar con la mente fría lo que se publica y tener clara la imagen que se va a mostrar, consejos fáciles de seguir para perfiles empresariales, pero que suenan casi a chiste cuando uno se tira de cabeza a bucear por Internet y asfalta una proyección virtual de su personalidad a golpe de ratón, regalándole inocentemente a las pirañas comerciales materia prima rica y fresca; datos personales susceptibles de ser utilizados en el paraíso publicitario que nos espera a la vuelta de la esquina. Anuncios personalizados, promociones individualizadas. Poner frente a los ojos del usuario lo que, casi con total seguridad, está buscando.

Mientras las autoridades ponen coto a opciones o servicios que consideran demasiado intrusivos -en una zona de Alemania se prohibió en el 2011 el uso del botón «Me gusta» de Facebook porque, entendían, daba pie a crear perfiles de gustos y hábitos-, la gente se debate entre contenerse en su entrega a la Red y la retirada radical. La desaparición total de su persona en Internet. Lo que no saben es que, a día de hoy, esfumarse de forma completa -sin dejar rastro anterior- resulta imposible.

La odisea de dejar Facebook

Con paciencia, tiempo y ganas, se pueden desactivar los perfiles de las redes sociales y congelar la actividad en plataformas similares, reduciendo al mínimo los accesos sin invitación a los patrones individuales y teniendo bien claro que hay cosas que siempre seguirán flotando por ahí.

El proceso de dejar Facebook empieza a parecerse a una desintoxicación. El nivel de adicción es elevado, sus usuarios consultan sus perfiles varias veces al día y, lo que es más importante, descuidan a menudo el control de lo que se ve y lo que no. El problema surge cuando el propio usuario no consigue delimitar lo que es suyo y se lo regala a la Red. Mientras Facebook, en su afán por avanzar en esta materia, estudia los datos con fecha de caducidad -tecnologías que permiten que la información publicada se autodestruya en determinado periodo temporal previamente establecido-, los más recelosos se dedican a explorar entre las pestañas de configuración para darse de baja en la plataforma. Para hacerlo un poco menos difícil, estos son los pasos a seguir:

La propia red social explica la diferencia entre desactivar temporalmente un perfil o eliminar definitivamente una cuenta. Con la primera opción, uno puede volver más adelante y recuperar su Facebook tal y como lo había dejado, con sus mismas fotos y mismos amigos. Hasta que decida regresar, su biografía desaparecerá y otras personas no podrán encontrarlo al hacer cualquier búsqueda, a pesar de que es posible que cierta información, como los mensajes o su cara en imágenes subidas por sus contactos, seguirá estando visible. Para esta desaparición temporal será necesario seleccionar «Configuración de la cuenta» en el menú «Cuenta» (icono de la rueda situado en la parte superior derecha de cualquier página de Facebook). A continuación, pinchar en «Seguridad», en la columna de la izquierda. Y ahí, en «Desactivar cuenta».

Si lo que el usuario quiere es cortar por completo su relación con la plataforma, debe solicitarlo a la compañía a través de un formulario. Llegar hasta esta petición es un camino complicado, que atraviesa la sección de ayuda y preguntas frecuentes. Una vez en esta fase, el usuario deberá acceder a la información sobre la gestión de su cuenta, y, aquí, sobre su eliminación, para dar finalmente con el escondido formulario. Antes de perder un socio, la red se encarga de sugerirle que puede descargarse un historial de toda su información. Pero la realidad es que el usuario nunca desaparece del todo de Facebook. Si, por mala suerte, aparece posando en la foto de alguno de sus contactos, en la que incluso llegó a estar etiquetado y a la que aportó algún ingenioso comentario, su fantasma seguirá presente en los mundos de Zuckerberg.

Cómo eliminar perfiles de usuarios fallecidos

Aunque resulte macabro, todavía lo es más que los perfiles de usuarios fallecidos sigan abiertos tras su muerte. La vida física y la virtual no suelen corresponderse, a no ser que un allegado saque fuerzas suficientes para, cuando llegue el momento, borrar su huella en Internet. No es sencillo, pero sí posible y evita incómodas y desagradables situaciones como comentarios de despistados contactos en los muros de usuarios ya fallecidos. El gran problema es desconocer las contraseñas de la otra persona. Así, Facebook exige que, en estos casos, se debe solicitar una cuenta conmemorativa. Para ello, será necesario rellenar un cuestionario indicando el nombre de la persona que ha muerto, su dirección de correo, la de su perfil en Facebook y su relación con el fallecido. La parte delicada llega en el momento aportar una prueba de que la persona en cuestión ha muerto -por ejemplo, una esquela-, necesaria para que la red social no «mate» a alguien vivo. En Twitter también en esto es todo más sencillo. Basta con enviar un correo electrónico a la dirección privacy@twitter.com remitiendo los datos anteriores una copia del certificado de defunción -traducido al inglés mediante un servicio jurado-. En ninguno de los dos casos, el familiar o amigo que lleve a cabo este proceso podrá solicitar el acceso a los mensajes privados del fallecido.