La demanda mundial de alimentos azules, del agua, se ha duplicado desde principios del siglo XXI y probablemente lo hará de nuevo en el 2050. El consumo se determina por un proceso de doble decisión. Los consumidores primero asignan los gastos entre grupos separados (alimentos frente a no alimentos) y luego asignan el gasto dentro de cada grupo (por ejemplo, pescado versus carne). Los alimentos suponen gran parte del presupuesto para los consumidores de bajos ingresos, lo que hace que sus compras de alimentos respondan mejor a los cambios en los precios y los ingresos que las de los consumidores de mayor poder adquisitivo. Por ello, en los hogares de clases pudientes en España el consumo de alimentos azules es más elevado, mientras que en los de menos ingresos es más reducido. A ello es necesario añadir otros factores que explican las diferencias en consumo y los hábitos alimenticios por segmentos de la población, desde el tipo familiar a la edad de los consumidores o la presencia de hijos pequeños en la unidad familiar, entre otros.
El comercio internacional de los productos del mar se duplicó en cantidad y valor entre 1998 y el 2018. Este comercio es fundamental para satisfacer la demanda de pescado en muchas partes del mundo, incluida España. En el 2022 las importaciones aquí alcanzaron 1,78 millones de toneladas, de las que el 25 % eran moluscos. Entendiendo que estos no son solo mejillón o almeja, sino sobre todo cefalópodos (pulpo, calamar o pota y sepia…). Un mundo de pesca y comercio singular desde los tiempos del Galicia, buque factoría gallego, o el Resu-Maru japonés compitiendo en los caladeros de cefalópodos del banco sahariano, en torno a Villa-Cisneros, hoy la Dakhla marroquí, en los años 60 del siglo pasado.
España está entre los diez países que más pescado importa, a pesar de ser también una potencia pesquera. De hecho, dos de los cinco productos agroalimentarios más importados proceden de la pesca: otra vez los moluscos (el mundo del pulpo o el calamar) y los crustáceos (el mundo del langostino).
El consumo medio en el 2023 fue de 18,5 kilos por persona. Que, en el caso de personas de economía alta y media alta, se incrementa hasta los 24 kilos, mientras el resto de la población, de menor economía, no alcanza esos 18,5 kilos de la media, como se evidencia en La alimentación en España de Mercasa. Produciéndose un descenso continuado del volumen de pescado consumido que, si en el 2022 fue un 15 % menos que en el 2021, con respecto al 2009 descendió un 34 %, a pesar del incremento poblacional, 48 millones de habitantes, o precisamente por ello, y las tipologías culturales incorporadas con esa nueva población migrante. Por eso, me malicio que reducir el IVA del pescado estaría lejos de ser una solución para incrementar el consumo, y convendría encontrar mejores respuestas a este profundo cambio cultural, comercial y sociológico. Por más que Galicia, Asturias y País Vasco sigan en cabeza en estos consumos.