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José Antonio Crujeiras, patrón de pesca retirado: «Me impactó la pobreza en Mauritania, tenían muy poco y estaban contentos»

Carlos Peralta
carlos peralta RIBEIRA / LA VOZ

PESCA Y MARISQUEO

CARMELA QUEIJEIRO

Lobo de mar | El marinero de Artes surcó el Atlántico entre Cádiz y África durante más de dos décadas

07 may 2022 . Actualizado a las 16:36 h.

La vida nos plantea una constante toma de decisiones. Las hay de todos los colores: sencillas, complejas e, incluso, trascendentales. Sin saberlo, el marinero José Antonio Crujeiras (Ribeira, 1957) cambió el devenir de su vida en una fiesta.

Era el verano de 1986. No recuerda si sonó Marta tiene un marcapasos de Hombres G o A kind of magic de Queen, éxitos de la época, pero no podrá olvidar una propuesta, a priori sencilla, que definió su trayectoria. «Llevaba tiempo trabajando como engrasador en un barco en Cádiz», rememora, casi cuarenta años después, en el Malecón de Ribeira donde comenzó su andadura en el mar. Un amigo le dijo que empezaría a estudiar a los pocos días en la Escuela Náutica de Vigo y le propuso que él hiciera lo mismo. «Para mí era muy complicado, ya tenía un trabajo, tenía dos hijas, no podía estar parado», recuerda el exnavegante barbanzano, que, en aquel momento, rechazó la invitación. Acabó la noche, hizo la maleta, compró los billetes de un vuelo y puso rumbo al municipio gaditano de Barbate.

José Antonio, al más puro estilo de la película Novia a la fuga, vivió una catarsis nada más entrar en su embarcación. «Llegué al jefe de máquinas y le dije que lo dejaba, que me iba a Vigo», rememora. Tuvo que cruzar la península para tomar una decisión que su mujer, Manuela Casais, veía clara desde la celebración en Corrubedo. «Ella fue fundamental, me insistía en que estudiara, que sería bueno para el futuro», comenta. En dos años, completó su formación. Un labor que requirió de disciplina. Tuvo que acostumbrarse a hincar los codos después de más de una década alejado de los estudios. Le otorgó una dedicación casi exclusiva a su aprendizaje y solo se permitía la tarde dominical para pasar tiempo con sus hijas y su esposa.

El Gran Sol y su maestro inglés

De la ría de Vigo pasó al Gran Sol. Allí vivió, como patrón de costa, su bautismo particular. El responsable de aquella embarcación fue su gran maestro. «John Gulson, nunca le olvidaré, era una extraordinaria persona», apunta José Antonio. Allí aprendió a poner a capa la embarcación y a sobreponerse a los temporales. Tras un año y medio a las órdenes del marinero inglés, le surgió la opción de regresar a Cádiz. En la capital gaditana inició una nueva etapa primero como patrón de costa y, más tarde, como patrón de pesca. Un retorno que se prolongaría más de dos décadas. Se fue como engrasador, el escalafón más bajo de la línea de mando, y se erigió como el máximo responsable del barco. Allí, coordinaba la pesca de merluza con el arte del arrastre principalmente en la costa de Mauritania.

Todavía recuerda con claridad su primer desembarco en el país africano. «Me impactó muchísimo la pobreza, tenían muy poco y estaban contentos», añade. «Me acuerdo de que vi a un niño con una bicicleta que estaba completamente destartalada. Detrás de él había muchísimos niños más que querían subirse», rememora, sobre una primera toma de contacto que mantiene intacta en su retina.

Con el paso de los años, la presencia de tripulantes mauritanos se hizo mayoritaria. «Tuve una relación muy buena con muchos de ellos, me invitaban a comer a sus casas y pude conocer su cultura», apunta. Todavía mantiene el contacto con el cocinero senegalés de su barco. «Le debo una visita», señala.

Después de una larga trayectoria, regresó a Artes, harto del exceso de burocracia de las autoridades mauritanas. En su localidad natal, José Antonio se retiró en el año 2013. De Ribeira a Mauritania pasando por el temible Gran Sol. El adolescente que comenzó su travesía con la pesca de palangre, acumuló centenares de millas náuticas en su hoja de servicios antes de poner pie en tierra. Y todo, por una fiesta en Corrubedo en la que decidió cambiar de rumbo.

«Quiero destacar a todas las mujeres que crían solas a sus hijos»

José Antonio Crujeiras entregó sus mejores años a la pesca. Y lo hizo, además, a miles de kilómetros de su hogar. Una decisión que contó con un peaje muy costoso. «Te pierdes muchas cosas, no ves crecer a tus hijas», lamenta el marinero barbanzano.

No puede evitar emocionarse al mencionar a su esposa. Casados desde los 19 años, en su ausencia tuvo que «hacer de madre y también de padre». «Quiero destacar a todas las mujeres que crían solas a sus hijos y se preocupan de hacerles sentir que, aunque el padre no este físicamente, está con ellos de otra forma», remarca el exnavegante. Su mirada lo dice todo. Transmite agradecimiento y orgullo al mismo tiempo.

No fue fácil vivir más de dos décadas alejado de su familia. Crujeiras encadenaba cuatro o cinco meses sin poder viajar a Galicia por motivos laborales. Su vida estaba literalmente en el barco. Era el patrón de pesca y tenía a su cargo a cerca de 15 miembros de la tripulación. Las expediciones se extendían durante prácticamente un mes y se sucedían, una tras otra, desde el puerto de Cádiz a diversos puntos de las Islas Canarias y la costa de Mauritania.

Una forma de vivir que, según señala desde la zona portuaria de su Ribeira natal, no cuenta «con relevo». Observa que las nuevas generaciones prefieren dedicarse a otros oficios. «No quieren trabajar de esto, es muy sacrificado aunque las condiciones han mejorado mucho», recuerda al comparar los avances con respecto a sus inicios, siendo apenas un adolescente a finales de los 70. Un tiempo en el que tuvo que marcharse, primero al País Vasco y más tarde a Cádiz, para llenar de primeras experiencias y conocimientos su amplio currículo.