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Un viaje a la Guyana francesa con paso previo por el hospital

Basilio Otero PRESIDENTE DE LA FEDERACIÓN NACIONAL DE COFRADÍAS DE PESCADORES

SOMOS MAR

Diario del presidente de las cofradías españolas

02 oct 2024 . Actualizado a las 13:05 h.

Eran ya y siete días sin escribir en el diario. Llegó agosto y todo el mundo quiere descansar (máxime si de lo que se trata es de leer a un servidor); septiembre entró como un huracán y se pasó sin tiempo a otra cosa más que hacer y hacer...

Ha sido un septiembre movido. Agosto ya lo anticipaba, porque en los siete años que llevo como presidente de la Federación Nacional de Cofradías de Pescadores (FNCP) no solía haber convocatoria de ningún tipo y este año tuve que asistir a seis reuniones de trabajo, dos de ellas en Madrid.

Septiembre empezó con encuentros en Madrid con el Ministerio de Transición Ecológica (Miteco) y la Secretaría General de Pesca; la visita a la Cofradía de Burela de las asociaciones de mayores del pueblo (¡que orgullo siento cuando nos vienen a visitar!) Alguno de ellos fue socio de la cofradía. Especial ilusión me hizo una delegación en la que venía Maruja, la mujer de un patrón mayor muy respetado en nuestra cofradía, Benigno Beltrán. Le pedí que se sentara en la silla que su marido había ocupado durante años y ella accedió.

También nos visitó la Casa de la Tercera Edad. Por cierto, ¡qué producción de teselas tienen! Son colaboradores en el mural que estamos haciendo en la cofradía, aunque eso ya lo contaré en otro diario.

Hubo entrevistas con FETRI, la Federación Española de Triatlón, para preparar algo para este mes de octubre; se celebró un Consejo Consultivo de Regiones Ultraperiféricas en la Guyana francesa. Aquí tengo una anécdota curiosa. Creo que soy persona más aprensiva que hay para las agujas y para acudir a la reunión en aquel territorio nos pedían que tuviésemos administrada la vacuna de la fiebre amarilla. Pues bien, hablo con mi médico de familia para saber cómo proceder y, según las instrucciones, llamo a Preventiva del Hospital da Costa y me dan cita para ir a poner la vacuna (¡yo nervioso ya en la llamada!). Llega el día y me presento en el centro hospitalario... Unas fotos del mundo bonitas, muy bonitas... ¡Mentira! Era para despistar mi cerebro... Sale un chico muy amable a preguntar qué necesitaba y le contesto que voy para poner una vacuna. Me dice que espere. Los segundos se me hacen horas... Me llama la doctora, entro y me siento. Me explica todos los riegos, las necesidades y me pregunta desde donde vuelo. Desde París, respondo, a lo que me contesta que Francia no es un país endémico de fiebre amarilla y que, por tanto, no me pueden exigir la vacuna, aunque es recomendable ponérsela. Ya que estoy, me la pondré por precaución. «Además...», dice. ¿Cómo que además? Además... «sería recomendable ponerse la del tifus y la de la hepatitis A», me informa. ¡Pero si vengo por un pinchazo y me está diciendo que tengo que poner tres! ¡Pero si solo tengo dos brazos!».

Ahí no acaba todo. Me dice a continuación: «Como le falta el bazo, sería recomendable que se pusiese la de neumococos. ¡Hala! La del comecocos también. ¡No puede ser. Si vengo por una simple vacuna y voy a salir como el queso gruyer! Estaba a punto del desmayo cuando, sin darme tiempo a reaccionar (y quizá al darse cuenta de que color blanco mortecino), me dice que una se suministra en pastillas; la otra, en seis meses y que solo dos eran inyectables. Automáticamente respondí como los camaleones. Recuperé parte de mi pigmentación normal. La doctora me dijo que esperara fuera de la consulta a que me llamaran y fui intentando disimular lo nervioso que iba. Me senté en la sala de espera... Otra vez aquellas bonitas fotos... ¡Mentira, no me acuerdo de ninguna de ellas! Esperando la intervención banderillil.

Me llama un chico con los brazos tatuados. «A este no le duelen las aguas, no; ¡ya verás cómo me va a poner!», pienso para mí. Yo, que soy como un flan que, si lo tocan mal, se desmorona.

El chaval, muy amable, me sienta en la silla, prepara la documentación... (yo deseando que terminara cuanto antes con mi vida), se acerca a la nevera a recoger todo lo que tenía que ponerme... «Las pastillas requieren conservación en nevera, siempre hay que tomarlas con agua fría...», me informa muy amablemente. «¿En qué brazo la primera?» (No me preguntes ¡hombre! Tu clava, y listo, que la segunda ya me la pones cuando esté en el suelo). Me remango la manga corta (¿para qué? ¡Si ya es corta!)

La aguja entra y sale. No sé dónde, ni cómo... ¡No me he enterado! El chico pasa al otro brazo y hace la misma operación sin enterarme de nuevo. ¡Madre mía, soy Mazinger Z. No me hacen nada las agujas, ja, ja, ja! Al final descubrí que lo que me hace mal es el pensamiento (como en muchas ocasiones y a mucha gente,)y no los hechos.

Quiero agradecer la amabilidad del personal del hospital, que, aunque ven a un hombre sin pelo y con la pigmentación caliza, saben atenderlo y solucionar su problema de miedo escénico.

El resto del mes transcurrió entre videoconferencias varias y reuniones rutinarias.

La mente te lleva a donde quiere y está en tus manos poder decidir el camino.

Comed pescado y marisco, para ser más sanos y más felices.