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La memoria del Prestige: olores, silencios y padrenuestros telefónicos

Rosa Estévez
Rosa Estévez A ILLA / LA VOZ

SOMOS MAR

Martina Miser

A Illa realizó este sábado una reconstrucción colectiva de lo ocurrido en la localidad hace veinte años, cuando una marea negra colocó a Galicia al borde del abismo

20 nov 2022 . Actualizado a las 18:38 h.

La memoria, a veces, duele. Pero hay recuerdos a los que, por más daño que nos hagan, no queremos renunciar. No debemos renunciar. Este sábado, A Illa conjuró el fantasma de los acontecimientos vividos en esta localidad arousana hace veinte años, cuando un petrolero averiado y una nefasta gestión colocaron a la ría de Arousa ante el abismo de una gran marea negra. Una de esas que, hasta entonces, nunca se habían logrado parar en el mar. El documental Carcamáns, de Marcos Nine, fue utilizado como catalizador para despertar los recuerdos del público, recuerdos que luego pudieron ser compartidos con los demás asistentes al acto. En el patio de butacas -buenas noticias- había rapazada que tuvo la ocasión de ver la gran gesta protagonizada por el pueblo de A Illa (todas las localidades arousanas tuvieron sus propios héroes) en aquel frío final del 2002, cuando muchos de ellos y de ellas aún no habían nacido. 

Han pasado veinte años, y se nota en las imágenes del documental de Nine, que tienen esa pátina que solo imprime el tiempo. En ellas, los contenedores amarillos cargados de fuel que volaban sobre las cabezas en O Xufre se nos antojan más amarillos. Y el chapapote más negro, más oscuro más pegajoso. «Eu, foi empezar a ver as imaxes e veume o cheiro... Aquel cheiro metálico», dijo una mujer sentada en las últimas filas. Aquel olor impregna la memoria de muchos. Otros recuerdan los silencios, los densos silencios que se formaban cuando el miedo, la desesperación y el enfado se agarraban a las gargantas, nos robaban las palabras y anegaban los ojos de lágrimas. 

Martina Miser

Hubo muchos de esos silencios en aquellos meses de 2002, cuando la ría de Arousa afrontó la fenomenal amenaza que suponían las manchas de chapapote que se acercaban a la boca de la ría. Manuel Vázquez,que entonces era alcalde de A Illa, acababa de escuchar en el Parlamento una llamada a la tranquilidad de la Xunta de Galicia. Otra llamada lo obligó a afrontar la cruda realidad: a través del teléfono,desde la boca de la ría le advertían de que el fuel estaba llamando a la puerta. Nito Dios era uno de los tres hombres que viajaban en una de las lanchas que avistaron el peligro y dieron la voz de alarma. Quizás en otros lugares, la amenaza se habría acogido con resignación. En Arousa no. «Moitas veces me teñen preguntado como se organizou todo aquilo, pero o certo é que non se organizou. A xente da Arousa foise poñendo no sitio no que pensaba que tiña que estar, e funcionou», señalaba Nito Dios.

A Manuel Vázquez le tocó estar en tierra, gestionando por teléfono todo el material que iban pidiendo quienes se habían lanzado al mar en un impulso de pura supervivencia. «Eu quería embarcarme e saír tamén, pero dixéronme que non. Que quedara en terra e que conseguira colectores do lixo». Los primeros que llegaron a O Xufre tenían ruedas, y poco después de embarcarlos «vimos que así non valían, había que quitarllas». Y es que las herramientas de defensa tuvieron que diseñarse sobre la marcha. «Primeiro a xente collía o fuel coas mans, logo con palas. Pero as palas non valían, collían moita auga e pesaban moito. Así que os ferreiros déronlle voltas e acabaron facendo aquela especie de espumaderas xigantes», recordaba Vázquez.

Desde el patio de butacas se alza la voz de una mujer. Era mariscadora cuando se produjo la crisis. «Eu estaba de baixa, pero quería axudar. Así que fun onda Don Ramón [el médico de A Illa] e pregunteille que podía facer. E díxome 'vaite para o peirao a limpar aos que chegan do mar'». Allá se fue, armada primero con aguarrás y después con aceite. «Viñan perdidiños», señalaba, y recordaba como a muchos había que cortarles la ropa para poder quitársela, de lo llena de chapapote que estaba. «A un rapaz ata tiven que lle limpar as cachas», recuerda la mujer, y su forma de relatar lo vivido hace sonreír al respetable: cuántas locuras, ahora lo sabemos, se cometieron en aquellos días desquiciados. «Eu quería saber de onde saíu o tema de tomar leite», preguntó la concejala de Medio Ambiente, Gabriele von Hundelshausen, organizadora de este encuentro de memorias. Contesta una voz de hombre, para explicar que había sido el primer consejo recibido para contrarrestar los efectos de inhalar los efluvios del fuel. «Tomamos leite sen rumbo», señaló. «E logo resulta que non era bo».

Aferrándose a la certeza de que el futuro de la ría estaba en sus manos, la gente del mar arousano trabajó a destajo, desde el alba hasta altas horas de la noche. Manuel Vázquez recuerda la mirada que aquellos días veía en sus vecinos y vecinas. Una mirada que no sabe definir. «Había medo, pero non era unha mirada de medo, porque era tamén unha especie de decisión... Era unha mirada que dicía 'se nos poñemos, facémolo'». Pero hasta los espíritus más animosos comenzaban a agotarse tras varias jornadas de lucha sin cuartel. Víctor Dios fue uno de los arousanos que se convirtieron en símbolo de la fortaleza que permitía doblegar el cansancio a base de determinación, desesperación y enfado. Él protagonizó un enfrentamiento con Torres Colomer en Ribeira, donde lo increpó y le arrojó ropas enchoupadas en fuel. «Volvín coincidir con el nun debate no que eu entraba por teléfono. Dixo que, tendo en conta a tensión do momento, entendía o que pasara e que me perdoaba. Que que?, contesteille eu. Ti non tes nada que me perdoar, somos nós os que te temos que perdoar a ti», recordaba Dios, sentando entre el público del auditorio de A Illa, a preguntas de otro de los asistentes al acto.

La batalla se alargaba. Si se prolongaba mucho más, el agotamiento acabaría por vencer a la flota arousana. «Tiña que cambiar o vento, empezar a soplar o vento do Norte para que afastase a mancha da ría», recuerda Manuel Vázquez. Pero en invierno, hacía falta un milagro. Y se produjo. El viento comenzó a soplar de Norte y la mancha comenzó a alejarse de la boca de Arousa. «Se non é polo cambio de tempo, énchesenos a ría de chapapote», decía uno de los Carcamáns de Marcos Nine. Claro que, lo que fue una suerte para la ría más productiva del mundo, «tivo que pagalo outra xente», según recordaba, también desde la pantalla, el ex patrón mayor, Ventura Rivas.

Martina Miser

Quién sabe si aquel cambio de viento tuvo, en realidad, algo de milagroso. Manuel Vázquez desveló que en aquellos confusos días, un sacerdote de Santiago llamaba todos los días al Concello de A Illa, donde era atendido por un funcionario de talante conciliador y tranquilo, que se encargaba de transmitirle la información del día y de escuchar el padrenuestro que el cura se empeñaba en recitar desde Compostela. Tal y como estaban las cosas, había que buscar aliados hasta en el cielo: aquí en la tierra había lo que había.

Y lo que no había eran más medios que los que ayuntamientos, cofradías, mejilloneros y hasta particulares podían aportar. Y todo el mundo quería echar una mano: el Segundo Breogán, un barco de batea recién salido del astillero, de un blanco impoluto, se convirtió en una especie de hospital flotante. A bordo, el médico Don Ramón y el enfermero Quinso atendían a quienes pudiesen necesitar su ayuda. A quienes, en esos momentos, estaban salvando a la ría de la muerte.