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Samuel Koufie: «Que me den la nacionalidad me pone contento, pero la felicidad me dura segundos, enseguida vienen los recuerdos del barco»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

SOMOS MAR

Samuel Koufie, este martes, 12 de octubre, en el parque Eguren de Marín.
Samuel Koufie, este martes, 12 de octubre, en el parque Eguren de Marín. CAPOTILLO

Samuel Koufie, superviviente del naufragio del Villa de Pitanxo, ya es un ciudadano español. Su ilusión es que esa condición le ayude a ver a su mujer y sus hijos tras dos años lejos de ellos

13 oct 2022 . Actualizado a las 08:58 h.

Día de la Hispanidad. Mientras en Madrid se desfila para celebrar la Fiesta Nacional y las banderas rojigualdas ondean, en Marín hay un hombre, Samuel Koufie, el marinero de Ghana que sobrevivió al naufragio del Villa de Pitanxo y que defiende una versión del accidente que difiere de la del patrón y la armadora, que no se atreve a hacerse una foto con una enseña roja y amarilla para celebrar que, justo el Día de la Hispanidad, él se ha convertido en ciudadano español.

Sí, el Gobierno le ha concedido la nacionalidad, algo con lo que llevaba soñando desde hace más de una década, cuando dejó atrás África y se metió en un barco buscando alguna posibilidad de futuro en España. Y él no se atreve a posar alegremente con la bandera española no porque no esté contento del paso dado. Ni porque no lo celebre. Lo que le pasa a Samuel es una cosa bien distinta. Dice quienes le quieren y le tratan a diario que vive «sintiéndose culpable de cada rayito de felicidad que le toca»

Tal y como delatan los ojos vidriosos, desde el 15 de febrero, cuando el Villa de Pitanxo se hundió, Samuel tiene una vida donde las alegrías siempre se acompañan de un poso de tristeza: «Que me den la nacionalidad me pone contento, pero a mí la felicidad me dura segundos, enseguida vienen los recuerdos del barco», sostiene este marinero ahora en tierra. «Faltan mis compañeros, que para mí eran también mi familia», asegura, mientras acaricia con la mano la bandera española y esboza una media sonrisa que de forma fulminante da paso a un gesto de pesadumbre. «Estoy triste y feliz a la vez», enfatiza.  

La cita con Koufie es al mediodía en un parque de Marín. Llega acompañado del pastor de la iglesia evangélica a la que pertenece y en la que acaba de asistir a un culto. Cuenta entonces que, tras el naufragio, el propio Gobierno le invitó a que solicitase la nacionalidad española. Él, tras entrar a España como polizón, había logrado regularizar su situación, después de mucha espera y lucha, en el año 2017. Pero su estancia en España siempre estaba a expensas de ir renovando la residencia conseguida. Aunque hizo esos trámites de la nacionalidad, pensó que, una vez más, los papeles irían para largo. El martes por la noche, le preguntó al pastor de su iglesia por ellos: «Le molesté con este asunto porque empezaba a estar inquieto y me dijo que lo miraría». La sorpresa llegó a las pocas horas, el 12 de octubre, en forma de notificación en el Boletín Oficial del Estado. Le habían dado la nacionalidad atendiendo a las circunstancias excepcionales que concurren en su persona. 

Fue el pastor y su familia adoptiva en Marín (a los que llama mamá, papá y hermanos) los que se lo comunicaron. Dice Samuel que respiró tranquilo al saber que su nacionalidad ya está escrita sobre el papel y con la firma de la ministra de Justicia encima. Y que para él lo más importante de ese trámite es que abre la puerta de un futuro mejor a su familia: «Quiero que vengan a España e ir yo a verles». Luego, recuerda la dura historia personal que tiene detrás. 

Explica que está casado con Emilia y que tiene cinco hijos. Todos viven en Ghana. Dice que les prometió que, si le iban bien las cosas con su trabajo en el mar, «iría a verlos todos los años». Pero, primero por el covid y después por el naufragio, este mes de octubre se cumplirán dos años desde que no abraza a los suyos, dado que todavía no salió de España tras el siniestro por estar de baja médica y pendiente de la investigación puesta en marcha. Lo siente en el alma por todos, pero especialmente por dos de sus hijos, el mayor y el pequeño: «Tengo uno de 19 años al que no veo desde que tenía seis. No sabía en qué lugar estaba y ya he logrado averiguarlo y ahora sé en qué sitio se encuentra, pero todavía no lo vi. Y el niño más pequeño que tengo, Jonathan, aún no lo conozco en persona, solo lo vi por las fotografías del móvil». 

Habla así y sus ojos continúan humedeciéndose. Mira a su alrededor, a los columpios del parque Eguren de Marín, y dice que le gustaría que un día fuesen sus hijos los que se subiesen a ellos. Luego, encamina sus pies de vuelta a casa, donde señala que vive «días buenos y días muy malos». Puede que le toque doble celebración. Porque el destino quiso que justo le diesen la nacionalidad al día siguiente del cumpleaños de otro Samuel, su padre adoptivo en Marín. «Es un regalo para papá», le dijo Samuel a los suyos nada más enterarse de la coincidencia.