El salto de las islas Cíes: del chapapote a ser uno de los mejores destinos del mundo

El 2 de julio del 2002 nacía el Parque Nacional das Illas Atlánticas, el primero de Galicia y único hasta la fecha. A partir de aquel momento, los archipiélagos de Cíes, Ons, Sálvora y Cortegada obtenían la máxima protección medioambiental. Para salvaguardar la riqueza ecológica del entorno se establecieron multas que alcanzaban hasta 300.000 euros, al tiempo que se limitaban las visitas a 2.200 personas diarias. «La declaración traerá riqueza a todas las Rías Baixas si se mantienen los valores naturales de las islas atlánticas», escribía entonces en La Voz de Galicia Estanislao Fernández de la Cigoña, naturalista y uno de los grandes defensores del equilibrio natural en las Cíes.

Ese mismo año se conformó el patronato rector del que era el decimotercer parque nacional de España, una circunstancia que los supersticiosos relacionaron con el desastre que iba a afrontar apenas unos meses después. El hundimiento del Prestige lanzó una marea de chapapote contra las islas que provocó otra marea, en este caso blanca y formada por voluntarios, para tratar de frenar aquella catástrofe.

Poco a poco la capacidad regeneradora del mar facilitó una paulatina vuelta a la normalidad. Hasta tal punto que, en el 2007, el diario británico The Guardian elegía Rodas como la mejor playa del mundo, una noticia que ayudó a difundir la existencia de las Cíes. A lo largo de los siguientes años, el nombre de las islas viguesas apareció en numerosas publicaciones internacionales, resaltando las virtudes de sus paisajes y la pureza de sus aguas.

Otro de los hitos acontecidos a lo largo de estos veinte años en la joya del parque nacional fue la voladura del monolito dedicado a Francisco Franco, que el propio dictador había inaugurado en 1961, al amparo de la Ley de Memoria Histórica. El mamotreto requirió dos dosis de dinamita. Coincidió la eliminación de aquel adefesio paisajístico con el traspaso de la gestión del parque a manos de la Xunta de Galicia. Era el 1 de julio del 2008. Al mes siguiente se extremaría la protección del parque con su inclusión en el convenio Ospar de la Unión Europea, un blindaje ante cualquier actividad humana que pudiese dañar sus recursos. Quedaba entonces garantizado que jamás se volverían a realizar dragas de arena para regenerar playas o que se vetaría la instalación de parques eólicos, entre otras posibles acciones.

Hasta el 2014 solo se podía visitar el parque durante el verano y en Semana Santa. Una propuesta de la naviera Nabia, respaldada por el parque, abrió la posibilidad de acudir a lo largo de todo el año en viajes concertados para un mínimo de diez personas. Se superaba así la idea de un destino de sol y playa para abrirse a las rutas guiadas por personal especializado o la observación de estrellas tras obtener la catalogación de destino turístico Starlight.

Ya en el año 2017 quedó al descubierto que las navieras que realizaban los viajes a las Cíes estaban incumpliendo los cupos de viajeros establecidos años antes. La imagen de la Policía Nacional impidiendo el desembarco de viajeros marcó el inicio de una nueva etapa en la que se pusieron mecanismos reales para el control de las visitas. La rebaja del cupo fue una de las decisiones incluidas en el plan rector de las islas, aprobado a comienzos del 2019, casi un año antes de que la Xunta inscribiese en la sede de la Unesco la candidatura de las islas Cíes-Islas Atlánticas a ser declaradas patrimonio de la humanidad, cuestión que entró en conflicto con el Concello de Vigo, que sigue abogando por una candidatura exclusiva para las Cíes, aunque no llegó a inscribirla oficialmente.

En este 2022 ha llegado otro reconocimiento internacional: The New York Times eligió las Cíes como uno de los 52 mejores destinos del mundo.

  

«La declaración no se comió a nadie. Al revés, ahora es un motivo de orgullo» 

Desde el 2005, José Antonio Fernández-Bouzas está al frente del Parque Nacional das Illas Atlánticas por lo que tiene una visión amplia de lo ocurrido hasta ahora. «El parque solo tiene veinte años de existencia, pero ha ido madurando bien y ya tiene un nombre consolidado», señala, al tiempo que destaca que se han vencido algunos recelos iniciales porque «el parque no se ha comido a nadie, al revés, ahora es un motivo de orgullo». 

Insiste el director que lo más importante es mantener la sostenibilidad, y eso se logra con la regulación porque, según él, asegurará su conservación. «Una parte del sector turístico está interesada en la conservación del parque porque viven de él. Y lo mismo ha ocurrido con los ayuntamientos involucrados ya que «ahora ya lo ven como algo de todos, ya es universal y saben que tenemos que conservarlo para poder disfrutarlo».

Como retos de futuro, José Antonio Fernández-Bouzas señala la potenciación de la investigación y la sensibilización ambiente, pero también asuntos más cotidianos. «Bajar la huella de carbono es un trabajo por hacer, reducir los combustibles fósiles, para lo que en el futuro tendremos que colaborando con entidades que trabajen en el sector del mar para, por ejemplo, mejorar los motores de las embarcaciones y reducir la contaminación». «Algunos de los niños que pasaban por las actividades el parque hace 18 años, ahora han terminado sus carreras y regresan en visitas con sus propios alumnos; eso crea un poso importante para el futuro del parque», concluye

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