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Samuel, sobre el infierno del Villa de Pitanxo: «Estuve cinco horas de pie, agarrado a la balsa para no mojarme. Me acordé porque vi días antes 'El último superviviente'»

Nieves D. Amil
NIeves D. Amil PONTEVEDRA / LA VOZ

SOMOS MAR

El rostro del marinero ghanés reflejaba todo el abatimiento de haber perdido a sus compañeros
El rostro del marinero ghanés reflejaba todo el abatimiento de haber perdido a sus compañeros

Superviviente del naufragio, sacó fuerzas para acercarse al tanatorio de Bueu a abrazar a la familia de Fernando Santomé

23 feb 2022 . Actualizado a las 20:47 h.

Samuel Koufie sacó ayer fuerzas para acercarse a media tarde al tanatorio de Bueu y abrazar a la familia de Fernando Santomé, uno de sus compañeros fallecidos en el Villa de Pitanxo. Quería estar junto a su amigo. El superviviente ghanés no puede olvidar el dolor de la última semana, pero tampoco el de las últimas horas. Cuando José Padín, Eduardo Rial y Samuel pisaron el suelo gallego, la primera imagen que vieron fue sobrecogedora. Los féretros de sus amigos y el silencio de una noche que ponía punto y seguido a un naufragio que tiene las heridas abiertas por un dolor que los desangra.  A Samuel lo estaba esperando Ramona, su madre española, esa mujer en la que pensó cuando el barco naufragaba. «No me hagas llorar que ya no tengo más lágrimas», dijo el marinero ghanés a su familia cuando pudo abrazarla tras una semana de un dolor imposible de describir.

Pese a la dureza de estos días, Samuel recuerda cada detalle, cada movimiento, cada instantánea de la fatídica noche del 15 de febrero. Y es capaz de verbalizar la tragedia, de contar a los suyos qué ocurrió en el Villa de Pitanxo. «No llevaba traje de supervivencia, estaba en vaqueros. Salté a la balsa y durante cinco horas a la deriva vi cómo mis amigos se iban muriendo uno a uno. Solo podía pensar en que yo era el siguiente», explicó Samuel a su familia, mientras da gracias a Dios por seguir con vida, una vida a la que tendrá que volver poco a poco y en el que faltarán muchos de sus amigos. «Pensé que en la otra balsa estaría el resto de la tripulación, pero cuando llegamos al Playa de Menduíña Dos comprobamos que solo estábamos los tres», relata Samuel. Fue en ese momento cuando conocieron una dimensión del dolor que hasta ahora desconocían. Inasumible. 

En esas cinco horas que los supevivientes estuvieron en la balsa en las gélidas aguas de Terranova, Samuel recordó que días antes de embarcar en Marín había visto el programa de El último superviviente. Nunca pensó que ese ratito de televisión le valdría pasa salvar la vida. En la balsa había entrado agua y sabía que si se mojaba estaba muerto. Las bajas temperaturas de Terranova durante la madrugada no le permitirían sobrevivir. «Estuve cinco horas de pie como pude, agarrado a las paredes de la balsa, para que el agua no tocase mi cuerpo y de las rodillas para arriba intentar estar seco», explica el superviviente ghanés, que escuchó en ese programa de televisión que en situaciones de frío extremo el cuerpo no debía mojarse en la medida de lo posible. Así que de madrugada y durante cinco horas, Samuel peleó contra el oleaje intentando estar de pie y ayudando a sus compañeros que iban muriendo a su lado y haciendo aterrador ese silencio.  

Tras cinco horas a la deriva, la tripulación del barco de apoyo que los rescató le prestó un teléfono para poder hablar con su familia, pero Samuel no recordaba ningún número. A través de Facebook pudo hablar con su hermano y localizar a su mujer, Emilia, en Ghana. Le dijo que habían tenido un accidente, pero que estaba bien. Después de explicarle lo que había ocurrido, se puso en contacto con su familia de Marín. «Solo llamé una vez porque no quería que me notaseis lo triste que estaba, quería hablar con vosotros al llegar y que me pudieseis ver», dijo el pasado martes al llegar a casa.

Medicación y poco apetito

Toda ayuda psicológica es poca para los supervivientes. Este marinero ghanés afincado en Marín desde hace más de una década está con medicación para poder conciliar el sueño. Apenas es capaz de dormir o comer. Un vaso de Cola Cao fue lo primero que tomó la pasada madrugada. Ahora solo le queda sentarse a la mesa frente a esa tortilla de patatas que le pidió a Ramona, su madre española, desde Terranova. Está «abatido y abrumado», con una felicidad contenida de volver a estar en casa, pero con el dolor que dejan los desaparecidos y los fallecidos en aguas de Terranova. Ver los féretros de sus amigos y esa procesión desgarradora de coches fúnebres dio una estocada más al corazón de Samuel, que durante horas compartió silencio en el avión del Ejército del Aire del Gobierno de España que los trajo desde Canadá.  

Samuel Koufie todavía tiene las manos hinchadas y una sensación de frío que no es capaz de sacudirse. Era lo que repetía una y otra vez mientras su familia lo arropaba en Marín. Tendrá que someterse a un examen médico porque tiene la tensión muy baja, una de las secuelas que deja la hipotermia. Samuel, Juan Padín y Eduardo Rial, estuvieron  en la balsa cinco horas a unas temperaturas que alcanzaron los trece grados bajo cero. Sobrevivieron. Ahora necesitan tiempo para sacudirse un dolor que todavía los ahoga. A Samuel ya no le quedan más lágrimas. Terranova se las secó.