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El laberinto de las ecoetiquetas

rocío mendoza MADRID / COLPISA

SOMOS MAR

msc

Los consumidores están dispuestos a pagar más por productos sostenibles, pero creen que les falta información para elegirlos bien. La OCU señala el sello azul MSC como uno de los distintivos fiables

20 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Este pescado procede de pesquerías gestionadas de manera sostenible; esta camisa está hecha de algodón libre de químicos; este mueble cuyo fabricante apoya la lucha contra la deforestación de Indonesia; esta leche viene de vacas libres de estrés... Las compras están cada vez más sembradas de ecoreclamos de toda condición que generan más dudas que certezas. ¿Son ecológicos todos los productos que relucen como tales? ¿Cuál el estándar que les permite decir que son realmente respetuosos con el medio ambiente? Y, sobre todo, ¿quién sostiene tales afirmaciones? ¿Son de fiar estas etiquetas? Estas preguntas no son fáciles de contestar, ni para el consumidor de a pie ni para el que está más informado sobre el consumo responsable. Cualquiera que dedique algo de tiempo a intentar descifrar las etiquetas de los productos verdes que introduce en la cesta de compra diaria acabará con un mar de dudas entre siglas, iconos y colores. No es de extrañar si se tiene en cuenta que, como ha hecho notar la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) en un comunicado, pueden existir unas 450 ecotiquetas en el mercado.

Ante esta profusión de formatos, los consumidores se confiesan carentes de herramientas para distinguir cuándo la información es veraz. Tampoco saben qué significa realmente cada afirmación recogida en los envases.

Información poco clara

Esto es lo que ha detectado la citada organización a través de una encuesta en la que solo el 5 % de las personas consultadas se declararon bien informadas sobre los requisitos para que un producto pueda anunciarse como verde o mostrar una ecotiqueta.

Las declaraciones reflejadas en los embalajes de los productos en este sentido son variadas: pueden hablar de eficiencia energética, respeto animal, ahorro de agua, toxicidad y un largo etcétera que crece a cada día que pasa.

¿El motivo? Los fabricantes son conscientes de que la sostenibilidad cada vez suscita más interés entre los consumidores y hacer notar la faceta ecológica del producto, sea cual sea, es un gancho al fin y al cabo.

En la misma encuesta de la OCU, prácticamente todos los consumidores (9 de cada 10) valoraron como «útil» que el producto aporte información medioambiental y un 63% decantaría su elección de compra en función de estos datos.

La patronal de fabricantes y distribuidores (Aecoc) también hizo una encuesta el año pasado para saber si a la clientela le interesa que el producto respete los recursos naturales en su proceso de fabricación. Las conclusiones fueron muy parecidas a esta última de la OCU. Un 60 % dijo estar dispuesto a pagar más por productos y servicios sostenibles. Es más, el 80 % dijo incorporar ya la sostenibilidad en sus decisiones de compra. Esta tendencia se disparó en el 2020 con motivo de la pandemia de covid-19, cuando la preocupación global sobre las consecuencias del impacto del hombre en la salud de los ecosistemas adquirió un protagonismo inédito hasta el momento.

Normativa única y control

¿Pero alguien certifica lo que dicen los productos sobre su sostenibilidad? Esto es lo que denuncia la OCU, organización que pide un cambio legislativo en este sentido. «Exigimos ecoetiquetas claras, relevantes y certificadas por un tercero, al tiempo que solicitamos a las autoridades nacionales y europeas una normativa que defina las condiciones para utilizarlas», reclaman.

Actualmente, la legislación permite tres tipos de ecotiquetas. Aquellas cuya declaración medioambiental esté certificada por un tercero, las que consisten en una autodeclaración del fabricante que ofrece información sobre aspectos ambientales del producto sin que esta haya sido necesariamente verificada por terceros independientes (pero debe ser veraz) y, por último, aquellas en las que se ofrece información al consumidor sobre las posibles formas de impacto en el medio ambiente del producto o servicio (reciclabilidad, consumo de agua, gasto energético, etcétera) sin más.

El problema detectado por la OCU, al margen de la veracidad o el rigor de las etiquetas, es la percepción que el consumidor tiene de ellas. «El 53 % de las personas que participaron en la encuesta cree que este tipo de alegaciones son principalmente una estrategia de márketing para aumentar sus ventas. El llamado greenwashing» (lavado verde), denuncia la organización.

De ahí que pidan más claridad en la normativa que regule y unifique los criterios para los certificados, con el fin de trasladar confianza a un consumidor que, según los citados estudios, está dispuesto a dar el paso hacia la compra consciente.

Para arrojar algo de luz al galimatías, la organización recomienda seis etiquetas fiables a la hora de comprobar la compra. Una es la de pesca sostenible certificada, el sello azul de MSC, que acredita que los pescados y mariscos que la llevan proceden de pesquerías sostenibles, gestionadas con criterios sociales y ambientales adecuados y cuya cadena de custodia se ha mantenido desde el origen hasta la venta.

También bendice la que distingue cosméticos y detergentes naturales ecológicos. Indica que en la elaboración se ha respetado una lista restrictiva de ingredientes aprobados y se ha hecho una gestión responsable de agua, químicos y desechos.

La Ecolabel Unión Europea distingue a productos como detergentes, pinturas o suelos laminados que hayan podido demostrar un impacto medioambiental menor que otros de su misma categoría y en todo su ciclo de vida, desde la fábrica hasta su eliminación.

El sello de Comercio Justo garantiza estándares ambientales, sociales y económicos apropiados en la producción de algodón, café, té, cacao, etcétera y el pago de un precio justo a los pequeños productores cuyos derechos laborales son respetados.

Para distinguir el papel y madera sostenibles está el sello FSC que garantiza que proviene de bosques que han sido auditados externamente para confirmar que se gestionan respetando estándares ambientales y sociales.

El distintivo de textiles de confianza sin sustancias nocivas, aunque enfocado a proteger la salud, vela también por el medio ambiente, pues estas fibras deben estar libres de ciertas sustancias como pesticidas o metales pesados.