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Un plástico truncó el viaje al Caribe de la tortuga Cata

celia eiras VIGO / LA VOZ

SOMOS MAR

CEDIDA

Una docena de estos animales son rescatados al año en Vigo

14 jul 2021 . Actualizado a las 08:25 h.

El pasado viernes apareció varada en la playa de Canido una pequeña tortuga marina común. La encontraron los socorristas a la orilla del arenal, e inmediatamente la Coordinadora para o Estudo dos Mamíferos Mariños (Cemma) fue llamada al rescate. Los biólogos la llevaron a sus instalaciones y la examinaron, pero no pudieron detectar la causa de la zozobra hasta unos días después: Cata -así la apodaron los rescatadores- comenzó a defecar restos de plástico.

«Nas probas que realizamos sistematicamente aos animais -mostras de sangue, radiografías, ecografías- non se pode detectar o plástico», señala Alfredo López, biólogo y miembro de la Cemma. Así que tuvieron que cruzar los dedos y esperar a que comenzase a comer: cuando se pusiese a funcionar el sistema digestivo, empezaría a excretar los residuos. El problema surge cuando el plástico es tan grande que llega a obstruir el sistema digestivo. Y es que Cata, con sus 30 centímetros de longitud, ingirió los restos de un tetrabrik de vino la mitad de grande que ella.

La tortuga marina, que habita el planeta desde la era de los dinosaurios, es una de las especies más amenazadas de nuestro entorno. Los quelonios que aparecen en las costas gallegas nacen en el Caribe y dan toda la vuelta al Atlántico, para volver a la misma zona y reproducirse. En la mitad de este recorrido, que dura entre 15 y 30 años, Cata encalló en la ría de Vigo. Ella no es la única encontrada en estas condiciones. La Cemma, ONG que se encarga de la recuperación de los animales del mar, rescata una docena de tortugas con el mismo cuadro médico: el 60 % de las tortugas que aparecen varadas presentan restos de plástico en su organismo. Algunas han muerto.

La erosión del plástico deglutido en el aparato digestivo del animal no es el único riesgo que produce el vertido del material al mar. Aunque este no sea un residuo tóxico para las especies marinas, sí lo son las pinturas y elementos químicos que se imprimen sobre el mismo. «O lixo que tiramos ao chan parécenos inocuo, pero pola acción do vento remata sempre nun río ou directamente no mar», denuncia López.

Cuando un objeto de plástico cae al mar, se degrada, se va rompiendo en trozos más pequeños, y los peces y cetáceos confunden los pedazos con alimento. Además, estos individuos actúan como bioacumuladores en la cadena trófica, y las sustancias tóxicas quedan almacenadas en sus tejidos. Un pez pequeño es engullido por un pez más grande; este, as su vez, por un cetáceo. Durante todo el proceso de transferencia alimenticia, nunca se elimina el residuo, que pasa de un animal a otro hasta llegar al ser humano.

«Os arroaces non comen plásticos porque se desprazan pola superficie e saben o que son», explica el miembro de Cemma, pero «os grandes mergulladores interpretan que todo o que hai a tres mil metros de profundidade é comestible». Cemma ha llegado a encontrar dos toneladas de plástico en una ballena, o 22 metros de cabo en cachalote. Y en el caso de estos cetáceos que habitan en grandes profundidades, no existe salvación posible.

Una bolsa del supermercado tarda 20 años en degradarse en el mar. Unas anillas de plástico -en las que además los peces son susceptibles de quedarse enmallados- cuatro siglos. El tetrabrik que se comió Cata no se desintegra hasta pasadas las tres décadas. Desde Cemma piden que se intente reducir el uso de plástico: «O que a nós nos é útil durante dúas horas estará afectando á fauna mariña durante moitos anos». Debido al largo ciclo de descomposición del material, necesitaríamos siglos enteros para paliar el impacto negativo que ejercemos en la vida marítima.