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Ángeles, Ramón y demás familia

a. buíncas REDACCIÓN / LA VOZ

SOMOS MAR

Uno de los oceanográficos, el Ángeles Alvariño, navegando en aguas de A Mariña, en foto de archivo
Uno de los oceanográficos, el Ángeles Alvariño, navegando en aguas de A Mariña, en foto de archivo JOSÉ PINO

El asesinato de Anna y Olivia ha puesto en primer plano a un barco de la flota del Instituto Español de Oceanografía y acercado a la sociedad el trabajo de su plantel de investigadores

29 jun 2021 . Actualizado a las 20:12 h.

Ha tenido que ocurrir una desgracia como la de Tenerife, un horripilante caso de filicidio y violencia vicaria que conmocionó a toda España, para que toda España descubriese a Ángeles Alvariño. A la científica ferrolana y al buque oceanográfico que lleva su nombre. Y, de paso, trascendiese que, en investigación en ciencia marina, el país es toda una potencia, de lo más avanzada en cuanto a recursos tecnológicos y humanos. Descubriese que la tripulación a bordo habla gallego, porque el barco es de Vigo y quienes lo operan son vecinos. Y se percatase de que tras el manejo de esa maquinaria, sacando conclusiones están los científicos y técnicos del Instituto Español de Oceanografía (IEO), aún en crisis de identidad tras su conversión en centro nacional adscrito al CSIC.

Porque el involuntario salto a la fama del Ángeles Alvariño por la búsqueda de Anna y Olivia poco tiene que ver con su cometido habitual, que es la monitorización de los ecosistemas marinos, de sus recursos, del hábitat, de las zonas vulnerables...

De hecho, su silueta ya era antes bien conocida en Canarias por sus propios quehaceres, solo que antes se paseaba sin tanto foco. Su habitual estancia en el archipiélago responde a que es una herramienta fundamental en una investigación que se presume única en el mundo, como es el estudio de la evolución del volcán Tagoro, en El Hierro, y su entorno.

Un silueta que bien puede confundirse con la de su gemelo, el Ramón Margalef. Sí, Ángeles tiene un hermano mellizo. Y otros dos mayores en edad, pero más pequeños en tamaño, el Lura y el Francisco de Paula Navarro. Se les ha metido en casa, además, un primo muy allegado, el Mytilus, del CSIC. Y en camino viene un nuevo miembro, que aún no ha entrado al astillero, pero que llegará justo a tiempo para el gran salto que dará la investigación oceanográfica en un par de años, cuando fragüen todas las herramientas científicas que ahora son solo prototipos, augura Pablo Carrera, director del Centro Oceanográfico de Vigo y responsable de flota.

Es la gran familia desconocida de la flota de buques oceanográficos del IEO. Las plataformas desde las que los investigadores atienden los compromisos internacionales del Estado español tanto en materia de política pesquera como en observación de los ecosistemas marinos, campo en el que lleva un programa de monitorización muy extenso.

Para cumplir los primeros, el IEO también cuenta con otros allegados a la familia: los buques de la Secretaría General de Pesca, como son el Miguel Oliver, el Vizconde de Eza y el Emma Bardán. Para las tareas más de oceanografía física y otras multidisciplinares, como la que realizan en El Hierro sobre vulcanología, se combinan el Ángeles Alvariño y el Ramón Margalef, que por más que tengan fijada su residencia en Vigo, lo cierto es que pasan mucho tiempo lejos da terriña. Aunque Ramón Margalef está ahora cerca de casa: en Marín. Está pasando la revisión grande, esa que a este tipo de barcos tienen que superar cada 5 años, en Nodosa, con el Francisco de Paula Navarro.

 Calendario

Eso deja en cuadro al IEO, puesto que con el Ángeles Alvariño en el rastreo en Tenerife podría llegar el caso de tener que alterar el calendario. En breve tendría que emprender la campaña de seguimiento de larvas de atún rojo en el Mediterráneo, que «a ver se a pode facer outra embarcación», dice Carrera. También tiene en la agenda la campaña anual de evaluación de la cigala en el golfo de Cádiz, una prospección que, a diferencia de la que se realiza en el Cantábrico, con barcos comerciales, se realiza con cámaras de televisión. Y a continuación otra en el Mediterráneo de estudio de los ecosistemas en el que se precisa el uso del robot submarino Liropus.

Toda la flota de buques del IEO están dotados de los más modernos sistemas electrónicos de navegación y posicionamiento, así como de los medios necesarios para recoger muestras, tanto de agua como de sedimentos, de determinación de variables físicas y químicas del agua de mar y para estudiar la flora y fauna marina. Pero tal y como evoluciona la tecnología, pronto podría verse superada. De ahí que, como asegura Pablo Carrera, el nuevo buque oceanográfico multidisciplinar y de investigación pesquera de ámbito global que con sus 80 metros de eslora se sumará a la gran familia de la flota del IEO, ayudará a acometer un reto que España tiene por delante: explorar una plataforma marina que ahora es llega a las 200 millas, pero que alcanzará los 300 o 400 metros. Y la tecnología permitirá estudiar las posibilidades que se presentan en 4.000 y 5.000 metros de profundidad. La controvertida minería submarina, o los recursos genéticos que empiezan a despertar interés, con las nuevas herramientas se podrá hacer un desarrollo ordenado de la explotación, conociendo fielmente los impactos y las medidas correctoras que habría que tomar.