La ola gélida no frena a las mariscadoras que salen a la arena con cada marea baja

Mila Méndez
Periodista
Ana Gerpe

Cada vez que la marea viene baja en la ría de O Burgo (A Coruña), Teresa Ramiro se rearma con toda la ropa que puede para ir a trabajar. Da igual que ventee, truene o que el agua congele el cuerpo. Como mariscadora con 30 años de experiencia a sus espaldas -ahora tiene 60- sabe que el mar es su único jefe. Ellas solo descansan con marea alta. Ni los temporales ni una ola de frío son excusa para quedarse en casa. Si lo hacen, no cobran. «Estes días son horribles. Como aguantamos? Botándolle pulmón», sonríe con su confesión.

Los berberechos los busca arrastrando las rodillas sobre la arena. Para las almejas escarba con la horquilla. Tampoco se puede abrigar mucho, necesita movilidad, y los guantes no detienen el agua. «Na ría vai un frío diferente, penetra no corpo e xea ata os pensamentos», describe con una pasmosa facilidad literaria. Son muchas mareas bajando hasta el arenal que circunda Santa Cristina, en Oleiros. «Aquí, cando o mar comeza a baixar, fórmase unha néboa espesa e volátil que te paraliza. Non sentes a circulación, aínda que metas as mans debaixo dos sobacos. Sobre todo, as puntiñas dos dedos. Supoño que debe ser así como se senten os montañeiros», piensa.

Más al sur, en O Grove, Puri Díaz relata una historia casi análoga. Solo cambia la ría. Esta mariscadora, también bloguera, faena en la «seca» arousana. «Los peores días fueron los de Navidades. Trabajamos de madrugada, empezábamos a las cinco, para aprovechar la bajamar. Íbamos todas con linternas en la cabeza, como los mineros. Hacía tanto frío que hasta me costaba andar. Te congela», cuenta Puri.

En la misma ría, pero en el otro lado, el de Barbanza, trabaja Susana Silva. Es mariscadora de a pie en Cabo de Cruz (Boiro). «Me sacudo las manos contra el cuerpo y me pongo mucha ropa. En los pies, dos pares de calcetines térmicos. Lo malo es que siempre están en el agua, como las manos. Nada te aísla por completo», asegura Susana. Con todo, hay contextos peores. «Lo que sí no soporto son los rayos. Esos sí que me dan miedo», concluye Puri.

Hipotermias y desmayos, dos de las consecuencias de trabajar bajo cero en el mar

Aunque la crisis y la falta de empleo en otros sectores animó a muchos hombres a buscar una plaza en el marisqueo de a pie, este sigue siendo un sector dominado por las mujeres. Algunas trabajan en la arena, otras se meten hasta el cuello en el agua, depende de la técnica que empleen. «Este año me hice un traje de neopreno a medida. Fueron 200 euros, que cuesta mucho ganarlos, pero no tiene nada que ver con el traje de goma. Ahora no se filtra el agua. Al terminar, cuando me lo quito, salgo pingando, pero por el sudor», destaca Puri Díaz, mariscadora de O Grove.

En Boiro, Susana Silva admite que están acostumbradas a trabajar con temperaturas bajas. Sin embargo, «hacía tiempo que no pasaba tanto frío», resalta. Los vahídos y las hipotermias son un denominador común. «El año pasado se desmayó una compañera. Aunque lleves botas hasta la ingle, el agua congelada penetra. Si por encima hace viento y llueve, es aún más molesto. Tienes que luchar por sostenerte de pie», dice Puri. Teresa Ramiro tiene tres hernias y artrosis. «Traballas aterecida de frío. Hai veces nas que te mareas», admite la mariscadora, natural de Culleredo. «Aínda así, prefiro a ría do Burgo á de Corme, que é ben bonita, pero se esta xa é fría...», resta hierro al asunto Teresa.

Cuando Puri empezó en este trabajo «pensaba que se detenía el marisqueo en condiciones meteorológicas extremas, como hacen los marineros. Pronto me di cuenta de que no. Somos libres, para lo bueno y para lo malo», desliza la mariscadora.