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Los insectos se ven como un alimento del futuro, pero muy pocos los comerían hoy

José Antonio Guerrero COLPISA | MADRID

SOSTENIBILIDAD

XOAN CARLOS GIL

Una encuesta de la UOC revela que los consumidores los consideran una fuente nutricional alternativa pero, de momento, no los incluirían en su dieta

20 ene 2023 . Actualizado a las 10:08 h.

Desde este mes hay un nuevo insecto que se puede consumir legalmente en España: el escarabajo del estiércol. Junto al grillo doméstico en polvo, acaba de ser declarado comestible por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), el organismo que asesora a la UE sobre los riesgos relacionados con los alimentos. No habrá, seguro, colas en los supermercados para llevar a la mesa alguno de estos invertebrados, pero no estamos tan lejos de que estos y otros bichos ya autorizados (el gusano de la harina, la langosta, la abeja, el saltamontes y el propio grillo doméstico entero) se empiecen a introducir en nuestra dieta, como aperitivo o en productos enriquecidos con ellos, como barritas de cereales, galletas, pastas o congelados. Una gran mayoría de españoles no ha probado jamás insectos ni los introduciría en su dieta, y sin embargo los ven como un alimento con futuro. ¿La razón? Su alto contenido proteico y ser un producto muy sostenible. Eso sí, confiesan que de consumirlos preferirían hacerlo en harina y no de cuerpo entero, que da más «asco». Así lo revela una encuesta sobre el consumo de este raro bocado impulsada por investigadoras de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).

El estudio resalta los efectos positivos del consumo de insectos sobre la salud, por sus propiedades nutritivas y sus grasas buenas, y también por su sostenibilidad, ya que su producción resulta mucho más barata que la del ganado, y más ecológica. Por eso «podría ser una estrategia válida para mejorar la seguridad alimentaria global», señala Marta Ros, que junto a las profesoras Anna Bach y Alicia Aguilar, todas de la UOC, ha elaborado el estudio publicado en la revista científica International Journal of Environmental Research and Public Health. El sondeo, basado en las respuestas de 1.034 participantes, refleja que seis de cada diez ven los insectos como un alimento alternativo y sostenible para el futuro, pese a que una inmensa mayoría (el 86%) nunca los ha probado, frente al 13% que sí lo ha hecho. La principal razón que apuntan para no hacerlo es el asco (38%), seguida por la falta de costumbre (15%), las dudas sobre su seguridad alimentaria (9%) y las razones culturales (6%). La reticencia a comer insectos también se pone de manifiesto cuando a los encuestados se les plantea si estarían dispuestos a incluirlos en su dieta habitual. Solo un 16% responde que sí, mientras que un 82% asegura que no lo haría. También una mayoría (el 71%), reconoce que no cocinaría insectos en casa, mientras que un 28% contesta afirmativamente.

En harina, galletas y barritas

A pesar del rechazo, la mitad de las personas piensa que disponer de información sobre el potencial que tienen los insectos alentaría a consumirlos, y en este sentido, una mayoría indica que la manera en la que puedan ser preparados es importante a la hora de hacerlos «más aceptables». Un 70% declara que su consumo sería «más agradable» si no se ven «enteros». Y opinan que el formato en harina sería el más interesante, seguido por el de galletas o barritas.

Los hombres se muestran más abiertos a consumir insectos que las mujeres, y el grupo de edad más receptivo no son los jóvenes, sino las personas de 40 a 59 años.

Las investigadoras también subrayan los efectos positivos del consumo de insectos para la salud. «Por ejemplo, han demostrado mejorar la salud intestinal y reducir la inflamación sistémica», indica Marta Ros, que ha probado el gusano de la harina y el grillo, cuyo sabor le recuerda al de los «frutos secos tostados». Ella anima a superar ese «asco». «Un langostino y un grillo se parecen», apunta y comenta que, en otras culturas, si les sirven caracoles de tapa en un bar, salen corriendo. «Y aquí nos los comemos».

La profesora advierte de que el aumento de la población mundial va a obligar a buscar alternativas a la producción animal. Y cree que el uso de insectos como alimento podría responder a esta demanda. De hecho su cría consume menos recursos que un cerdo, una vaca o una gallina, emplea menos agua y necesita menos espacio físico. Y los gases de efecto invernadero son muy inferiores a los que generan otros animales. En comparación con la carne de vacuno, la de insectos origina un 95 % menos de estos gases y consume un 62% menos de energía.

Dos mil millones de consumidores

La FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, recomienda la entomofagia (o la ingestión de insectos como alimento) porque puede ser una alternativa sostenible y respetuosa con el medio ambiente, además de una importante fuente de proteínas. Ante las amenazas del cambio climático, la persistencia del hambre global y el crecimiento de una población mundial que podría alcanzar los 9.000 millones de personas en 2050, la FAO busca en los bichos fuentes alternativas de alimentos. Según datos de la organización, ya hay al menos unos 2.000 millones de personas que complementan su dieta con este tipo de alimento y son más de 1.900 las especies de insectos que se consideran comestibles. De hecho, su consumo era una práctica común entre nuestros ancestros, desde China hasta el Imperio romano, aunque ahora se cicunscribe a países como China, Tailandia, Japón, Colombia, México, Perú, Brasil y algunos estados africanos.