
Esta familia lleva 8 años creando un exuberante jardín de bajo mantenimiento a pocos kilómetros de Santiago en el que poder recolectar alimentos, observar la naturaleza y disfrutar con las amistades
19 jun 2022 . Actualizado a las 14:42 h.La agricultura convencional se basa en la plantación de grandes extensiones de monocultivos en donde el único objetivo es maximizar la producción. Estos son sistemas muy inestables que solo se mantienen a costa de invertir muchos insumos y energía (fertilizantes, fitosanitarios, maquinaria y mano de obra). Por lo tanto, la eficiencia del sistema es muy baja. Además, cada año hay que volver a plantar o sembrar, habitualmente el mismo cultivo, con los problemas fitosanitarios que esto representa. Antes de la implantación del cultivo se lleva a cabo el laboreo de la tierra, es decir, destruimos la vida y las conexiones que se hayan formado el año anterior en el suelo.
El bosque comestible, sin embargo, es un policultivo, es decir, hay muchas especies distintas y por tanto mucha biodiversidad, con lo que aumenta la resiliencia del sistema. Está compuesto por plantas que permanecen año tras año, permitiendo que el suelo vaya enriqueciéndose con el paso del tiempo ya que no tenemos que tocarlo. Por último, las funciones son múltiples tanto para nuestro provecho directo, como para el de otros seres vivos y del sistema en su conjunto.

Si pensamos en los atributos de un bosque, este es sostenible a largo plazo, autónomo y es un lugar atractivo. Todas estas cualidades también las tienen los bosques comestibles en mayor o menor medida. Entonces, ¿en dónde está la diferencia?, pues en la productividad. En un bosque, la producción de alimento es reducida dado que la luz no llega a las capas bajas. Si lo piensas, ¿dónde recoges frutos silvestres en tus paseos por el bosque? Pues normalmente en los bordes de este o en los caminos, es decir, donde el sol llega a los estratos inferiores.

Por tanto, el objetivo está claro: conseguir un mosaico de nichos ecológicos en donde la luz llegue a los estratos inferiores y así podamos tener alimento también en la capa arbustiva y herbácea. Es decir, nos interesa mantener un estado de bosque incipiente donde las copas de los árboles no lleguen a tocarse (los espacios que llevemos a este estado serán los que menos trabajo de mantenimiento requieran).
A nivel personal, cada vez somos más lo que nos preocupamos por nuestra alimentación y la huella ecológica que supone la generación de esos alimentos que comemos. Un bosque comestible te permite abrir nuevos horizontes más allá de la huerta tradicional, experimentando nuevos sabores, nuevos platos, y mejorando la calidad nutricional de tu dieta.
Una despensa viva
En un bosque comestible tendrás tu despensa viva donde recolectar hojas, pétalos, frutas, tubérculos y tallos para tus platos y bebidas favoritas. Además, no solo cuentas con especies autóctonas de plantas perennes como espárragos, alcachofas, cardos… producirás también alimentos desterrados por el mercado porque no resultaron económicamente rentables a pesar de sus excepcionales cualidades, como el tupinambo. Recuperarás especies tradicionales que comían nuestras bisabuelas, como la salvia, la hierbabuena o el pan y quesillo. Y, por último, traeremos a la mesa especies utilizadas en otras culturas gastronómicas, como el ruibarbo, el negi japonés o la oca peruana.
Además, un bosque comestible es ese espacio en el que conectar con la naturaleza… pero también, ese lugar de aprendizaje y observación de insectos, reptiles, pájaros… Al crear distintos nichos ecológicos no solo aumentas la biodiversidad del mundo vegetal sino también la del reino animal. A fin de cuentas, un bosque comestible es un cambio de paradigma ya que con poco esfuerzo e invirtiendo pocos recursos obtenemos una producción muy diversa y saludable en un entorno atractivo. Por último, creando un bosque comestible estas ayudando al planeta a reducir las emisiones de gases invernadero, a fijar CO2, a mitigar la erosión del suelo, a reducir la eutrofización de las aguas…
La humanidad está ante el mayor reto de este siglo, el cambio climático, con otras problemáticas asociadas: reducción de las reservas de agua potable y aumento de la población a nivel mundial. Aún tenemos tiempo para actuar sobre estos aspectos, pero no podemos esperar mucho más. La agricultura tiene que dejar de ser un contribuyente al cambio climático para convertirse en parte de la solución. ¿Cómo? Pues una manera es produciendo alimentos a través de plantas perennes. ¿Te animas a ser partícipe del cambio?
La labor de Perennia
En Perennia llevamos 8 años trabajando en un proyecto de bosque comestible a pocos kilómetros de Santiago de Compostela. Al principio solo buscábamos conseguir un entorno agradable que nos suministrara alimentos mediante un sistema de bajo mantenimiento. Es ahora, cuando hemos creído que podíamos compartir nuestros conocimientos y experiencia para que otras familias emprendan nuestro camino. Es más, apostamos también porque se empiecen a gestionar espacios públicos como bosques comestibles para dar acceso a estos entornos a gente de un ámbito más urbano.