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«Una mala dieta deja huella en el niño y va a condicionar de qué enfermará de adulto»

Maruxa Alfonso Laya
M. Alfonso REDACCIÓN / LA VOZ

SOSTENIBILIDAD

Sandra Alonso

La coordinadora de la unidad de Gastroenterología y nutrición pediátrica del Chus, Rosaura Leis, dice que la alimentación es la base para una buena salud pero, en los más pequeños, es fundamental para su correcto desarrollo

16 sep 2020 . Actualizado a las 15:30 h.

Rosaura Leis no se anda con medias tintas. Habla de la obesidad como una pandemia que también está afectando a los niños. Y tiene muy claro que para conseguir hábitos de alimentación saludables es necesario comer en familia y sin pantallas. La dieta atlántica, argumenta, es la responsable de que nuestros abuelos sean tan longevos, pero si no recuperamos hábitos saludables nuestros hijos vivirán menos que sus padres. La coordinadora de la unidad de Gastroenterología y nutrición pediátrica del Complejo Hospitalario de Santiago es también profesora titular de pediatría, miembro del CiberObn, un observatorio especializado en obesidad, y jefa del grupo de nutrición pediátrica del Instituto de Investigación Sanitaria de Santiago (IDIS).

—¿Puede decirnos qué es una dieta saludable?

—Una dieta saludable, como su propio nombre indica, es aquella que nos ayuda a mantener la salud. Y para ello tiene que ser variada y tener un número importante de alimentos para aportar todos los nutrientes: los macronutrientes, que son las proteínas, las grasas y los hidratos de carbono; y los micronutrientes, vitaminas y minerales necesarios para mantener la salud y prevenir la enfermedad. La nutrición es una ciencia transversal, está en la base del tratamiento de todas las enfermedades. En algunas ocasiones, como único tratamiento, pero siempre como coayudante. Si queremos tener un buen pronóstico en el tratamiento de una enfermedad tiene que ir acompañado de una adecuada alimentación.

—¿Qué ventajas tiene la alimentación saludable?

—Yo soy pediatra y, como pediatra, lo que caracteriza a la infancia y a la adolescencia es que son períodos de crecimiento y desarrollo físico, psíquico y social. Para este crecimiento en salud es necesario un adecuado aporte de nutrientes, una dieta saludable. Pero es que, además, este primer período de la vida es fundamental para la adquisición de patrones alimentarios, de hábitos y de estilos de vida: alimentación, ejercicio físico e inactividad saludable. Para evitar todas las enfermedades que son la principal causa de muerte en el mundo occidental —las cardiovasculares, el cáncer, la hipercolesterolemia, la hipertensión— debemos iniciar ya su prevención desde la edad pediátrica, porque va a ser a través de estilos de vida saludables como podemos intentar intervenir, establecer estrategias de intervención.

—¿Dar una mala alimentación a los niños es cómo hacer una casa sin unos buenos cimientos?

—Es una buena comparación. Para crecer necesitamos que aumente el número de células, que aumente el tamaño de las células y que nuestras reacciones metabólicas, todo lo que nos mantiene con vida, se desarrollen adecuadamente. Por lo tanto, cuando nosotros estamos empezando a preparar nuestro organismo necesitamos esos cimientos, nutrientes que ayuden a que crezcan las células y a que se desarrollen todos los procesos metabólicos. Y hoy sabemos que, cuando esto no es así, queda una huella, una impronta metabólica en el niño que va a condicionar de qué va a enfermar, incluso de qué va a morir en la edad adulta. Y yo diría un poco más. Nos parece que cuando hablamos del paso del niño al adulto es una distancia larga, siempre pensamos que tenemos tiempo a mejorar. Pero hoy estamos viendo que estos malos estados de vida en los niños tienen repercusión para su salud ya en la edad pediátrica. Tenemos niños con colesterol alto, con tensión elevada, con depósitos de grasa en el hígado... Todo relacionado con una mala alimentación, con una alimentación rica en energía, en grasa, sobre todo en trans, rica en azúcares simples... Y contra eso tenemos que luchar, intentar hacer un cambio en estos estilos de vida de nuestros niños.

—¿Qué diferencias hay entre la dieta atlántica y la mediterránea?

—Esa pregunta me gusta mucho porque ¿yo qué como? Pues yo debería comer como tradicionalmente se alimenta uno en nuestra tierra, como se alimentaban nuestros abuelos. Y seguramente tiene mucho que ver cómo se alimentaron ellos con la gran longevidad que tenemos en nuestra comunidad autónoma. ¿En qué se caracteriza la dieta atlántica? Pues sobre una base muy importante de cereales, fundamentalmente de cereales integrales —nuestro pan tenemos panes buenísimos en nuestra comunidad autónoma—; sobre un importante aporte de frutas y verduras, sobre todo verduras del género brásica, como el grelo o la col; lácteos y queso. Tenemos un consumo elevado de aceite de oliva, un consumo importante de legumbres y un aporte importante de carne con unas características muy de nuestra tierra: son carnes jóvenes, que no tienen cebamiento y que tienen unas características nutricionales distintas a las de otras carnes. Tenemos un muy importante aporte de pescados, también consumimos huevos y, excepcionalmente, bollería. Y además nos caracterizamos también por nuestra preparación culinaria. En la dieta atlántica, la principal es lo cocido, lo hervido, el vapor... mucho más que la fritura. Y nuestras salsas tienen un buen aporte calórico. Nuestra ajada tiene aceite de oliva, pimentón y ajo, que son alimentos funcionales. Alimentos que, además de nutrientes, aportan componentes bioactivos, componentes fundamentales para mantener la salud. Yo creo que estoy haciendo una imagen de lo que sería la dieta de nuestros abuelos, y la que debería ser la nuestra también. Acabamos de pasar el carnaval, pues nuestros postres no son ricos en azúcares simples. La filloa y la oreja llevan huevo, leche y un poco de harina. Son características distintas a la dieta mediterránea. Es cierto que esta también es saludable y bioactiva, porque tenemos la fortuna de vivir en un país con dos grandes dietas.

—¿Cómo podemos enseñar a los niños a comer sano?

—Estamos en momento difícil porque estamos viviendo en un ambiente generador de obesidad. Nuestros niños están perdiendo la adherencia a la dieta tradicional porque hacen muchas comidas fuera de casa, porque está perdiendo importancia la alimentación dentro de lo que es el concepto familiar: no transmitimos los hábitos o las tradiciones a través de la mesa como hacíamos antes. Esto tenemos que intentar solventarlo. La mesa familiar, el plato, es algo más que ingerir alimentos, es un momento social, de intercambio y tenemos que recuperarlo. Compartiendo en familia y compartiendo esas recetas tradicionales. Y que el niño aprenda a leer el etiquetado y venga a comprar con nosotros. Es importante también la formación en la escuela. El comedor debe ser un lugar de educación nutricional, de buenos hábitos alimentarios. Hay que enseñarles a cocinar, la alimentación debe formar parte del currículo de nuestros niños porque es mucho lo que nos estamos jugado. Si perdemos la adherencia a nuestros estilos de vida saludables muy probablemente nuestros niños vayan a vivir menos de lo que vivieron sus padres.

—Comer juntos y sin pantallas es uno de sus consejos para mantener una alimentación saludable.

—Totalmente. Estamos en un momento de pandemia de obesidad pero, curiosamente, nuestros niños con sobrepeso tienen déficits de nutrientes porque hacen dietas ricas en azúcares y grasas, pero deficientes en calcio, en hierro y en yodo. Sabemos que cuando uno come delante de una pantalla come más y es menos consciente de lo que está comiendo, porque no tiene sensación de saciedad. Además, sabemos que se consumen más aquellos productos que más publicitan las pantallas, que no siempre son los más saludables.