«Sientes más orgullo al trabajar para ganaderos gallegos que para un señorito de Madrid»
GANADERÍA
Amparo Porto ejerce como responsable de calidad de Clesa, en Caldas, una fábrica a la que llegó en 1987 y en la que tuvo como jefe al «pintoresco» Ruiz Mateos
25 abr 2022 . Actualizado a las 11:06 h.Amparo Porto (Redondela, 1964) tenía 24 años cuando cruzó por primera vez la puerta de la fábrica de la fábrica láctea de Clesa en Caldas de Reis. Corría el año 1987. Licenciada en Biología, pensó que su paso por el laboratorio de esta empresa sería efímero. Pero lo cierto es que, 35 años después, ella es ahora la trabajadora más veterana de la fábrica. Ejerce de jefa del departamento de calidad desde hace 17 años. Y, aunque no ve demasiado lejos la jubilación, asegura que se levanta todos los días con ilusión por trabajar. Ha visto crecer, derrumbarse y resurgir de sus cenizas a su empresa. Y tiene clara una cosa: «Es más orgullo trabajar para ganaderos gallegos que para un señorito de Madrid», señala en alusión a que ahora Clesa pertenece a más de tres mil cooperativistas agrarios gallegos que forman parte de Clun.
Amparo casi no recuerda ya la llegada de la leche a Clesa en bidones. Pero sí escuchó muchas veces a trabajadoras más antiguas que ella contarle cómo eran aquellos tiempos: «Había que controlar bidón por bidón, era tremendo», explica. Sí vivió lo que supuso la llegada de los tanques de frío a las explotaciones ganaderas y cómo eso facilitó el trabajo a los técnicos de laboratorio como ella. De los primeros años en Clesa recuerda la quesería artesanal y como cómo el proceso de desmolde también se hacía manualmente. Entonces, la empresa era Lácteos del Atlántico y después pasó a manos de la firma italiana Parmalat.
No se le olvida a Amparo el desembarco de la familia Ruiz Mateos como propietaria de la compañía cuando Nueva Rumasa le compró Clesa a Parmalat. Dice que tanto él como su mujer, Teresa Rivero, estuvieron en la planta de Caldas en distintas ocasiones. Ruiz Mateos no pasaba desapercibido: «Era un personaje totalmente pintoresco, iba saludando a los trabajadores uno a uno y siempre soltaba frases del tipo ‘a usted le veo cara de ser muy lista ’ y cosas así», recuerda.
La delatora paga de Navidad
Dice que al principio las cosas no pintaban mal con los Ruiz Mateos. Pero pronto empezaron a sospechar que nada era lo que parecía. Los proveedores les cortaban el grifo porque se acumulaban las deudas y la plantilla empezó a sufrir retrasos en los pagos. «Recuerdo un retraso tremendo con la paga de Navidad. Siendo una familia tan religiosa... nos parecía algo muy sospechoso que no pagasen en unas fechas así», narra. Todo desembocó, en el año 2011, en el concurso de acreedores. La frente se le frunce a Amparo al recordar aquel momento. Dice que el dolor de ver cómo muchos compañeros se tenían que marchar a casa no se olvida —la plantilla la formaban entonces 160 personas—. Tampoco las tensiones internas, los dramas personales. Solo vuelve a aparecer una sonrisa en su rostro cuando recuerda la valentía del comité de empresa. Y cómo el cooperativismo agrario gallego se puso luego de su lado para intentar salvar Clesa.
«Las cooperativas agrarias llegaron cuando ya solo nos quedaba un hilito de vida», cuenta. Reconoce que con el desembarco de Clun, la gran cooperativa salida del sector ganadero gallego, «todo fue yendo hacia arriba». No tiene en la cabeza todas las cifras del aumento de la producción desde el aquel año 2012 en el que Clesa resurgió de sus cenizas —los últimos datos indican que la plantilla se triplicó desde entonces y que se multiplicó por 17 el volumen de ventas—. Pero sí le consta lo que pasó en el día a día: «Los trabajadores se volcaron, los que éramos veteranos y la gente que vino nueva. Siempre había habido mucho compañerismo. Y ahora además nos sentimos muy orgullosos de tener detrás al sector primario gallego, eso motiva mucho», dice.
A Amparo le toca hacer de cicerone cuando los políticos visitan Clesa. En verano guio al presidente Núñez Feijoo por la planta y esta semana al delegado del Gobierno, José Miñones. A todos les detalla el proceso de producción y cómo controlan la calidad del mismo. Luego, se los gana con chocolate: les da a probar el bombón de Clesa, el producto estrella, y las sonrisas afloran.