Medio centenar de productores de Ternera Gallega Suprema con explotaciones sostenibles en extensivo se unen en Gandeiros Galegos de Suprema para reivindicar precios justos para sus animales. Bruselas quiere que las granjas cuiden el bienestar animal y sean sostenibles, como las suyas, pero ellos se ven abandonados. Quieren quedarse en el campo, pero no saben cuánto aguantarán.

Maria Cedrón

«Eu veño dunha estirpe de gandeiros e de Josés. O meu bisavó chamábase José, meu avó era José, igual que o meu pai. Eu son José Manuel e o meu fillo, que ten seis anos, José Brais. Todos foron gandeiros, todos coidaron o gando nestas montañas. Eu tamén. Traballei nos gaseoductos, no transporte, pero non hai nada que me guste máis que estar aquí cos animais, nas montañas. Pero non vou animar ao meu fillo a que continúe coa tradición familiar». En enero José Manuel, como el resto del sector agrario, estaba reivindicando en las calles unos precios justos para la carne que producía. Lo mismo que los agricultores para sus hortalizas.

José Manuel ha crecido entre vacas. Basta observar cómo las mira para entender su forma de trabajar.
José Manuel ha crecido entre vacas. Basta observar cómo las mira para entender su forma de trabajar. VÍTOR MEJUTO

Pero llegó el coronavirus. La emergencia hizo que el campo aparcara sus protestas para centrarse en trabajar porque, como se ha confirmado, es un sector esencial. En enero cobraban 4,8 euros por un kilo de kilo canal de Ternera Gallega Suprema. Ahora les están pagando 3,9 euros, prácticamente lo mismo que abonan por la carne de terneros criados en cebaderos. El kilo de solomillo en el súper ronda los 25 euros; la carne para asar, 9,5. José Manuel reivindica su trabajo desde «o prado», una ladera junto al río Trades llena de castaños entre los que pasta y duerme uno de sus rebaños. Está capitaneado por Copito, un toro de raza rubia galega y capa clara, hijo del insigne Camilo. No solo él tiene nombre. También cada vaca, como antes de que solo fueran un número. De Cereixa a Gallarda: «A nós dinnos que non nos pagan máis porque baixou a demanda, pero por outro lado os carniceiros dinnos que a xente continúa mercando e que os prezos ao consumidor non baixaron. Qué pasou? Din que somos esenciais, pero non podemos vivir do noso traballo».

«Qué pasou? Din que somos esenciais, pero non podemos vivir do noso traballo»

José Manuel es parte de una historia paradójica en la que confluyen un cruce de contradicciones. Por un lado están las nuevas directrices marcadas por la UE en estrategias como De la Granja a la Mesa o Biodiversidad 2030, presentadas la semana pasada en Bruselas, en donde priman el fomento de las prácticas sostenibles en la ganadería y la agricultura. Pero por otro, ganaderos como José Manuel, que conservan el manejo tradicional de los rebaños usando prácticas tradicionales con ganaderías en extensivo que garantizan el bienestar animal e incluso caminan hacia la producción ecológica certificada para obtener la carne de mayor calidad, son las más castigadas por los mercados. «Parece que queren que todo esté controlado por catro, carne de cebadeiros», comenta.

«Parece que queren que todo esté controlado por catro, carne de cebadeiros»

Teóricamente, ganaderías como la de José Manuel o la de Miguel y Laura, unos jóvenes de Treilán, en O Páramo, o como las del medio centenar de ganaderos que han acabado asociándose en Gandeiros Galegos de Suprema para tomar el toro por los cuernos son las que quiere Bruselas. Porque son sostenibles. Porque las vacas que pastan fuera retienen carbono y limpian los bosques. Porque todos ellos son jóvenes de entre 30 y 40 años que quieren quedarse y vivir del rural. Porque las nuevas tendencias de demanda dicen que el consumidor mira cada vez más hacia el producto de proximidad en el que se prima el bienestar animal. Pero en la práctica estos ganaderos que viven de sus vacas ven que no los ayuda nadie mientras cada vez les pagan menos por la carne de calidad de sus animales. Por eso estos ganaderos tienen a veces la sensación de que únicamente son interesantes para la foto. Su esfuerzo no importa.

Miguel y Laura son jóvenes, tienen dos hijas pequeñas y quieren quedarse en O Páramo, pero con los precios que les pagan no saben cuánto podrán aguantar
Miguel y Laura son jóvenes, tienen dos hijas pequeñas y quieren quedarse en O Páramo, pero con los precios que les pagan no saben cuánto podrán aguantar VÍTOR MEJUTO

«Terían que marcar un prezo mínimo que garantira a nosa supervivencia», explica Miguel. Los prados por los que pastan sus vacas se ven desde esa ladera junto al Trabe en la que están los animales de José Manuel. En línea recta no hay más de trece kilómetros. Por carretera son unos cuarenta. Miguel tomó el relevo de sus padres ,que también trabajan en la granja, igual que Laura, su mujer. Juntos sacan adelante a sus hijas, Tania y Daniela. Han invertido mucho: «Aforrei cinco anos para facer unha reforma de 150.000 euros, pedín un crédito o ano pasado que agardaba poder ter amortizado xa, pero tiven que pedir un aprazamento porque as contas non dan. Non temos outra cousa que perdas». Lo cuenta al tiempo que se para ante dos novillas: «Estas dúas tiña pensado deixalas para nais, pero tal e como está a cousa, para qué?». 

El trabajo es continúo. Duro. Miguel tiene que estar pendiente de los rebaños que tiene diseminados en distintas finca subicadas en un radio de quince kilómetros. Desde una de ellas, a lo lejos se ve Portomarín. También se ven las fincas que tiene cultivadas. La tierra en la que planta maíz, hierba...  Todo lo que comen sus vacas, lo cultiva él. «Facemos nós a comida. Todo natural», apunta. Y cuentan que de lo que se come, se cría: «Dende logo a calidade da carne dos nosos becerros, que comen todo cultivado por nós, e maman ata o último día non ten nada que envexar a ningunha outra». 

«A carne dos nosos becerros, que maman ata o final, non ten nada que envezar a ningunha»

José Manuel, Miguel... son felices en el campo. Su trabajo les gusta. Quieren a sus animales. Pero la ecompensa económica es escasa. No pueden aguantar mucho más. Lo dicen muy alto. Por eso se han unido en Gandeiros Galegos de Suprema. Ya son unos cincuenta y no dejan de recibir llamadas de ganaderos que quieren darles la mano para hacer más fuerza. Es verdad que están perdiendo, pero como sus granjas desaparezcan perderemos todos. Galicia la que más. Pero dicen que los gallegos son solidarios. Ahora más que nunca, esos ganaderos de Suprema que se han unido para que los escuchen, piden al consumidor que les tienda su mano. Solo ellos pueden salvarlos. ¿Cómo? Comprando producto de aquí, de Galicia. Solo de ese modo lograrán por fin ese «precio justo»