La instalación de ventiladores y chorros de agua permite aliviar las bajadas en la producción y el riesgo de abortos provocados por las altas temperaturas

X.R. ALVITE

Las vacas lecheras son, en líneas generales, bastante frioleras. De hecho, su zona de confort térmico oscila entre los 5 y los 25 grados. Por encima de esta temperatura y bajo unas condiciones determinadas de humedad empiezan a sufrir lo que se conoce por estrés por calor, una dolencia que además de mermar la producción o provocar problemas reproductivos puede, si no se corrige, llegar a provocar la muerte del animal. «En situacións de moito calor e elevada humidade as baixadas na produción leiteira poden alcanzar facilmente o 25 %, porque o animal come moito menos e o seu organismo perde parte das facultades innatas das que dispón para fabricar leite. Do mesmo xeito, baixan enormemente os niveis de fertilidade porque os celos son moito menos visibles e incluso, en determinadas situacións, prodúcense abortos en animais con xestacións de pouco tempo», apunta el veterinario Marcos Fernández González. Además, reconoce que, aunque la climatología no acostumbraba a ser un problema serio para las granjas gallegas, el cambio climático ha empezado a dejar huella en los últimos años con constantes cambios de temperatura convirtiéndose en una preocupación para los ganaderos.

Por eso, durante los últimos años, se ha ido disparando la instalación de ventiladores en los techos de las granjas para disipar el calor de su interior. Son aparatos que, dependiendo de su tamaño y potencia, oscilan entre los 400 y los 1.500 euros. A esa cantidad hay que sumar el precio de los sensores que hacen arrancar al ventilador de forma automática una vez se supere la temperatura programada.

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En la mayoría de casos, estos ventiladores se combinan con otros sistemas que emplean el agua para reducir la temperatura no sólo del interior de las instalaciones, sino también de los propios animales. Son, por ejemplo, los nebulizadores que, aprovechando las corrientes de aire, generan una atmósfera más húmeda y agradable para las vacas. También hay casos en los que se apuesta directamente por mojar a las reses mediante aspersores, un sistema totalmente autónomo que tras medir la temperatura de la granja aplica chorros de agua combinados con ventiladores sobre los lomos de las reses. Estos aspersores suelen ubicarse sobre los comederos. 

Hay explotaciones que incluso optan por instalar sistemas de riego en los techos con el fin de reducir la temperatura de las planchas de fibrocemento de las cubiertas y con ello también la que se registra en el interior de la nave. Aunque puede variar sustancialmente en función del tipo de solución elegida, se calcula que el coste de instalación de medidas de control del calor en una granja de 100 cabezas ronda los 6.000 euros, una cantidad que, tal y como explican los  propios ganaderos, resulta fácilmente amortizable teniendo en cuenta las graves pérdidas que pueden provocar las altas temperaturas.

«O ano pasado tivemos tres semanas con baixadas diarias de ata 1.000 litros. Ademais os animais tardaron moito en recuperar o ritmo normal de produción. Entre eso e algún pequeno descontrol que se produza no tema da reprodución, as perdas mensuais facilmente poden alcanzar os 3.000 euros», explica un profesional de Mazaricos que este año estrenará en su granja un sistema que combina aspersores con ventiladores y cuyo coste superó los 6.500 euros. 

El control comienza con el diseño de las instalaciones 

Aunque los sistemas de control de la temperatura permiten hacer frente con garantías a la aparición del estrés por calor, los entendidos en la materia señalan que la primera medida debe implantarse antes incluso de comenzar la actividad, con el diseño de las instalaciones. «Algúns dos problemas cos que nos atopamos nas granxas terían máis fácil solución se no seu momento se fixese un deseño e unha orientación axeitada das instalacións», explica Albino Iglesias, veterinario de la cooperativa Seragro que incide en la importancia de aspectos tales como el tipo de aislamiento del edificio, la altura e inclinación de la cubierta o la colocación y diseño de las aperturas del edificio a la hora de conseguir el llamado efecto chimenea.

Este profesional también apunta a la alimentación como un factor que también debe tenerse en cuenta a la hora de reducir la producción del calor por parte de la vaca. En este sentido, aboga por el aumento de la fibra digestible en la ración y por la aplicación de aditivos que ayuden a mejorar la digestibilidad de los alimentos.