Patrocinado porPatrocinado por

Apostó todo al rural y dejó un empleo estable por la agricultura y la granja familiar

Margarita Mosteiro Miguel
Marga Mosteiro SANTIAGO / LA VOZ

AGRICULTURA

XOAN A. SOLER

Alejandro Otero tiene en Santiago nueve hectáreas al aire libre, cuatro más en invernaderos y cría gallinas, cerdos, ovejas y terneras

25 mar 2023 . Actualizado a las 12:35 h.

Tras 21 años trabajando en la misma empresa, «los últimos como comercial, lo que me obligaba a estar diez horas al día fuera de casa», Alejandro Otero Iglesias decidió dejar su trabajo estable y con «un suelo seguro a final de mes» por la incertidumbre del campo. «No me arrepiento, pero tengo que reconocer que es duro. Aquí no hay domingos ni días libres», dice.

Antes de tomar la decisión de dejar su puesto de trabajo, Alejandro compatibilizó las dos tareas: «Atendía la huerta y llevaba el excedente a la Praza de Abastos. La gente me pedía más y yo intentaba cumplir». En esa época, «iba al mercado muy temprano para vender el producto a paisanas y fruterías, y luego volvía a casa para cambiarme e ir al trabajo». Cuando terminaba la jornada, todo su tiempo libre lo destinaba al cuidado del huerto. «Aprendí de mi abuela, que era de Vedra, iba a la Praza cargada de un ferrado de fabas y yo con medio. Ahora que veo a mis hijos, me doy cuenta de que lo del campo se aprende de pequeño. Puedes ir mejorando cosas, pero la base está ahí».

Su historia comenzó con una huerta al aire libre en A Sionlla, de donde es su mujer, «ahora tenemos nueve hectáreas; empezamos, hace diez años, con un invernadero. Poco a poco fue a más, y pusimos otro; casi sin darnos cuenta, son cinco invernaderos, con un total de cuatro hectáreas». Ni mucho menos se conformó con el cultivo de la tierra, Alejandro se ocupa también del cuidado de gallinas y gallos, «criados de forma artesanal, como las cincuenta ovejas y cabras, que están en cama caliente».

Además, se ocupa del cebadero de cerdos, donde cuenta con nueve madres y veinticinco lechones, y tres terneros de carne, «todo lo llevo de forma artesanal, como lo hacían nuestros abuelos». En su explotación, Alejandro se fija en las lunas para planificar siembras y plantaciones, «sin caer en el error de poner todo al mismo tiempo; tengo dos ciclos, así se alargan las cosechas, puedo tener grelos cuando quedan pocos o nada». Cuando dejó su empleo y apostó por el rural, Alejandro aprovechó su experiencia como comercial para ampliar su cartera de clientes. «No solo llevo mis productos a la Praza, también a tiendas de barrio.

Menos intermediarios, yo ganó más, el vendedor también, y el cliente paga bastante menos que en un supermercado y recibe más calidad». Alejandro reconoce que, sin la ayuda de su suegra, que «está pendiente de los niños, y sin mi mujer Mónica Leborán, que es mi luz, no sería posible». Ella conserva su trabajo a media jornada, pero «está al pie del cañón». En pago por el sacrificio que también supone para sus hijos, el año pasado «cerré los ojos, y fuimos tres días a Asturias. A la vuelta, todo estaba terrible, pero valió la pena».