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Alfonso Torrente: «A veces disfrutas del vino, pero el catador tiende a destriparlo»

Luis Díaz
LUIS DÍAZ MONFORTE / LA VOZ

AGRICULTURA

Alfonso Torrente, a la derecha, junto a Roberto Santana, en la última cata de Vila Viniteca
Alfonso Torrente, a la derecha, junto a Roberto Santana, en la última cata de Vila Viniteca Ferran Nadeu

Vencedor de un mundial de cata, el enólogo de Envínate fue subcampeón en el último concurso por parejas de Vila Viniteca, que ya ganó en el 2013

05 may 2022 . Actualizado a las 09:50 h.

La etiqueta de nariz de oro está hecha a medida para Alfonso Torrente (Sarria, 1979). También el cliché del «flying winemaker», el enólogo viajero que va de un lugar a otro para exprimir las virtudes de cada terruño. Torrente trabaja con el proyecto Envínate en territorios vitícolas tan dispares como Canarias, Albacete o la Ribeira Sacra, donde elaboran vinos fuera de la denominación de origen. «Dejamos de colaborar con productores en otras zonas para centrarnos en nuestros proyectos. Estamos comprando viñedo en la Ribeira Sacra y vamos a hacer bodega en Santiago del Teide», comenta al otro lado del teléfono. Son las once de la mañana y aguarda un vuelo en el aeropuerto de Tenerife. Con Roberto Santana, su socio canario de Envínate, sumó un nuevo premio en el prestigioso concurso de cata por parejas que organiza Vila Viniteca.

—¿Cuántos vinos catados incluye su jornada laboral?

—Depende de los días. Si enfocas el trabajo en la viña, muy pocos. Cuando toca bodega, al final de la jornada pueden ser tranquilamente más de cien, entre vinos que aún se están en depósito o en barrica y los que están embotellados y vas viendo su evolución.

—¿Cómo resiste cien vinos?

—Escupiendo, no hay otra manera de hacerlo. No bebes todos los vinos que catas.

—¿Se puede saber todo acerca de un vino sin beberlo?

—El olfato y el gusto son igual de importantes en una cata. Al aspirar aire en el momento de introducir el vino en la boca, percibes todas las sensaciones que puede dejar un vino aunque no llegues a beberlo. Detectas los taninos, si hay astringencia, si está o no equilibrado, si hay más o menos madera de la barrica...

Torrente obtuvo en el 2015 en Châteauneuf-du-Pape el campeonato del mundo de cata por equipos que organiza la Revue du Vin de France. Formaba parte de un grupo el que también estaba Roberto Santana. Con su socio de Envínate, ganó en el 2013 el Premio de Cata por Parejas de Vila Viniteca. Este año fueron segundos en este prestigioso concurso. Sin más ayuda que la agudeza de sus sentidos, tuvieron que identificar en las dos fases clasificatorias la zona de procedencia, el elaborador y la añada de catorce vinos de todo el mundo.

Más de cien parejas, algunas venidas de fuera de España, participaron en la cata en la Llotja de Mar de Barcelona
Más de cien parejas, algunas venidas de fuera de España, participaron en la cata en la Llotja de Mar de Barcelona Ferran Nadeu

—El concurso de Vila Viniteca tiene carácter lúdico, pero acertar los vinos puede ser un suplicio para el catador más experimentado.

—Este año participaron 120 parejas y los concursantes son todos de un nivel altísimo, muchos procedentes de otros países. Hay que acertar siete vinos a ciegas en la fase previa y otros siete en la final, que pueden estar elaborados en cualquier lugar del mundo. Después de la primera criba, quedan solo diez parejas. ¡Te puedes imaginar! Cada año es más complicado y más duro.

—¿Discuten mucho en una cata?

—Roberto [Santana] y yo nos conocemos desde la época de estudiantes, cuando hacíamos enología en Alicante, con 19 o 20 años. Catamos juntos casi a diario y compartimos una misma filosofía sobre cómo deben ser los vinos. Estamos muy compenetrados.

—¿Y si cada uno cree que está delante de un vino distinto?

—Normalmente, no sucede. Si estamos de acuerdo en la primera impresión que nos deja el vino, seguimos por ahí hasta identificarlo. Si la cata lleva a cada uno a una zona vitícola o a una añada diferente, se discute hasta llegar a un consenso.

—¿En los vinos también influye la primera impresión?

—Darle muchas vueltas a un vino que ves claro en un primer momento suele ser peor. Si la impresión inicial nos sirve para ubicarlo, procuramos no cambiar. Alguna vez lo hicimos y después de haberlo acertado lo tachamos para poner en la ficha de cata otro que no era.

—¿Cómo se puede identificar vino, bodega y año de elaboración solo con una copa delante?

—La clave es descorchar botellas. No se puede reconocer a ciegas un vino que no hayas probado.

—Se dejarán un pastón.

—La verdad es que sí, pero en nuestro caso es invertir en formación. Viajamos mucho, todo lo que podemos. Francia, Italia, Chile, Argentina... Vemos viñedos, conocemos bodegas y tenemos la oportunidad de probar todo tipo de vinos.

—Por la cata de Vila Viniteca desfilaron vinos de Europa, pero también de Chile o California. ¿Con cuáles se queda?

—Se pueden encontrar grandes vinos en el nuevo y el viejo mundo, depende de los productores y de las zonas. No solo se hacen en Francia, también los hemos encontrado en Estados Unidos. Australia o Nueva Zelanda.

—¿Ser profesional impide disfrutar del vino sin más?

—Es una buena pregunta [se lo piensa]. Voy a ser muy gallego: sí y no. A veces consigues desconectar y descorchas botellas solo para disfrutar y pasártelo bien con la comida, pero es cierto que mentalmente tiendes a destripar el vino, a ver siempre lo mejor y lo peor que tiene.

—¿Existen vinos que engañan al catador?

—Los vinos más tecnológicos, por estar más maquillados, te despistan más que si son limpios y definitorios de su zona.

—Si el vino se hace en la viña, ¿que pinta un enólogo?

—Está de moda habar de no intervención, de vinos que se hacen solos. Mi forma de ver las cosas es que la mano del hombre marca. Tiene que haber alguien con sensibilidad y conocimiento para transmitir en el vino el carácter de la viña, que es lo primordial.

—¿Queda algo de los 7.000 euros del premio?

—¡Dónde va que están gastados!. Roberto [Santana] y yo ya habíamos contabilizado pérdidas con el entrenamiento previo a la cata. Antes del concurso de Vila Viniteca estábamos en números rojos [risas].