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¿Qué pasó con las catedrales gallegas del campo?

Sara Pérez Peral
Sara Pérez REDACCIÓN

AGRICULTURA

 Estado actual de los silos de la construcción de Betanzos.
Estado actual de los silos de la construcción de Betanzos. CESAR QUIAN

Con el fin del franquismo, silos y graneros pasaron a manos de Xunta y concellos con suerte dispar. Otras comunidades optaron por protegerlos

30 ago 2021 . Actualizado a las 17:20 h.

Los llamaban las catedrales del campo. Edificios ahora simbólicos que en el pasado garantizaron la alimentación y estabilizaron los precios del trigo. La red nacional de silos y graneros se estableció en 1941, tres años después del inicio del gobierno franquista, para evitar el mercado negro del grano. Bajo la idea de almacenes públicos donde los agricultores tenían la obligación de vender el grano al valor que el régimen marcaba, el sistema pretendía ser autofinanciable. Esa era la teoría, que no se correspondió con la práctica, según explica Carlos Mateo Caballos, investigador en Arquitectura y Patrimonio Histórico. «El Banco de España puso mucho dinero, fue quien financió la estructura. Esto tenía mucho de campaña política», señala.

Imagen de un granero publicada por el régimen franquista
Imagen de un granero publicada por el régimen franquista

Los silos se distribuyeron por toda España. La mayoría se ubicaron en zonas rurales, pero también en capitales de provincia, donde su capacidad era mayor. En Galicia se encuentran cuatro graneros, uno en cada provincia. «La diferencia entre un silo y un granero es que los silos tienen 20 veces la capacidad de los graneros», explica Caballos. Además, los silos se localizaban en zonas productoras de cereal, y no era habitual que en la costa se cosechase grano. Del silo pequeño se transportaba al grande, que luego llegaba al granero por ferrocarril o carretera. Terminaba en manos de los harineros, que se ocupaban de la producción del pan. Esa era su razón de ser.

La red nacional contaba con 800 unidades entre silos y graneros. Pese a que hoy es relativamente sencillo dar con el paradero de cada uno de ellos, el ministerio no registraba el lugar exacto en el que se localizaban. Por norma general, se situaban en la periferia de los pueblos y en carreteras que conectaban ciudades. Es decir, a la salida de los municipios y en la vía principal. Estilísticamente, estos edificios se dividían en tres tipos: los de Andalucía, los de la región central y los de la del norte. En el caso de estos últimos, que corresponderían a las construcciones gallegas, los materiales elegidos eran la madera y el granito. No es hasta los años 70 cuando se unifica el estilo de todos los graneros: simplificados, iguales y austeros.

De los gallegos no se encuentran fotografías antiguas. «En la época franquista, para la publicidad del régimen solo hacían fotos a los silos grandes. Algo que no pasaba con los graneros, que eran menos pomposos y vistosos», explica Caballos. En todo caso, hay tres características que los definen: no disponían de tren vertical de selección, los muros eran de fábrica de ladrillo y la cubierta, inclinada a dos aguas.

 Uno en cada provincia

En Galicia se construyeron cuatro edificaciones, una en cada provincia. Los lugares elegidos fueron Betanzos, Guitiriz, Portas y Celanova. La mayoría, tres de ellas, datan de los años 60, mientras que la de Guitiriz se levantó en 1980. «Su construcción fue en plena transición, cuando ya no tenían sentido estos edificios», analiza Caballos. Su capacidad rondaba los 720 kilos, excepto el de Lugo, que en una de las fichas a las que ha tenido acceso Caballos aparece recogida la cifra de 7.000 kilos. La función de estos graneros era simple: la del secado del grano.

 En Celanova, las instalaciones del granero ahora pertenecen a la mancomunidad de tierras
En Celanova, las instalaciones del granero ahora pertenecen a la mancomunidad de tierras Santi M. Amil

Reconversión de las naves

Es el inicio de la transición y la entrada de España en la Unión Europea lo que frena la actividad de silos y graneros, que pierden su sentido. Ya no se puede vivir en una autarquía, al margen del comercio europeo. En ese momento el Estado cede los edificios a las autonomías, salvo construcciones estratégicas que el ministerio conservó y ahora ha comenzado a subastar por el coste que supone su mantenimiento.

Los graneros vieron reconvertidas sus funciones y otras actividades se asentaron entre sus cuatro paredes. El de Betanzos funcionó durante muchos años como centro de inseminación artificial de toros. Más tarde, en la zona comenzaron a construirse otros edificios que ahora acogen las instalaciones de los bomberos y las oficinas de servicios agrarios. Está en manos de la Xunta. En el caso del de Celanova, fue la mancomunidad de tierras la que asumió su gestión, al cedérsela el Concello. Su última función, explica el presidente de la mancomunidad, fue el de un almacén de piensos. Después de su rehabilitación, reparando su tejado y limpiando la maleza que había crecido a su alrededor, ahora acoge un centro de personas con discapacidad y en su entorno se encuentran las oficinas de la mancomunidad y las instalaciones de los bomberos, entre otras funciones. En el de Portas cuelga un cartel de «taller» y otro más actual que se corresponde con el obradoiro de empleo del municipio.

Otras comunidades de España han decidido proteger sus edificios, guardando una visión más patrimonial de estos. En algunos casos se han convertido en miradores, museos, observatorios de pájaros y estrellas, centros de juventud e incluso en secaderos de jamón o con fines inmobiliarios. Para Carlos Mateo Caballos todavía queda mucho camino por recorrer. «España es el país con la mayor red nacional de silos concebida desde un ente público», recuerda. Pero todavía no hemos reparado en ello.