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El primer albariño ecológico mira a Australia

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

AGRICULTURA

Oscar Vázquez

Natalia Rodríguez heredó de su padre la pasión por la elaboración de vino. Dejó su carrera de abogada para dedicarse a la producción natural y fundar Bodegas Corisca, de proyección cada vez más internacional

30 abr 2021 . Actualizado a las 02:10 h.

A pesar de que dedicarse a la agricultura no es tan idílico como lo pintan en los anuncios, y la sonrisa de oreja a oreja bajo el sombrero de paja no brota todos los días, la viguesa Natalia Rodríguez (cosecha del 71), está encantada. Desde que hace más de diez años decidió arrinconar su carrera de abogada para dedicarse a las viñas no ha vuelto a echar de menos los litigios entre humanos. Ahora se pelea en Bodegas Corisca, entre Tui y Salceda, con los elementos y con los habitantes indeseados del reino vegetal para conseguir las mejores uvas albariño de certificación ecológica de la comarca. «También hay estrés, pero es de otro tipo», remarca.

Natalia, licenciada en Derecho por la Universidad de A Coruña, se adentró en un mundo que no era del todo ajeno a ella. De hecho, recuerda, empezó porque su padre tenía y adoraba la plantación de dos hectáreas de albariño de la que salía el vino para consumo propio y vendía también uvas a bodegas como Terras Gauda. «En el 2003 empecé a darle vueltas a la idea de quedarme a vivir y trabajar en el campo. En el 2006 me lancé a desarrollar el proyecto con mis padres en esa finca, y en el 2009 saqué mi primera producción en ecológico. Esos tres años me sirvieron para formarme y tener claro hacia dónde quería ir y lo que no quería hacer», cuenta.

Lo que no quería era hacer un vino más. Empezó a formarse, fue a Francia a ver iniciativas parecidas a la que iba creciendo en ella y poco a poco fue acoplando terrenos, juntando tiras de tierra en un largo proceso de negociación con los paisanos. Para hacer la bodega, compró una casa abandonada cuyo dueño había emigrado a Brasil. La primera producción que salió de Corisca fue pionera en la elaboración de albariño ecológico, el primero con certificación ecológica de la D. O. Rías Baixas, que llegaba a un mercado en el que aún no se conocía un valor añadido tan importante. «Ahora somos muchos más, pero de aquella no había nadie y los contactos que tenía eran de Portugal y Navarra», reconoce sin obviar que casi doce años después le sigue costando mucho trabajo sacar el producto adelante. «Es un proyecto muy personal en el que puse y pongo mucho cariño y en el que creo firmemente, y aunque tengo personal que me ayuda en bodega y en el campo y colaboraciones para la venta, acabo siendo una mujer orquesta que participa en todo», resume la viticultora, que tiene dos frentes abiertos. Por una parte planta nuevas viñas y por otra, comienza el baile con uvas que empiezan a brotar en sus racimos antes de su florecimiento hermafrodita. Arranca también la guerra contra el principal enemigo en las Rías Baixas, el mildiu. El hongo que ataca los viñedos, en la agricultura ecológica no se combate con químicos, sino con productos naturales que se diluyen con el agua «y cada vez que llueve tenemos la viña desprotegida», lamenta.

Del mismo modo siente que aún haya quien crea el bulo sobre la supuesta inferior calidad del vino ecológico, falacia infundida hace años por la competencia, desacreditando una labor titánica que aboga por una producción más natural. «No usamos pesticidas ni herbicidas ni productos químicos ni tóxicos», aclara. En su caso, hasta el envoltorio es verde. Acaba de ganar el Premio Ecovino al Mejor Ecodiseño, que valora aspectos como el ligero gramaje del vidrio, el corcho natural o el etiquetado con papel reciclado.

Corisca toma el nombre de la finca de la familia, topónimo «que significa viento huracanado con lluvia y granizo», y está más asentada en el mercado internacional que en Madrid. Su producción llega a Estados Unidos, Inglaterra, Dinamarca, Alemania, Bélgica e Italia, «y estamos empezando a conquistar Australia», repasa. El covid frenó catas y visitas, pero están reactivando experiencias en cuatro propuestas de enoturismo con alta gastronomía, recorridos por la zona y alquiler del espacio para eventos.

Un poco de historia.

Cosecha. En el paso de la producción convencional que ejecutaba su padre a la suya ecológica, el viñedo más antiguo sufrió algo de estrés y bajó la producción los primeros años, cosa que no ocurría en las fincas nuevas, tratadas desde el principio en ecológico y acostumbradas a generar sus propias defensas. Pero como señala, la producción ecológica siempre es algo más pequeña. «Son 4.000 kilos por hectárea respecto a los 10.000 de la convencional», indica. Aunque fluctúa bastante y cuenta que esta primavera lluviosa y cálida está siendo complicada, la cosecha, que se completa con la de la original Finca Muíño, ronda los 12.000 litros.