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Trabajando con vocación de hierro

Xosé María Palacios Muruais
XOSÉ MARÍA PALACIOS VILALBA / LA VOZ

AGRICULTURA

ALBERTO LÓPEZ

José Mario Cabo Jardón, que mantiene una actividad a la que ya se dedicaban su padre y sus abuelos, fabrica utensilios respetando los métodos tradicionales

04 oct 2018 . Actualizado a las 11:58 h.

«Aí van un par de coitelos ben feitos». José Mario Cabo Jardón muestra en su taller dos cuchillos recién elaborados. Trabaja en A Ermida, en la parroquia riotortega de Espasande, en donde los ferreiros aún son un presente que mantiene en pie una gloriosa y secular tradición. Cuchillos y hoces salen de su forja en un proceso que José Mario Cabo Jardón realiza de principio a fin. El empleo de acero, que no ha arrinconado del todo al hierro, parece la única concesión al avance de los tiempos en esta forja, cuyo responsable aprendió el oficio de su padre y en donde los cambios solo parecen responder al propósito de ofrecer la mayor calidad a los compradores.

El trabajo empieza con el aplanado de las hojas que se acabarán convirtiendo en hoces o en cuchillos, operación que los ferreiros denominan espalmar. Luego viene el trabajo de cravuñar, que consiste en darles forma. A continuación viene el templado, del que este ferreiro advierte que es el paso más importante: explica que si no se logra el punto adecuado de poco vale que la pieza esté bien elaborada.

Colocar el mango es la siguiente tarea: este ferreiro usa madera de boj -que viene de Navarra, dice-, de álamo o de abedul. Con el afilado, por último, la pieza ya queda lista. José Mario Cabo recuerda que hace décadas, cuando eran su padre o sus abuelos los ferreiros en activo, los afiladores formaban un gremio numeroso, puesto que resultaba normal que uno trabajase solo para dos profesionales del hierro, de tan abundante como era la producción. Él tiene una máquina en la que realiza el afilado inicial, que completa en dos moas, hechas de granito.

Antes de que los objetos -en este caso, más bien los cuchillos- se conviertan en mercancía, hay que barnizarlos en seco «para que queden bonitos». Después se empaquetan, agrupados en cajas de seis o de doce unidades, en cajas, si bien es posible comprarlos de uno en uno.

Carbón mineral, que viene de Asturias en sacos de 40 kilos, o vegetal, que elaboran carboeiros de la zona oriental de Lugo, es el combustible utilizado. Todas esas operaciones y esos cuidados son imprescindibles para una actividad que puede suponer una producción diaria de unos 18 cuchillos o de unas 25 hoces: esas dos clases de utensilios son los que salen de su taller, en el que, en cambio, apenas fabrica navajas.

Lejos quedan los tiempos en los que las hoces de Riotorto se mandaban a todo el norte de España y a Castilla, donde se usaban en faenas agrícolas. Los cambios, sin embargo, no son tan rotundos: José Mario Cabo está convencido de que «un fouciño é imprescindible nunha casa» para afrontar con garantías trabajos como «atopar uns marcos» o «preparar un horto».

Sabe que en el mercado se venden piezas más baratas, pero agrega que la calidad es muy inferior. Esa es una de sus alegrías: «O que me gusta é ver empezar as pezas e velas rematadas, sentir que levas unha peza ben feita», dice. Eso sí, el trabajo, pese a haber mejorado con los años frente a los tiempos de sus antepasados, sigue exigiendo horas y horas, que él aumenta porque suele acudir a ferias y mercados del norte de Galicia y del occidente de Asturias. «Cantos traballiños levamos pasado», asegura.

Todo el proceso, incluido el barnizado de los mangos, se realiza en su forja

La producción media diaria puede ser de unos 18 cuchillos o de unas 25 hoces