Las amenazas que ponen en peligro al pimiento del piquillo: «Este año tuve que plantar antes porque después no tenía temporeros»

Maruxa Alfonso Laya
m. alfonso NAVARRA / LA VOZ

SOMOS AGRO

Mikel Alcalde en su finca de Andosilla
Mikel Alcalde en su finca de Andosilla Maruxa Alfonso

El cambio climático, su sensibilidad a las plagas y la falta de mano de obra suponen un reto para este emblemático cultivo

30 sep 2024 . Actualizado a las 10:18 h.

Desde el pasado 15 de septiembre, Mikel Alcalde trabaja todo el día en su finca de Andosilla, un municipio de Navarra, «con el lomo a noventa grados», como le gusta decir. Porque ese día comenzó la campaña de recolección del pimiento del piquillo, una de las conservas de hortalizas más populares en España. Él es uno de los 68 agricultores que, según los datos de la denominación de origen Piquillo de Lodosa, se dedica a este cultivo bajo la marca de calidad. La tarea no es sencilla y por eso cada vez son menos los que apuestan por él. El cambio climático, la sensibilidad a las plagas de esta planta y la falta de mano de obra suponen una seria amenaza para este popular producto.

«Sacar adelante este cultivo cuesta mucho trabajo, es muy laborioso», explica Alcalde. Normalmente, plantan entre finales de mayo y principios de junio. Y esa es una tarea que requiere mucha mano de obra porque se realiza de forma tradicional. Hay que colocar los plásticos, agujerearlos e insertar cada una de las plantas. Tareas, todas ellas, que requieren de muchas manos. Que no hay. «Este año tuve que plantar antes de tiempo porque después no tenía temporeros», explica. Lo mismo sucede con la recolección, que también se hace a mano. Una finca como la suya, de 1,4 hectáreas, precisa a cuatro personas trabajando durante un mes para recolectar toda la producción.

Los pimientos tienen que ser de color rojo intenso y de unos diez centímetros de largo
Los pimientos tienen que ser de color rojo intenso y de unos diez centímetros de largo Maruxa Alfonso

 El cambio climático también supone un inconveniente para este cultivo, que es muy sensible a las inclemencias meteorológicas. «Está cambiando nuestra forma de cultivar, ahora tienen que plantar antes», añade Sara Machín, técnica de campo del Grupo AN, la cooperativa a la que Mikel vende toda su producción. El problema está en las dos semanas de calor, hasta cuarenta grados, que se registran en verano. Si entonces el pimiento toca el suelo le salen pecas, unas manchas que lo vuelven inservible para comercializarlo. 

Es, además, un cultivo muy sensible a las plagas, lo que obliga a los agricultores a estar muy pendientes. Oídio, Heliothis y otras enfermedades e insectos pueden arruinar una cosecha. «Es un cultivo difícil porque hay muchas plagas y es muy sensible», insiste Alcalde. Otra de las características de esta planta es que precisa mucha agua. «Una vez que está plantado necesita entre cuatro y cinco horas de agua cada dos o tres días», explica. Él tiene suerte, «esta es una zona de regadío y este año no hemos tenido restricciones de agua», cuenta. Pero a pocos kilómetros, en Tudela, los agricultores ya han sufrido restricciones en algunas campañas.

Aunque lo peor de todo es, sin duda, el nivel de desperdicio, porque solo los pimientos que alcanzan la forma, el color y el tamaño perfectos pueden ser amparados por la denominación de origen. «Tiene que ser de color rojo intenso y de unos diez centímetros de largo», explica Machín. Aquellos que no crecen lo suficiente, no cogen el color adecuado o tienen alguna mancha se tiran. «No quiero ni pensar cuántos desperdiciamos», añade Mikel. Para él, cultivar al amparo de la denominación tiene una ventaja, el precio que le pagan por kilo. «Están entre los 92 y 93 céntimos, fuera de denominación no llegaría a los 50», sostiene. «Mikel es el único agricultor amparado por la denominación de la cooperativa, el resto de la producción la tenemos que comprar a otros agricultores», añade Machín, que reconoce que cada vez es más difícil encontrar productores que los abastezcan de este popular pimiento.

El producto entra en unos tubos de calor, en los que se asan a grandas temperaturas. Luego el proceso se hace a mano
El producto entra en unos tubos de calor, en los que se asan a grandas temperaturas. Luego el proceso se hace a mano Maruxa Alfonso

La conserva, un proceso igual de artesanal

Todo la cosecha de Mikel acaba en la fábrica de Conservas Dantza del Grupo AN, porque la conserva es el principal destino de los dos millones de kilos de pimiento del piquillo que se recogen al amparo de la denominación de origen. «Es un producto que no tiene salida en fresco», cuenta Rafa Castejón, director de Conservas Dantza. En esa planta se envasarán unas 400 toneladas siguiendo un proceso artesanal, que requiere de mucha mano de obra. Esto provoca, entre otras cosas, que el pimiento llegue a los mercados a un precio muy superior al del que proviene de otros países, con los que les resulta complicado competir.

«Es un proceso manual, que se hace muy despacio y en el que el agua no toca el pimiento», cuenta Pablo Ruiz, director de la planta. Tras la recepción del pimiento, este entra en unos tubos de calor, en los que se asan a grandas temperaturas. Posteriormente, pasan por una mesa de selección y, tras separar las semillas y la parte superior, se les quita la piel. «En otros países esto lo hacen con chorros de agua, aquí no», añade, lo que permite conservar todos los aceites esenciales que se liberan durante el asado. «Es un proceso que no se puede mecanizar», subraya. El pimiento de Lodosa «es más dulce, mientras que el que viene de fuera no sabe a nada y por eso le ponen azúcar». El problema es que ese proceso artesanal encarece los costes y un bote de este pimiento vale el doble que uno importado.