El «mulching» o las balsas para evitar arrastres favorecen el crecimiento de especies en las laderas arrasadas por el fuego en el 2016 en Porto do Son
20 jul 2022 . Actualizado a las 23:21 h.Dicen los que saben que donde crecen las cistáceas después de que un incendio haya arrasado un monte, hay esperanza. En las laderas que se extienden en paralelo al Atlántico, entre las parroquias de Xuño y Caamaño, en Porto do Son, esas pequeñas flores amarillas y blancas asoman entre toxos que escoltan pinos jóvenes cargados de piñas y sobreiras (alcornoques) que, tras haber vencido al fuego, sobresalen sobre el resto de especies que conviven en esos terrenos empinados que miran al Atlántico. Los primeros son los protagonistas de una resistencia pasiva a las llamas. Son los hijos nacidos de las semillas que dejaron los pinos pinaster que crecían en esas fincas antes de que en agosto del 2016 uno de los incendios más virulentos de la temporada pelara el monte, obligando a evacuar varias casas en la zona. Las segundas, una especie pirófita, son la silueta de la resistencia activa, la de los árboles que se mantienen en pie tras haber logrado sobrevivir al fuego.
En montes como este, en proceso de regeneración, es donde trabaja Cristina Fernández, doctora en Biología e investigadora en el Centro de Investigación Forestal de Lourizán. Ella es una de esas personas que sabe y, mucho, de cómo evitar arrastres del suelo tras un incendio. Lleva veinte años estudiándolo. Por eso sabe lo que indican esas pequeñas flores amarillas, las cistáceas, cubriendo unas laderas donde el fuego arrasó unas 900 hectáreas de terreno, llevándose por delante matorrales permanentes y pinus pinaster de diez años.
«Nuestro pino es un pionero. Los que han crecido en esta zona tras el incendio del 2016 tienen piñas. No es común que broten con solo cinco años de edad, pero es verdad que el hecho de haber realizado labores de silvicultura en la zona, abriendo calles entre los árboles, favorece la fructificación porque no tienen competencia. Las piñas son fuente de nuevas semillas», explica. De volver a arder, ahí estarían esas semillas que se diseminan cada año para mantener viva la resistencia.
A simple vista y a medida que se va subiendo por la pista que conduce a Cabrais de Abaixo no parece que las llamas hubieran arrasado esta parte de esta costa de influencia oceánica con rasgos mediterráneos. Son unas laderas cubiertas de verde que apuntan a la playa de Río Sieira, la que precede a As Furnas. La procesión va por dentro. Por las aguas que recorren la cuenca y por el suelo.
Precisamente por eso lo primero que hicieron desde Lourizán tras haber contenido las llamas fue evaluar su severidad en el suelo. Ese es el primer paso para llevar a cabo esas actuaciones destinadas a evitar la erosión, unos trabajos que han de realizarse en los meses posteriores al fuego porque es en el primer año cuando el riesgo es mayor.
«Lo fundamental es evitar los arrastres —destaca Cristina— porque ese es uno de los problemas más importantes que causan los incendios en Galicia». Pero no todos los fuegos son iguales, ni afectan de igual forma al suelo. «Hay que evaluar muy bien dónde se actúa porque incluso en un mismo incendio la afectación del suelo no es la misma en todas partes», matiza mientras avanza entre tojos para mostrar el lugar en el que su equipo colocó las redes o balsas de retención para recoger los sedimentos y también evitar los arrastres de carbones que, de llegar al agua pueden hacer que esta no sea potable durante un tiempo o también perjudicar los bancos de marisco.
Ahí, donde ahora crecen esas leguminosas, los toxos, que inyectan y fijan hidrógeno al suelo, este ya no se ve teñido del gris que dejó la ceniza. Está negro. El haber arrojado paja con helicópteros desde el aire para recubrir las zonas en las que estaba muy quemado para emular la cobertura orgánica que suele tener (una técnica conocida como mulching) dio frutos.
Evaluar los daños del suelo, primer paso de la recuperación tras un incendio
Cristina mira a las laderas de Ribasieira, en Porto do Son. Parece satisfecha. En seis años la regeneración que ha experimentado el monte es espectacular con un volumen de biomasa, calcula, de unas 60 toneladas por hectárea. Es bueno, pero también corre el peligro de volver a arder. Por eso hay que estar vigilantes. Aunque el jueves, pese al calor, las condiciones de viento no son las mismas que en el 2016. Y continúa trabajándose en planificación y prevención de un monte que en Galicia, mayoritariamente, es de particulares o comunidades de montes. Porque a la hora de repoblar también hay que mirar las condiciones del suelo y del monte: «Las frondosas, por ejemplo, no quieren sol», explica.
Pero también hay que estar en guardia permanente porque, como dice esta investigadora, el gran riesgo que existe en la comunidad son los que, por distintas razones, plantan fuego al monte.
Zonas de riesgo
Más allá de eso, su trabajo es evitar que el daño causado por las llamas como las que estos días atacan Pobra de Brollón o Folgoso do Caurel perdure. Lourizán es uno de los pocos centros de España donde se mide la erosión del suelo, un pilar fundamental sobre el que planificar la regeneración. «Lo que hacemos es elegir aquellos lugares con más riesgo de arrastres», comenta Cristina Fernández. En Galicia suelen ser terrenos con pendiente donde llueve más. Buena parte de las microparcelas que monitoriza este centro investigador de la Consellería do Medio Rural están en la zona occidental de la comunidad, de mayor influencia atlántica y donde está sometida a mayor erosividad de la lluvia.
En la Sierra de la Culebra
La investigadora ha estado no hace mucho en la Sierra de la Culebra, donde el mes pasado ardieron unas 30.800 hectáreas enmarcadas dentro de la reserva de la biosfera durante un incendio provocado por una tormenta seca con catorce focos. Cristina estuvo allí porque lo que se pretende es abrir una red entre universidades y centros de investigación para trabajar en línea. «Aunque el incendio de Zamora afectó a una gran superficie, los efectos sobre el suelo no fueron tan catastróficos porque las llamas pasaron rápido», dice. Esa es la prueba de que no todo el fuego daña igual.