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Galicia tiene en su Arca de Noé de semillas un arma para que los cultivos resistan las plagas

M.C. / S.R. LA VOZ / REDACCIÓN

SOMOS AGRO

Julio López Díaz en el interior del banco de semillas de Mabegondo
Julio López Díaz en el interior del banco de semillas de Mabegondo CESAR QUIAN

Los bancos de germoplasma se ponen al servicio de los agricultores para conservar la biodiversidad y garantizar la supervivencia de las distintas especies frente a la irrupción de agentes externos como heladas, sequías, enfermedades o plagas.

09 jun 2023 . Actualizado a las 18:06 h.

Hay un lugar a unos 1.300 kilómetros al norte del Círculo Polar Ártico, en el archipiélago de Svalbard, donde se guarda uno de los grandes tesoros de la Humanidad, una caja fuerte a modo de búnker que custodia todas las variedades de semillas del mundo. La humanidad tiene ahí una garantía para su supervivencia. No hace mucho, en el 2015, la conocida como Bóveda del Fin del Mundo, creada en el 2008 por Noruega para proteger cultivos fundamentales para procurar sustento a la humanidad, tuvo que abrirse por primera vez. Fue debido a la guerra de Siria como algo excepcional. De hecho, a la bóveda únicamente puede accederse en caso de catástrofe o sequía.

En Galicia hay otros dos lugares, uno en la parroquia de Santirso de Mabegondo (Abegondo) y otro en Salcedo (Pontevedra) donde también se custodian decenas de semillas. Tanto el Centro Investigaciones Agrarias de Mabegondo, dependiente de la Consellería de Medio Rural, como la Misión Biológica de Galicia, del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), tienen sus respectivos bancos de germoplasma de especies agrícolas. Son una suerte de Arca de Noé en la que se conserva toda una amplia diversidad de variedades fruto de la evolución de la agricultura durante miles de años. El primero conserva, fundamentalmente, especies autóctonas. El segundo tiene, además de variedades gallegas, otras del resto de la Península y de América. Hay desde maíz a brásicas (berzas, repollo, nabizas...) o leguminosas. 

«No queremos que el banco acabe convertido en un museo, queremos que las semillas lleguen al agricultor» Y a diferencia de lo que ocurre en Svalbard, los bancos de germoplasma de Mabegondo y de Salcedo están abiertos a los agricultores, a las cooperativas y a las empresas porque, como explica la jefa de grupo de Mejora Genética de Maíz de la Misión Biolóxica de Galicia, Rosana Malvar, «no queremos que el banco acabe convertido únicamente en un museo, queremos que las semillas lleguen al agricultor». Porque además de haber realizado una recuperación de variedades, añade, «somos mejoradores. Por eso no vamos a poner cortapisas a la hora de que alguien quiera aprovechar lo que hacemos». Un ejemplo de esa colaboración entre investigadores y agricultores es la semilla de Faba Galaica, recuperada por investigadores del centro y que ahora a empezado a producir Terras da Mariña Sociedad Cooperativa Gallega.

   

Julio López Díaz, investigador del Centro de Investigacións Agrarias de Mabegondo (CIAM) no duda en abrir el búnker donde se almacenan las semillas para mostrar lo que tiene el banco tiene que ofrecer a agricultores o empresas que quieren recuperar cultivos autóctonos. «Guardamos cerca de 700 variedades de maíz, unas 1.500 especies pratenses, unas 200 de frutales, otras tanta de trigo, unas 80 de centenos...», explica.

«Recibimos peticiones de semillas de especies autóctonas cuyo cultivo se abandonó hace años» Un repaso más pormenorizado de la riqueza del banco de Mabegondo permite desgranar su contenido: una colección de 692 variedades autóctonas de maíz de la Cornisa cantábrica (529 de Galicia, 77 e asturias, 52 del País Vasco y 24 de Cantabria); otra de más de 2.300 ecotipos pratenses; once clases de pimientos, dieciocho de tomates, veinte de cebollas, doce de repollos, tres de lechuga y 63 de judías; 195 variedades de trigos; 95 de centeno; cuatro de avenas y tres de cebadas. Por no hablar de 331 clases de manzanas, 131 de peras y 15 de cerezas.  

Toda esa riqueza es compartida. De ahí que el banco pueda abrirse con mucha más frecuencia que el del Círculo Polar. «Recibimos peticiones de semillas de especies autóctonas cuyo cultivo se abandonó hace años», apunta Díaz.

Pero más allá de ser una fuente de diversidad para surtir a particulares o empresas, los bancos son también una forma de mantener la biodiversidad y, de ese modo, garantizar la supervivencia de los cultivos frente a los efectos de una plaga o enfermedad. En definitiva, trata de evitar la pérdida de variabilidad intraespecífica de esos recursos fitogenéticos agrícolas de Galicia provocada por la utilización de variedades de semillas comerciales mejoradas en lugar de las variedades locales. 

«Las especies autóctonas pueden ser menos productivas, pero tienen mayor calidad» Porque, como indica Díaz, las variedades comerciales «suelen ser más homogéneas» En este sentido, Rosana Malvar habla de lo que diferencia a las variedades locales de las híbridas. «Estas últimas son más productivas, pero tienen el defecto de ser más uniformes. Por tanto son más susceptibles a sufrir las consecuencias de un estrés provocado, por ejemplo, por una plaga que afecte a toda una plantación. En cambio la variedad local es menos productiva, pero más variable y, por tanto, puede capear mejor el problema». Díaz coincide y apunta, además, que «las especies autóctonas pueden ser menos productivas, pero tienen mayor calidad». Y pone como ejemplo, el tomate negro de Santiago que en los últimos años ha logrado colocarse entre los preferidos en las fruterías. 

Esa es la prueba de como las cualidades organolépticas de estas variedades son cada vez más preciadas por los consumidores, lo que implica que estas semillas son también la base para producir verduras o frutas con una calidad bien diferenciada.