El último sorbo del café portugués

Brais Suárez
brais suárez OPORTO / E. LA VOZ

SOCIEDAD

b. s.

Las nuevas costumbres están desplazando a las especialidades propias

08 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Aunque no tiene prisa, un hombre apura en la barra una taza humeante. Está en un snack bar, el clásico establecimiento melancólico, semivacío, con comida amarilla en los expositores y lluvia helada en el umbral de la puerta. El café, negro y amargo, hierve como lava salida del infierno.

Pidió un pingo, pero podría ser un cimbalino, galão, meia de leite, cheio, abatanado, garoto… En Portugal hay cientos de formas de tomar café, que es tanto una cuestión de sabor como de orgullo nacional. El oro negro salpica el día a día de los portugueses, que enseguida reconocen a un extranjero cuando lo toma con mucha leche.

De lujo procedente de ultramar hace tres siglos, el café se convirtió en un hábito cotidiano, en una excusa humeante para esperar, leer el periódico, hablar con un amigo, empezar el desayuno o poner fin a una cena. Los logotipos de Delta, Sical o Nicola podrían incrustarse en el escudo de Portugal, como ya lo están en su paisaje urbano: adornan sombrillas, toldos, escaparates o sillas.

Sin embargo, estas marcas ya han perdido el bastión que tenían en la capital. Allí, como empieza a pasar en Oporto, Braga, Cascais…, esta cultura del café tan propia de Portugal cede a otras costumbres, de mano de un público nuevo, joven y extranjero: las cafeterías de especialidad, que hace unos años apenas se conocían y que ahora conquistan los centros urbanos. Acogedoras, tranquilas y cálidas ?cada vez más, en formato de cadena— ofrecen un café tanto más cuidado como más caro; sobre todo, cafés de tipo arábica, que pueden costar unos 50 euros el kilo frente a los 10 euros del pingo con sabor a cenicero que sirve el snack bar.

Las ganas de café no se van, pero ese hábito tan cotidiano para los portugueses ?que repiten, de media por persona, casi tres veces al día— está volviendo a ser el lujo que fue en el siglo XVIII.