Más allá de la aberración que supone la pornografía infantil, hay otro tipo de porno, violento y que cosifica a la mujer, que según algunos estudios supera el 80 % de todo el que se produce. La psicóloga Natalia Pastor, de Sexperimentando, explica que la clave, más que en las prohibiciones, está en que la educación que reciben niños y adolescentes les proteja para que este tipo de contenidos no marquen su sexualidad y sus formas de relación social.
«Lo importante no es tanto restringir si no educar. Al final los adolescentes van a poder buscar la forma de consumir la pornografía (y la buscarán más aún si la consideran más prohibida) y sin una educación que respalde ese contenido, las consecuencias negativas del consumo de porno tendrán un mayor impacto en los más jóvenes», opina la especialista, para quien esta educación debería llegar a todos los lugares con el objetivo de que «los adolescentes podrán tener una relación con su sexualidad más consciente, sana y menos comparativa en función a un canon tan exagerado como se puede ver en el porno».
En lugar de eso, actualmente hay cientos de miles (seguramente millones) de menores en España accediendo a contenidos pornográficos «sin buscarlo siquiera», como dice la sexóloga, porque se lo encuentran incluso en anuncios mientras hacen uso de otras plataformas. «Sin un contexto previo, a través de la educación en casa o en el contexto académico, pueden tener una idea totalmente desvirtualizada de lo que es la erótica y el sexo, y pueden desarrollar un imaginario alrededor de esto que desencadenará complejos y agravios comparativos desde edades muy tempranas», añade la experta.
Si además ese contenido es violento e implica una degradación de la mujer, las consecuencias pueden ser todavía más lesivas. «Por ejemplo, si en el contenido se visualiza cómo una mujer que está siendo violada acaba disfrutando, quizá el adolescente integre que esto es así en la vida real», dice Pastor para quien estas películas «relegan a la mujer a un mero objeto que satisface al hombre» y esto perpetúa roles de desigualdad más allá del porno.