José Antonio Marina: «Llevo mucho tiempo trabajando para inventar la vacuna contra la estupidez»

Juan Ventura Lado Alvela
j. v. lado REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Marina es autor de más de una treintena de ensayos filosóficos y pedagógicos
Marina es autor de más de una treintena de ensayos filosóficos y pedagógicos

El pedagogo hablará en Afundación sobre la sociedad del aprendizaje

06 may 2023 . Actualizado a las 16:48 h.

El filósofo, escritor y pedagogo José Antonio Marina Torres (Toledo, 1939), uno de los pensadores más destacados en el ámbito de la educación, hablará el martes en la Universidad Intercontinental de la Empresa (19.00 horas, sede de Afundación de A Coruña) sobre la necesidad de un gran acuerdo nacional sobre la sociedad del aprendizaje.

—¿Por qué es imposible llegar a un mínimo consenso político sobre educación en España?

—Porque no les interesa resolver el problema sino afirmar su posición y así no se puede llegar a ningún tipo de pacto. Es una cuestión ideológica. Yo lo digo con una frase que es exagerada, pero que tiene una parte de verdad: la ideología es a la educación lo mismo que la mixomatosis al conejo. No deja uno. Luego también hay que decir que a la sociedad española no le interesa la educación. Le interesa a los padres con niños en edad educativa, pero como sociedad no nos interesa. Eso es lo grave y de lo que quiero hablar el martes en A Coruña. Digo esto porque en todas las encuestas que hace el CIS sobre la preocupación de los españoles nunca aparece la educación. Entonces, los políticos piensan: «Bueno, cuando a la gente no le preocupa, será que todo va muy bien». De manera que también la sociedad española es responsable de la desidia educativa. Y hay que explicarle a la sociedad que el nivel de vida, el nivel económico, el nivel político y el social dependen de la educación. Es un tema que nos afecta a todos y que nos debe interesar a todos.

—Son conclusiones muy graves

—Es que España perdió el tren de la Ilustración, perdió el tren de la industrialización..., si pierde el tren de la educación nos convertimos en el bar de copas de Europa, y no es eso lo que yo quiero para mis alumnos.

—¿Es real la sensación de que vivimos en un capítulo acelerado de la historia?

—En otros momentos históricos sí se ha tenido la sensación de que las cosas ocurrían con demasiada rapidez. Por ejemplo, cuando la destrucción de Roma con las invasiones bárbaras. Parecía que todo había cambiado de una manera realmente tremenda. En el momento de la industrialización, lo mismo. Ha habido momentos de aceleración en los que han cambiado mucho los patrones sociales y económicos. Hay una especie como de síntomas que se pueden medir, como cuánto duraban las técnicas con que se resolvían las cosas. Si coges, por ejemplo, la forja, pues los herreros habían trabajado con las mismas técnicas durante siglos. En agricultura hubo algunos momentos en que cambiaron las cosas, cuando aparece el arado de hierro que profundiza más, cuando aparece la manera en que los bueyes y los caballos puedan arrastrar con más fuerza. Esos son momentos en que de repente cambian cosas, que por lo demás han durado durante siglos. En cambio, en este momento las tecnologías se expanden con una rapidez fantástica y además van cambiando con muchísima velocidad. Solo tienes que ver como ha cambiado la tecnología digital desde que aparece el móvil conectado. Se expandió con muchísima rapidez y este es, digamos, un modo objetivo de mirar la aceleración.

—¿Hay en este proceso una moral laica para sustituir el declive de la judeocristiana?

—En el último libro, El deseo interminable, me ha interesado ver la historia como experiencia de la humanidad. Es decir, para comprender cómo han pasado las cosas, por qué estamos donde estamos y si podemos prever de alguna forma a dónde vamos a ir. Cogiendo la historia en toda su longitud, yo creo que se puede afirmar que ha habido un progreso ético de la humanidad. En este momento no aceptamos cosas que hasta hace muy poco tiempo parecían solamente soportables. La esclavitud duró en España hasta 1890 en las últimas colonias, que eran provincias españolas. En ese sentido, el progreso en la defensa de los derechos es un progreso ético universal. ¿Cómo se entiende esto con el declive de las religiones? Bueno, pues porque efectivamente las religiones tuvieron un papel esencial en la humanización de la especie humana que es esencial, pero después fueron excediéndose en sus atribuciones, sobre todo en el momento en que se aliaron con el poder. Entonces se produjo una evolución del reconocimiento de la dignidad humana, de los derechos humanos, independiente de su relación con Dios. Algo que entra en la historia de la humanidad de mano de las religiones, llega un momento en que se independiza de ellas y esa es toda la deriva secular que tiene la ética a partir, sobre todo, de la Ilustración y del siglo XIX. No podemos pensar que hemos retrocedido en derechos. Están más vigentes que nunca, lo que ocurre —y a eso le dediqué un libro entero, Biografía de la inhumanidad—, es que aunque se dé un progreso de repente la humanidad sufre colapsos terribles, descivilizadores. Volvemos atrás y entonces emerge la atrocidad. En el siglo XX, por ejemplo, aparecieron las guerras mundiales, los genocidios, las hambrunas políticamente dirigidas... Tenemos un progreso muy inestable y por eso conviene conocerlo bien para saber que las grandes conquistas en derechos que hemos tenido son muy precarias. Están sometidas a colapsos, como lo que pasa con Ucrania. Nadie pensaba que íbamos a tener una guerra así. Que ahora se pueda pensar que a lo mejor hay una guerra nuclear es como para hacérnoslo mirar. Pero, ¿qué tipo de cultura estamos haciendo? Como decía uno de mis maestros: «Si somos tan inteligentes porque hacemos tantas atrocidades, tantas estupideces». Bueno, pues ya sabes que yo llevo mucho tiempo trabajando en una cosa que sonaba un poco extraña, que es ver si podemos inventar una vacuna contra la estupidez, porque la estupidez es la plaga más tremenda para el ser humano. Dentro de esa vacuna para la estupidez, está, como no, la educación, que es la que es la que nos tiene que proporcionar anticuerpos para defendernos contra todos los virus de la estupidez.

—¿Es el desprecio a la verdad el principal virus de esta enfermedad?

—Uno de los dogmas de la filosofía posmoderna es que no se puede conseguir la verdad, que la verdad depende del poder, que consideramos que es verdadero aquello que el poder nos dice. No tenemos criterios suficientes para distinguir lo verdadero de lo falso. Eso es mentira y además es peligroso. Estaríamos realmente en manos del que tenga mejores sistemas de adoctrinamiento y eso perjudica al débil, porque no va a tener forma de poder dar a conocer la verdad, sino que va a estar sometido al poder de los medios de comunicación, de las redes sociales, de las tecnologías de la comunicación, que se han convertido en ese momento en una gigantesca industria. Todas las grandes compañías informáticas (Facebook, Twitter, Apple, Google...) están viendo que hay una gigantesca fuente de ingresos en poder manejar la información. Los datos de los demás tienen valor y pueden ser utilizados para persuadir a la gente de cualquier cosa. Por eso uno de los componentes de la vacuna contra la estupidez es fortalecer el pensamiento crítico, que en este momento está en quiebra incluso en las en las grandes universidades americanas. Están sufriendo una especie de epidemia de no me complique usted la vida. Hay un desarme intelectual realmente grave y eso yo se lo atribuyo a la filosofía. No está cumpliendo en este momento su función social, que es pensar en nombre de la sociedad para intentar poder discernir entre lo verdadero y lo falso, entre lo bueno lo malo, entre lo bello y lo feo, entre lo justo y lo injusto... Vivimos en una tremenda confusión de conceptos. Las polémicas feministas, por ejemplo, ponen de manifiesto la dificultad de fijar bien los conceptos. Esto lleva a decir que así es la vida. Vamos a un pensamiento que dice: no te definas porque no hay definición posible. Todo está en un mundo de fluidez, el mundo del pensamiento líquido. No hay mentiras, solo hay realidades alternativas y eso lo dijo un presidente de Estados Unidos. Esto está reblandeciendo nuestra capacidad crítica, nuestro sistema inmunológico vital. Estamos perdiendo capacidad para responder ante los infundios, los bulos, la corrupción... Hemos perdido nuestro sistema de defensa, así que, vuelvo a decirlo, necesitamos una vacuna contra la estupidez que fortalezca nuestro sistema mental inmunológico. Necesitamos poder defendernos de todos estos ataques. Un síntoma de todo esto cuando decimos que una cosa se extiende por las redes decimos que se está viralizado. Es decir, que se ha convertido en un virus, que siempre es peligroso. Siguiendo con la metáfora, no tenemos forma de luchar contra ellos, porque los antibióticos no funcionan. La gran protección para impedir que nos invadan es la vacuna. Por eso vuelvo a decir que hay que trabajar en una vacuna contra la adoctrinamiento, contra la estupidez, contra la atrocidad. Creo que es posible hacerla y distribuirla.

—¿Hasta qué punto los algoritmos de las grandes tecnológicas se convierten en cajas de resonancia que crean guetos?

—Llevo siguiendo la evolución de la inteligencia artificial y de los sistemas digitales desde que aparecieron. Por una casualidad, porque yo estaba en el último curso del bachillerato, era el año 56 y un profesor de matemáticas un día en clase nos dijo que acaba de aparecer una idea muy novedosa en Estados Unidos: la inteligencia artificial. Me pareció fascinante y la he seguido desde entonces. Cuando aparece internet, por ejemplo, estaban los hackers que en aquel momento eran, digamos, los revolucionarios. Pensaban que la tecnología de internet iba a ser la gran liberadora de la humanidad. Por eso eran partidarios de los códigos abiertos. Decían: «Ahora sí que sí vamos a ver una etapa de libertad en el mundo», porque el conocimiento y la capacidad de expresar va a estar al alcance de todo el mundo. Sin embargo, no hemos conseguido lo que queríamos, al contrario. Hemos sufrido una trivialización precisamente por esos filtros burbuja, por la selección de información, por la facilidad con que se forman pequeñas tribus de fanáticos. Y en este momento lo que creíamos que iba a ser una un instrumento de liberación mundial, pues se ha convertido en una especie de fomento del tribalismo. Es decir, solo leo lo que me interesa, entro en los grupos que van a confirmar lo que yo pienso... y todo eso tiene que ver también con la decadencia del pensamiento crítico que tiene que ser universal.

—¿Las agresiones sexuales a menores están en aumento o somos más conscientes por el acceso que tenemos a la información?

—Estamos más sensibilizados y tenemos más fuentes de información de un asunto que era un secretismo. Las cosas pasaban en la familia, se lavaban en la familia y por lo tanto no pasaban. También estamos fomentando ya desde hace años una sexualización precoz. La información estaba muy controlada por los padres, los docentes o por la sociedad. En este momento, los niños tienen acceso libre a cualquier tipo de información. Les interesa la información sexual, les interesa la pornografía y les interesa la violencia. Y estamos en una especie de falta de control de la sociedad. Un ejemplo: la adolescencia no es una edad biológica, esa es la pubertad. La adolescencia es una creación cultural estrictamente educativa. Era para evitar que los niños, como ocurría en el siglo XIX, entrasen en el mundo del trabajo a los diez o los once años. Se inventó una etapa educativa que no era una época para decir: «Ya sois adultos jóvenes, podéis hacer lo que queráis. No, ahora tenéis que educaros y para eso necesitáis que los demás estemos dispuestos a educaros». Eso en este momento no lo estamos haciendo. Hay una especie de miedo educativo. Si yo le digo a alguien que eso es su obligación parece que lo estoy sometiendo a un régimen de tortura y eso no está bien porque las cosas hay que hacerlas por motivación. ¡Estupendo! Ojalá pudiéramos hacer todo lo que tenemos que hacer con ganas de hacerlo, pero todos sabemos que hay unas cosas que hacemos con ganas y hay otras cosas que no tenemos ganas de hacerlas, como por ejemplo madrugar para ir al trabajo, y que las tenemos que hacer porque es nuestra obligación. Los estamos haciendo muy vulnerables y al final no tienen una personalidad lo suficientemente fuerte para saber que hay que aprender a disfrutar de las cosas y hay que aprender a resistir las cosas que no son agradables. Cuando de repente una madre viene y me dice: «No, yo lo que quiero es que mi niño sea feliz». Digo: «Estupendo, pero también tendrá que aprender la tabla de multiplicar y a lo mejor eso no le hace tan feliz en este momento». De manera que es una idea blandita de felicidad. Estamos reblandeciendo un poco toda la idea de felicidad, reduciéndola a una especie de bienestar social y al final lo que hacemos es que intoxicamos de comodidad y luego nos dicen: «Oye, que el mundo para el que me has educado no es así».

—¿Estamos educando a una generación de cristal?

—Tenemos que educar a generaciones que sean capaces de tomar decisiones y decisiones adecuadas. Eso significa que tenemos que ayudarles a fortalecer los hábitos cognitivos. Tienen que pensar bien los hábitos afectivos. Tenemos que fomentar en ellos los buenos sentimientos: compasión, generosidad, colaboración, ayuda, justicia... pero también necesitamos fortalecer lo que en mis libros llamó las funciones ejecutivas que son la capacidad de tomar decisiones. La valentía para tomarlas y la tenacidad para mantener el esfuerzo. Una cierta resiliencia, una cierta dureza de no romperme en cuanto tenga una dificultad. Todo eso sería lo que hace que una persona sea capaz de dirigir su vida. Luego, aparte de eso, están los valores morales. Tenemos que intentar adecuar nuestra vida a unos patrones de justicia que defiendan la dignidad de las personas. Que sepan resolver bien los conflictos que inevitablemente van surgiendo en la convivencia humana.

—¿El niño que recibe una bofetada debe devolverla?

—Pensar que el agredido lo que tiene que hacer es devolver la torta es no darse cuenta del problema. El problema es que los agresores cogen las víctimas más débiles. Son unos cobardes siempre que actúan en pandilla. Solamente se meten con los más débiles, con los más fuertes no se meten. Precisamente han escogido a quien no va a poder devolver el golpe. Y sobre todo una cosa importantísima: el mejor aliado de los agresores siempre es el silencio de las víctimas. Porque tienen miedo de decirlo, porque tienen vergüenza... Lo que hay que hacer es quitarles ese miedo y esa vergüenza. Hay que hablar de este asunto. Tienes que contárselo a alguien, a tus padres... Hay que ir eliminando una serie de mitos que encierran a las víctimas y las meten en un callejón de salida. ¿Si sabemos cómo hacerlo, por qué no lo hemos hecho? Pues porque no nos enfrentamos con los problemas y todo se cronifica. En tres años se puede erradicar la violencia en un centro, si tiene la ayuda suficiente. Necesita una red de apoyo para que los centros no se encuentren ante un problema que les supera. Las asociaciones de padres tienen que hacerlo, los municipios, los médicos de atención primaria, los psicólogos... Nos da la impresión de que los problemas se van a resolver solos y los problemas complejos necesitan intervención de mucha gente. Pero se pueden resolver si queremos resolverlos.

—¿El acceso a la pornografía a edades tempranas puede alterar para siempre el esquema de estímulos y afectos?

—El ser humano es muy es flexible y puede corregir muchas cosas, pero lo que produce la pornografía es un concepto muy definido de lo que son las relaciones sexuales. La pornografía primero es falsa y segundo es muy machista. La figura de la mujer es de objeto total. Transmite una idea equivocada de lo que son físicamente las relaciones sexuales y eso afecta muchísimo socialmente. Entre las personas de mi generación hay mucha gente que tiene problemas sexuales, porque, claro, hemos vivido en una sociedad represiva y la sociedad represiva acaba produciendo sujetos muy raros. Ahora que sí tenemos una especie de libertad completa, estamos viendo que no es así, al contrario. Las consultas de los sexólogos están llenas y estamos viendo que la presión, por ejemplo, acerca de la imagen física se ha disparado. Estamos fomentando un tipo de vida muy pendiente de la mirada de los demás, del juicio de los demás y eso es un sistema clarísimo de dependencia.