Polémica en la educación en Texas por la influencia de la religión evangélica

Juan Ventura Lado Alvela
j. v. lado REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Estudiantes de un instituto de Florida en una protesta educativa
Estudiantes de un instituto de Florida en una protesta educativa OCTAVIO JONES | REUTERS

Una ley obliga a exhibir en los centros los diez mandamientos

09 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El papel de Estados Unidos como referente en derechos y libertades se está topando con decisiones políticas y judiciales que indican una tendencia regresiva en asuntos tan centrales como el aborto, los derechos de las personas LGTBI o la sacrosanta laicidad de las escuelas públicas.

La primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de América, que data de 1787, dice que «el Congreso no podrá hacer ninguna ley con respecto al establecimiento de la religión, ni prohibiendo la libre práctica de la misma; ni limitando la libertad de expresión». Una máxima en entredicho con los crecientes giros reaccionarios en cuestiones sociales que se están produciendo en algunas zonas y con la expansión de los cultos protestantes evangélicos o pentecostales.

Por norma general —si es que se puede hablar de criterios generales en un país con 50 estados y 332 millones de habitantes—, las enseñanzas de religión ni son evaluables ni las imparte el Estado en sus aulas con recursos públicos. Un consenso que viene de los años cincuenta y que se ha mantenido más o menos estable al margen del signo más conservador o más progresista del Gobierno. Las principales polémicas tenían que ver con cómo ocupaban el tiempo los estudiantes ateos mientras el resto asistían a clases de sus respectivas religiones. E incluso la Corte Suprema llegó a dictaminar en 1962 que las oraciones patrocinadas por la escuela violaban ese punto de la Constitución que prohíbe establecer una religión oficial.

Con la llegada al Gobierno federal de Donald Trump la capacidad de presión de algunos grupos religiosos se ha retroalimentado con los elementos más ultras del partido conservador. Tanto, que en el 2020 la administración Trump lanzó una guía sobre lo que denominaba «derecho a rezar». El propio presidente la presentó el 16 de enero coincidiendo con el Día Nacional de la Libertad Religiosa. «No solo estamos defendiendo nuestros derechos constitucionales, también estamos defendiendo la religión misma, que está bajo asedio», dijo el multimillonario que, para sorpresa de nadie, obtuvo el 80 % de los votos de los evangélicos blancos.

Sin embargo, al margen de cuestiones declarativas de tinte político y sin implicaciones legales, el verdadero impacto de Trump está relacionado con los nombramientos de jueces ultraconservadores para el Tribunal Supremo, donde los cargos son vitalicios y existe el riesgo de que el perfil ideológico de los elegidos esté cada vez más alejado de la realidad social. «Ese contraste aumenta la probabilidad de que una mayoría de la Corte designada por el Partido Republicano simpatice con las tendencias religiosas más conservadoras y choque con las prioridades de una sociedad que se vuelve más secular y religiosamente más diversa, especialmente entre las generaciones más jóvenes», tal como publicó el analista Ronald Brownstein en The Atlantic.

«A las personas e instituciones religiosas se les está otorgando el derecho de esgrimir la libertad religiosa como una espada para dañar a otros y, francamente, frenar el progreso social a la luz de nuestra demografía cambiante y el progreso hacia una mayor igualdad», denuncia la presidenta de Estadounidenses Unidos por la Separación de la Iglesia y el Estado, Rachel Laser, en un manifiesto.

La Corte Suprema tiene la potestad de priorizar los asuntos que aborda. De ahí que llame tanto la atención la cantidad de casos de libertad religiosa abordados recientemente y su resolución siempre en el mismo sentido, al abrigo de la mayoría conservadora. El ejemplo paradigmático es el del mes de junio del año pasado. Con solo seis días de diferencia, el tribunal dio luz verde a la financiación de escuelas religiosas con dinero público y respaldó el derecho a rezar en los colegios públicos. Esto último lo hizo en defensa de Joseph Kennedy, un entrenador de fútbol de instituto que fue despedido porque en los partidos se ponía a rezar en el centro del campo. La mayoría de los magistrados entendieron que se estaba vulnerando su libertad religiosa, por más que los tres progresistas se opusieran, con el argumento de que «esta decisión perjudica a las escuelas, a los jóvenes ciudadanos a los que sirven y al longevo compromiso de la nación con la separación entre iglesia y Estado», tal como expresó la jueza Sonia Sotomayor.

La semana pasada los conservadores dieron un nuevo paso en el Senado de Texas con la aprobación de una ley para obligar a que las escuelas públicas exhiban en un lugar visible los diez mandamientos.

La profesora Alba Arias Prado da clase allí, solo que en la ciudad de Dallas y eso resulta relevante porque para ella la división se aprecia más entre entornos rurales y urbanos que entre unos estados y otros. «Tendemos a pensar que, por ejemplo, Texas, donde yo vivo, es un estado súper conservador. Sin embargo las grandes ciudades como Austin o Dallas, no lo son. Si te vas a las zonas rurales, la cosa cambia», explica la joven lucense. «La población de las zonas rurales suele ser población que se ha sentido olvidada y maltratada en muchos casos, y de manera reaccionaria vota a partidos conservadores», añade.

Arias está convencida de que la mayoría de la población urbana considera «una excentricidad» eso de poner los diez mandamientos en clase porque la relación de los estadounidense con la fe está llena de matices y en muchos aspectos no se le conceden a las confesiones privilegios como los que tienen en el sur de Europa. «Es cierto que la religión moldea el día a día de una gran parte de la población, si lo comparamos con países como España. Sin embargo aquí la religión, a pesar de ser un gran pilar de la vida social, está fuera de la escuela pública», explica.

La también lucense María Eugenia Fernández Iglesias participó en el mismo programa de docentes visitantes y además en dos ocasiones y en ambos extremos del país, primero en Utah (oeste) y luego en Portland, en el estado de Maine (oeste). Incluso la eligieron Profesora de Español del Año en el 2022. Ahora está de vuelta en su colegio de Pontedeume, pero en esos cinco años de aventura americana visitó 25 estados, la mitad de los del país cuando «la inmensa mayoría de los norteamericanos no llega a esa cifra en toda su vida». Conoce la realidad e incide en que Estados Unidos «es una gran nación democrática, pero imperfecta y desigual, llena de contrastes, así como de aspectos magníficos y penosos». El nivel de laicidad tampoco escapa de esas disparidades. «Se da la pasmosa situación de enseñar en algunas High Schools [institutos] la historia bíblica de la creación al mismo nivel que la teoría de la evolución y, sin embargo, en ese país resultaría extraño que algunas entidades religiosas estuviesen exentas del pago de importantes impuestos tal como sucede en España y que el PSOE, en vez de eliminar esa injusticia, quiere extenderla a todas las religiones», explica.

Fernández Iglesias sí percibe diferencias territoriales. Por ejemplo, entre estados ricos, como Massachusetts o California, y pobres, como Misisipi o Luisiana. Quizás más acusadas que las de Europa pero no muy distintas de las de Europa. «¿Es verdad que el rico País Vasco no contribuye al equilibrio territorial del resto de España?, ¿el norte de Italia quiere ser solidario con el sur?», se pregunta para ejemplificarlo.

«Las zonas más conservadoras suelen coincidir con las menos ricas y sofisticadas y con los estados que cayeron en graves crisis derivadas de las reconversiones industriales y la deslocalización y globalización», cuenta la profesora, para quien un nivel de formación cultural más bajo implica «un mayor número de personas vulnerables a las ideas ultraconservadoras y ultrarreligiosas».

Para la docente del CEIP Couceiro Freijomil de Pontedeume, Estados Unidos se adelantó con Roosevelt a la mayoría de las democracias occidentales «en la creación del estado de bienestar, la reducción de la pobreza y el fortalecimiento de la clase media», pero a partir de la presidencia de Johnson, y sobre todo de la de Reagan, «se fueron aplicando políticas que han provocado una disminución de la muy amplia clase media norteamericana y un aumento de las diferencias sociales». Algo que ni mucho menos es exclusivo de Estados Unidos y «se ha ido replicando desde hace ya bastantes años en casi todos los países democráticos y occidentales».

En cualquier caso, ese aparente giro reaccionario y ultrarreligioso de las escuelas tiene muchos matices. La educación en el país es puntera en muchas cuestiones, sobre todo técnicas, como la investigación médica o la tecnología espacial. Es cierto que el 40 % de los estudiantes se declaran cristianos blancos, el 25 % cristianos no blancos y el 10 % profesan otra fe. Solo el 25 % son ateos, pero hace una década ese grupo no llegaba siquiera al 17 %. Por tanto, resulta más que probable que las creencias y las vidas de los jóvenes se estén moviendo en claves muy distintas que las que manejan en los círculos más ultras de la política.