Mudlarking: La historia se escribe con barro y basura

Tamara Montero
Tamara Montero SANTIAGO / LA VOZ

SOCIEDAD

Lara Maiklem escribe sobre una actividad en el lecho del Támesis regulada mediante licencias y que, en algunos casos, en España podría ser ilegal: excavar en busca de tesoros arqueológicos está prohibido

14 mar 2023 . Actualizado a las 17:50 h.

El sol entra a raudales por la ventana y de pronto, de la manos que Lara Maiklem acaba de levantar hacia la cámara surge un destello. Es una pequeña arandela que recuerda levemente a aquellas monedas modernas de 25 pesetas, aunque pensándolo bien, de modernas ya conservan lo justo. Quizá ya es el momento de que empiecen a aparecer en uno de los paseos por el lecho del Manzanares, del Ebro, del Guadalquivir o del río Sar, que ya ha escupido algún que otro tesoro arqueológico. 

«Los objetos que yo encuentro son basura, pero se puede contar tanto sobre las personas comunes, como tú y como yo, a través de estos objetos y no tanto a través de los castillos, y las batallas y las fechas». Vale que una moneda de 25 pesetas no es basura (o sí) pero a lo que se refiere Lara Maiklem (Surrey, Reino Unido, 1971) es a que quizá dice más de una época un tapón de botella que una gran catedral. Aunque ambas cosas cuentan historias.

«Yo quiero saber cómo vivían mis ancestros y eso lo descubro a través de su basura. Los objetos más pequeños pueden contar historias maravillosas». Como la arandela. Cuatrocientos años de antigüedad. Seguramente estuviese atada a una bola de lana. «Lo más interesante es que cuando lo aplastaron quedó una impronta en el cuero. Hay un pequeño momento capturado en este objeto». Alguien lo llevó, hace mucho, mucho tiempo.

A eso se dedica Lara Maiklem, a recuperar pequeños instantes del lodo. Se llama Mudlarking (Capitán Swing), una actividad estrictamente regulada y que rescata historia del río. Podría ser el Sar, pero es el Támesis. Podría ser la virgen gótica, pero es una arandela, un tapón, una pipa, botones, monedas, tipos de imprenta. Un zapato. 

De todos los objetos que ha encontrado a lo largo de los años, Lara Maiklem se queda con el zapato. Del siglo XVI, «es único y tiene una conexión mágica con el pasado». El material orgánico, como la tela o el cuero, suele desaparecer, desintegrarse en las aguas del Támesis. «Puedes ver la huella de los deditos de los pies. Probablemente fuese de una persona pequeña, de un niño de unos seis años», cuenta la autora. 

Un zapato emerge del barro y con él, muchas preguntas. ¿Cómo lo perdió quien lo llevaba? ¿Se le caería subiendo a un barco? ¿Se lo tiraría su hermano en una pelea?  De hecho, ¿quién era quien lo llevaba? Se establece una conexión íntima desde la elipsis, desde el no saber nada de la persona que poseía ese objeto. «Es lo que hace que se me erice el pelo de la nuca, es lo que es único de mis hallazgos. Son como pequeñas capturas de pantalla del pasado».

El Támesis es el yacimiento arqueológico más largo del mundo. Así, todo a lo largo en dos mapas, hace las veces de apertura de un volumen que va entrelazando el pasado del Reino Unido con el lecho del río. Y la de Lara Maiklem con la marea que lo domina. Porque sí, el Támesis, al contrario que el Sena, es un río con marea. Y cuando baja, deja al descubierto la historia de Londres.

Sí, el mudlarking presta un servicio patrimonial encomiable y sirve para conectar a la sociedad con su propia historia. «Es una historia compartida a la que tenemos derecho. De hecho, ¿qué sentido tiene encontrar algo si luego no compartes tu hallazgo?» ¿A dónde irían todos esos objetos si nadie los recogiese?

Por eso es importante entregar ciertas piezas al Museo Británico, y de hecho es una costumbre instalada entre la población. «Nuestros objetos quizá no cuenten la historia del territorio, del Reino Unido, pero cuentan historias pequeñas que deben de ser compartidas». El mudlarking funciona como un servicio de recuperación histórica gratuito y voluntario. 

«Los objetos no se pueden vender porque en realidad no te pertenecen», sino que son de la Autoridad Portuaria de Londres. Si aparece algo de plata o de oro de más de 300 años se considera un tesoro. Eso tiene que ser notificado a las autoridades para proceder a su catalogación.

Eso hay que tenerlo claro, porque ni siquiera una actividad regulada como la del mudlarking está libre de personas que solo buscan tesoros para enriquecerse. «Paran a la gente para evitar que se lleven objetos». La policía patrulla el lecho del río y el propio Museo Británico controla también la actividad. Legalmente, no se puede sacar beneficio de lo que se encuentra en el lodo.

Maiklem se define como recolectora. Pasea, mira al suelo y solo rescata lo que el río da. Pero en el mundo del mudlarking existen también los cazadores. Personas (sobre todo hombres) que excavan, que rompen los estratos que conforma el lodo para buscar más y mejores objetos. 

Vale que no hay que generalizar y la mudlarker subraya que sus conclusiones responden a la observación sobre el terreno: «No he visto mujeres con el detector de metales», dice. Eso cambia el modo de buscar. Hay quien recoge solo lo que queda al descubierto (y eso son la mayoría mujeres, recolectoras), lo que «está preparado para mostrarse al mundo. La búsqueda con excavación es muy agresiva» y a la procura de monedas y objetos de más valor. «Es un ambiente mucho más competitivo».

En cambio las mudlarkers tienden más a pasear por la orilla, vaciar la mente, meditar y, si hay suerte, encontrar algo de lo que el río le devuelve a Londres. «Es una experiencia más holística que ir a cazar un tesoro para luego mostrárselo a los amigos. Yo muchas veces vuelvo con las manos vacías a casa, pero he paseado, me he sentido bien en ese paseo», explica Maiklem. 

En España podría ser delito

Ojo, porque lo que está regulado a las orillas del Támesis (hay licencias que permiten excavar hasta 4 centímetros) en España, de hecho, puede ser delito. Primero de todo. Cualquier hallazgo arqueológico es propiedad del Estado. Es decir, de todos. Si paseando por el monte aparece un torques, el torques es de propiedad pública.

Segundo, el uso de detectores de metales también está sujeto a restricciones. No se puede utilizar  en zonas arqueológicas, reservas naturales, bienes de interés cultural (BIC), castillos, iglesias y zonas catalogadas. Tampoco se puede hacer una excavación, advierten los expertos. Y sin embargo, el expolio existe.

El campamento de Penedo dos Lobos, en Manzaneda, uno de los catalogados por el colectivo Roman Army, fue expoliado «sistemáticamente», según denunciaba en septiembre José Manuel Costa. Es un delito, porque se trata de una zona inventariada. 

«Tenemos ese mismo peligro», lamenta Lara Maiklem. Son los conocidos como night hookers. A lo largo del río hay zonas que están protegidas y un calendario. Áreas en las que no se puede buscar. «Pero sigue habiendo gente que va, a horas prohibidas y a zonas en las que no deben estar. ¡Y suelen ser hombres!». 

La autora de Mudlarking no es usuaria del detector, pero está acostumbrada a ver a lo que en España se conoce como detectoristas. «Sacan una mesa de cámping y ahí van colocando sus hallazgos, los comparan...». La competitividad, dice Lara Maiklem, puede ser una de los elementos que lleven a la gente a cruzar los límites.

«Y luego está la avaricia, personas que quieren encontrar tesoros y guardárselos, o venderlos. Eso es un problema muy grande y no se va a resolver con providencia divina», lamenta la mudlarker. Apela a la responsabilidad. A pararse a pensar un poco en qué pasaría si el patrimonio, el pasado, las pequeñas historias, fueran desapareciendo poco a poco y de manera permanente. Jamás se sabría nada de un niño, de unos seis años, que un día perdió un zapato en el Támesis.

«Es una historia compartida, que es de todo el mundo no es una historia privada», remarca de nuevo Lara Maiklem, que reconoce que su actitud no es muy popular y que genera división de opiniones. Pero lo tiene claro: «Hay gente que transgrede y hace cosas que no deberían hacer. Y hay muchas personas, sobre todo mujeres, que nos oponemos y nos enfrentamos a ellos. Yo seguiré alzando mi voz». 

«Hay gente en Londres que jamás ha ido al río»

«Lo que no me gusta y lo que me parece peligroso es cuando la gente maltrata el lecho del río, porque es la parte más importante a nivel medioambiental». Allí es donde los peces desovan. Y para proteger el terreno, la Autoridad Portuaria ha decidido no dar más licencias para el mudlarking. Lara Maiklem ha utilizado las redes sociales para dar a conocer esta actividad y también para mostrar como rescatar la historia del barro de manera respetuosa. Pero no siempre es así.

 La autora relata en el libro que un día encontró en el río una urna con las cenizas de un difunto, que volvió a soltar en la corriente preguntándose si llegarían efectivamente al mar o estarán atascadas en una pila de neumáticos. En solo estas tres líneas se puede ilustrar el deterioro medioambiental del ecosistema del Támesis en concreto y de la naturaleza en general. Un deterioro del que muchas veces no hay conciencia.

«Una de las cosas que he aprendido con el mudlark es que la gente no cambia. Siempre hemos tirado la basura, hemos sido sucios y hemos destruido lo que nos encontramos». Pero esta vez, ahora, nuestros desperdicios son distintos. «La basura de nuestros ancestros era material orgánico, que se destruiría y volvería a la Tierra. Pero nuestro plástico es eterno y tóxico». 

Eso, en una sociedad profundamente consumista en la que la obsolescencia programada y el fast-todo (fast food, fast fashion..) ha llevado a situaciones como las de tirar por el retrete cualquier cosa pensado que así desaparece para siempre. «Pero no, va los ríos y luego al mar. Estamos haciéndole cosas horribles al río» y el deterioro, dice Maiklem, es visible en el lecho del río. La situación ha empeorado no solo por el plástico. También por las toallitas. «Nunca se había visto esta cantidad de basura».

«Cuando los arqueólogos del futuro quieran saber cómo vivíamos nosotros van a encontrar plástico. Mucho, mucho plástico». El río funciona como un espejo, un reflejo de lo que ocurre en Londres. Todos los ríos lo son. 

Es cierto que el Támesis es uno de los ríos abiertos más limpios que existen, que ha pasado de estar biológicamente muerto en los años 70 a tener peces, pero el plástico flota a pocos centímetros de la superficie y queda atrapado en el suelo del río. «Y la gente no es consciente de lo que ocurre. Usa el plástico sin ningún tipo de responsabilidad». 

Y esa responsabilidad, esa toma de conciencia medioambiental corresponde a cada persona. ¿Es que las ciudades y sus habitantes viven de espaldas al río? «Creo que la gente no piensa realmente en el río, de hecho es algo que creo que molesta», que hay que cruzar, que la gente mira «con cierto desprecio porque divide la ciudad». Ni siquiera ven que sube y baja la marea. Y sin embargo, «Londres existe gracias al Támesis».

Funcionó como autopista, como una de las vías de conexión comercial y de transporte de mercancías más importante del mundo. Una arteria. La principal arteria, que en las décadas de los 60 y 70 fue languideciendo. Los locales cerraron y la gente le dio la espalda al río.

«Se convirtió en un lugar abandonado» que hoy vuelve a habitarse. «De hecho, es una de las zonas más caras para vivir». Se vuelven a hacer actividades al aire libre, se recupera el espacio. 

«El Támesis es una masa que respira, un golpe de naturaleza en medio de una de las ciudades más feas y grises del mundo». Es un lugar de paz y esencial para la ciudad. «Espero que la gente tome conciencia de su importancia».

Porque no solo los objetos son patrimonio. También el suelo que se pisa, incluyendo el barro a las orillas de un río, son patrimonio. «Hay gente en Londres que jamás ha ido al río». Maiklem reinvidica que es necesario vivir el Támesis, hacer excursiones. Hacer que la gente se sienta orgullosa del Támesis como un símbolo de Londres. Quizá entonces lo miren de frente: «Tenemos que cuidarlo, amarlo y parar de tirar basura».