Muere el papa emérito Benedicto XVI

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MAURIZIO BRAMBATTI | EFE

Fue elegido pontífice en el 2005 tras el fallecimiento de Juan Pablo II, cargo que ocupó durante ocho años hasta que en el 2013 renunció en una histórica decisión. El funeral se celebrará el próximo jueves en la plaza de San Pedro. A partir del lunes su cuerpo será expuesto en la basílica

31 dic 2022 . Actualizado a las 18:27 h.

El papa emérito Benedicto XVI (Marktl, Alemania, 1927) ha fallecido hoy a los 95 años en el monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano, donde residía desde su histórica renuncia al pontificado en el 2013. «Con pesar informamos que ha fallecido a las 9:34 horas», confirmaba esta mañana el Vaticano en seis idiomas distintos. El funeral se celebrará el próximo jueves, a las 9.30 horas, en la plaza de San Pedro. Estará presidido por el papa Francisco. Según el portavoz de la Santa Sede, Matteo Bruni, Joseph Ratzinger dejó como última voluntad que la ceremonia fuese «lo más sencilla posible», «solemne, pero sobria».

Benedicto XVI recibió el sacramento de la extrema unción el pasado miércoles, 28 de diciembre, cuando sus condiciones de salud comenzaron a ser graves. En el momento del fallecimiento, se encontraba con su fiel secretario, monseñor George Ganswein, y con las cuatro mujeres del movimiento Memores Domini, que le han atendido los casi diez años en los que vivió en el monasterio situado en los jardines vaticanos, haciendo turnos para no dejarle solo ni un momento. La capilla ardiente se instalará este lunes, 2 de enero, en la basílica de San Pedro y el cuerpo permanecerá expuesto para recibir el último adiós de los fieles hasta el miércoles por la tarde. Se desconoce si será embalsamado y si, como indica la tradición, será colocado en tres féretros: uno de ciprés forrado de terciopelo carmesí, encajado en otro de plomo de cuatro milímetros de espesor, a su vez encajado en otro de madera de olmo barnizada. Tampoco se sabe dónde se le enterrará, aunque probablemente será en la cripta dedicada a los pontífices bajo la basílica vaticana, como ya reveló a su biógrafo, Peter Seewald.

Benedicto XVI pasará a la Historia como el pontífice que renunció, lo que no ocurría desde Celestino V en 1294. En los casi diez años transcurridos desde entonces —más de los que pasó al frente de la Iglesia católica— la gran pregunta ha sido qué le empujó a hacerlo. Tras echarse a un lado, él mismo resumió sus ocho años de pontificado como «días de sol y ligera brisa, pero también de aguas agitadas y viento en contra, en los que Dios parecía dormido». Prometió entonces mantenerse «oculto ante el mundo», pero su silencio roto en no pocas ocasiones causó algunos problemas en la inédita convivencia entre los dos papas.

Guardián de la ortodoxia católica, eurocéntrico y álgido teólogo, el papa conservador se presentó el 19 de marzo del 2005 como «un simple y humilde trabajador de la viña del Señor». Nacido en el seno de una modesta familia bávara, Ratzinger formó parte a los 14 años de las Juventudes Hitlerianas, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la participación era obligatoria, aunque sus padres, un policía y una cocinera, siempre se opusieron al nazismo.

Tras estudiar Filosofía y Teología, fue ordenado sacerdote en 1951, antes de convertirse en catedrático de Dogma y ofrecer una contribución como experto en el Concilio Vaticano II (1962-1965) que le hizo destacar y acaparar todas las miradas. Elegido papa a punto de cumplir 78 años, sobre sus hombros no solo tuvo que soportar el peso de la Iglesia, sino el de sustituir al emblemático Juan Pablo II, que gobernó la Iglesia 27 años. Ratzinger fue su mano derecha como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ex Santo Oficio, forjando una imagen regia y conservadora, pero su faceta de hombre humilde y disponible emergió ya en la primera homilía de su pontificado: «Mi programa de gobierno es no hacer mi voluntad y seguir mis propias ideas, sino ponerme junto con toda la Iglesia a escuchar la palabra y la voluntad del Señor y dejarme conducir por Él».

España fue, junto a Alemania, uno de los países más visitados por Benedicto XVI: en sus casi ocho años de pontificado estuvo en Valencia, en Barcelona, en Santiago y en Madrid. El emérito recaló en Compostela en el 2010 con motivo del Año Santo. «Vengo como peregrino y traigo en el corazón el mismo amor a Cristo que movía al Apóstol Pablo a emprender sus viajes, ansiando llegar también a España. Deseo unirme a esa hilera de hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, han llegado a Compostela desde todos los rincones de la Península y de Europa, e incluso del mundo entero, para ponerse a los pies de Santiago y dejarse transformar por el testimonio de su fe», reivindicó entonces el pontífice.

De los abusos a Vatileaks: un papa rodeado de cuervos

Su papado estuvo sobre todo salpicado por el escándalo de los abusos sexuales a menores cometidos por sacerdotes en diferentes países a lo largo de este último siglo: se le acusó de haber sido «blando» —como en el caso de Bernard Law, a quien mantuvo en su puesto de arcipreste de Santa María La Mayor en Roma a pesar de haber sido señalado como encubridor de decenas de casos de curas pederastas cuando era arzobispo de Boston (EE.UU.)—, pero sus más estrechos colaboradores y el mismo papa Francisco han reiterado que Ratzinger «siempre ha sido una guía contra la cultura del silencio» y fue él quien castigó al fundador de la poderosa congregación Legionarios de Cristo, el mexicano Marcial Maciel. Benedicto, que pidió perdón a las víctimas de esos abusos y fue el primer papa que se reunió con ellas durante su viaje a Estados Unidos en el 2008, fue sin embargo acusado directamente al final de su vida de haber estado al corriente de cuatro casos de sacerdotes pederastas cuando era arzobispo de Múnich (1977-1982). Fue entonces cuando, en una histórica carta, expresó su «profunda vergüenza, gran dolor y sincera petición de perdón» por los errores que pudo cometer, aunque negó totalmente estas acusaciones.

Fue además un papa rodeado de «cuervos», como demostró la filtración de documentos de su mayordomo, Paolo Gabriele, al que seguramente manipularon desde el interior de la Santa Sede. Aunque siembre aseguró que renunció porque le fallaban las fuerzas, el escándalo de los Vatileaks fue seguramente un eslabón más en la cadena que arrastraba, así como la imposibilidad de cambiar el poder de la Secretaria de Estado y las malas prácticas del banco vaticano y las finanzas internas, con las que nunca pudo acabar a pesar de sus intentos.

Una de sus mayores polémicas estalló tras un discurso en el que citó al emperador bizantino Manuel II, que tildaba de «malo e inhumano» el legado de Mahoma y «la difusión de la fe con la espada». Sus palabras suscitaron fuertes tensiones, aunque el papa precisó que se trataba solo de una referencia histórica y reconoció que comprendía la indignación causada en el mundo islámico.

Un papa emérito, inédita figura

Tras la renuncia, Benedicto XVI se refugió en el monasterio Mater Ecclesiae, donde vivió casi dos décadas de retiro dentro de los jardines del Vaticano. A pesar de su anuncio de permanecer «oculto al mundo», hubo momentos de convivencia entre ambos pontífices como su histórica aparición juntos en Castelgandolfo, su presencia en algunas ceremonias oficiadas por Francisco y fotos e imágenes de las numerosas visitas que ha recibido en esos años. Con el paso del tiempo, la presencia de Benedicto XVI se hizo más presente, lo que, para muchos, se trató de una manipulación del sector más conservador para usar al papa emérito contra Francisco.

El papa Francisco: «Solo Dios conoce el valor y la fuerza de su intercesión y de sus sacrificios»

Las primeras palabras para Benedicto XVI tras su muerte las ha pronunciado el papa Francisco durante el rezo de las vísperas y el Te Deum en acción de gracias por el año que termina. «Hablando de bondad en este momento, nuestros pensamientos se dirigen espontáneamente a nuestro queridísimo papa emérito, que nos ha dejado esta mañana», arrancó el santo padre. 

«Con emoción recordamos su persona tan noble, tan gentil. Y sentimos tanta gratitud en el corazón: gratitud a Dios por haberle dado a la Iglesia y al mundo; gratitud a él, por todo el bien que ha realizado, y especialmente por su testimonio de fe y de oración, sobre todo en estos últimos años de su vida retirada. Solo Dios conoce el valor y la fuerza de su intercesión y de sus sacrificios», señaló.