«El paciente» (Disney+): Un desolador drama con un asesino en serie en terapia

Iker Cortés MADRID / COLPISA

SOCIEDAD

Disney+

Joel Fields y Joe Weisberg son los responsables de esta ficción interpretada por Steve Carell y Domhnall Gleeson

27 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

No hay mayor satisfacción para quien se dedica profesionalmente a escribir sobre series y películas que darle al play y descubrir que la nueva ficción televisiva que se le ha encomendado cubrir cuenta con capítulos de tan solo veinte minutos o que ese largometraje que va a ver en un pase privilegiado, apenas unos días antes de que la cinta se estrene en salas, se ajusta a esa hora y media que algunos conciben como la duración perfecta para contar el 90 % de las historias. En una época donde la producción es ingente, el tiempo es oro.

Por eso cuando uno se acerca a un drama psicológico desolador y complejo como El paciente, organizado en diez episodios de los que la mayoría no alcanzan los treinta minutos, no puede evitar esbozar una sonrisa. La ficción creada por Joel Fields y Joe Weisberg, responsables de The Americans para FX y que aquí se puede ver en Star, el sello adulto de Disney+, destina a cada episodio el metraje que debería tener, ni más ni menos. No debe ajustarse a unos tiempos concretos —hay episodios de 20 minutos y otros de 45 o 46— y eso, lejos de desorientar al espectador, refuerza una narración que va en crescendo y que pasa del impacto y horror iniciales al hastío y la desesperación.

Porque El paciente sigue los pasos del doctor Alan Strauss, un psicoterapeuta que un mal día se despierta desorientado en un cuarto que no reconoce, encadenado, literalmente, a los pies de una cama que no es la suya. Asustado comienza a pedir auxilio, pero nadie parece oír sus gritos. Un rápido vistazo a la habitación, dispuesta en los bajos de una casa, le deja claro que ha sido secuestrado: ahí están su pasta y el cepillo de dientes, sus pastillas y un tubo de crema para los hongos de los pies. En otro rincón, un rollo de papel higiénico y un orinal. La ansiedad le devora.

Su secuestrador es Sam Fortner, un inspector que se dedica a examinar la salubridad de los restaurantes de la ciudad, que ha estado acudiendo a la consulta del doctor Strauss escondido detrás de unas gafas de sol y bajo otro nombre. Tras varias sesiones en las que el psicólogo lo único que ha sacado en claro es que no es feliz y su padre le pegaba, Strauss le dice que si no se abre más, no van a poder hacer nada. Sam decide capturarlo y aquí es donde hay que suspender la incredulidad, para llevar una terapia extrema en el bajo de su vivienda. ¿La razón? Tiene una pulsión que le lleva a asesinar a quien cree que no hace lo correcto.

A partir de ahí se desarrolla un inteligente drama con toques de supervivencia que aborda fundamentalmente las dificultades en las relaciones paterno-filiales, la incomunicación o la decepción y que no queda constreñido a las cuatro paredes en las que se ve atrapado el doctor, hábilmente interpretado por el genial Steve Carell. Y es que su encierro le lleva a bucear con su mente por el pasado, desvelando poco a poco asuntos como su vida en familia, la reciente pérdida de su esposa, a causa de un cáncer, la «rebeldía» de un hijo que no acabó siendo como ellos querían o la importancia de la tradición judía en el seno de la familia. Y, al mismo tiempo, se psicoanaliza a sí mismo, tratando de subsanar la ruptura de su propia familia, e imagina formas de salir de una cárcel que parece cada vez más definitiva. Todo mientras intenta tratar a un paciente desesperado con su infelicidad, que dice ser consciente de no ser normal pero que tampoco se siente loco, en un duelo profundamente psicológico de inteligencia y resistencia intelectual.

Con pocas pinceladas de humor, casi todas procedentes de Sam —su «pasión» por la música country ya es todo un chiste—, el personaje al que encarna un fabuloso Domhnall Gleeson sin emoción alguna y robótico que la serie descubre poco a poco, la ficción, con una fotografía y una música sencillas pero efectivas, esconde en su desarrollo más de una inesperada sorpresa mientras se va volviendo más y más angustiosa y establece conversaciones sobre el amor, la religión judía, vital en el desarrollo del serial, el machismo, el duelo por la muerte de un ser querido, la ausencia o la empatía. Pese a sus evidentes logros, hay, sin embargo, alguna decisión narrativa que parece un sinsentido —ese momento ¡eureka! a través de una entrevista al asesino en serie Edmund Kemper— y un final que plantea también ciertas dudas, pero que no enturbia un viaje fascinante por los recovecos del alma y la mente humanas.