La Iglesia portuguesa se confiesa

Brais Suárez
brais suárez OPORTO / E. LA VOZ

SOCIEDAD

Sede central de los Salesianos en Oporto
Sede central de los Salesianos en Oporto BRAIS SUÁREZ

Piden perdón por los abusos y expulsará a los condenados

13 oct 2022 . Actualizado a las 18:05 h.

La Iglesia de Portugal, con problemas de reacción y graves faltas de transparencia, trata de purificarse de cara a las Jornadas Mundiales de la Juventud, que Lisboa acogerá en el 2023. José Ornelas, presidente de la Conferencia Episcopal Portuguesa, pidió esta semana perdón a los menores víctimas de abusos sexuales por parte de curas de la Iglesia católica. Aseguró que, de ser condenados, los sacerdotes serán expulsados de la institución.

Pero el mensaje puede haber llegado demasiado tarde. No es la primera vez que la Iglesia solo se pronuncia sobre los escándalos cuando estos trascienden al público y no cuando la cúpula de la institución tiene conocimiento de ellos. Una omisión si cabe más grave teniendo en cuenta la comisión independiente creada en el 2021 para hacer frente a este tipo de casos. De hecho, Ornela se manifestó solo después de que la Justicia confirmara, el pasado sábado, que está investigándolo por haber encubierto casos de abuso sexual a niños acogidos en el orfanato del Centro Polivalente Leão Dehon en Mozambique.

El caso podría alcanzar una escala global, ya que, en este contexto, una investigación publicada por De Groene Amsterdammer acusó la semana pasada al obispo timorense Ximenes Belo de haber cometido abusos sexuales en los años 90. Belo, que recibió el Premio Nobel de la Paz en 1996, reside en una casa de los salesianos de Oporto, adonde llegó en el 2003 tras sospechas en su contra que no se llegaron a concretar. Una vez más, la Conferencia Episcopal Portuguesa solo «lamenta» la información y argumenta su incompetencia en hechos ocurridos en la excolonia lusa y pasados por alto por el entonces Papa, Juan Pablo II.

Precisamente, las más altas figuras del clero portugués, que se presentaban con un perfil reformador, son las que más están sufriendo por esta falta de reacción. Junto a Ornela, otro protagonista es el cardenal patriarca de Lisboa, Manuel Clemente, que recientemente tuvo conocimiento del abuso a un menor en los años 90 y optó por no comunicar la información a la policía. Clemente, que llegó a entrevistarse con la presunta víctima, mantuvo al sacerdote acusado a cargo de una organización privada de acogida a familias y niños. Así, y pese a los nuevos protocolos, el patriarca actuó de la misma manera que su predecesor en el cargo, José Policarpo, que también había recibido a la familia afectada décadas atrás. En esta ocasión, la excusa oficial es que la presunta víctima quería evitar que la información se hiciera pública y solo asegurarse de que el acusado no reincidiría.

Paralelamente, el pasado domingo fue el arzobispo de Braga, José Cordeiro, quien se disculpaba ante las víctimas de abusos sexuales, reconociendo que la Iglesia falló y se demoró en el tratamiento de denuncias contra un párroco de su diócesis en el 2019.

En definitiva, estas justificaciones y reacciones tardías ponen de manifiesto un patrón de ignorar y no comunicar a las autoridades civiles causas abiertas internamente, una conducta más reprochable a quienes se habían comprometido a actuar con rapidez y aportar transparencia. Y, una vez más, en un contexto en que la comisión independiente vuelve a quedar en entredicho por su pasividad.

Es posible que estas intenciones sean un buen inicio, pero también que las soluciones se demoren ante un problema tan arraigado en todos los niveles de la jerarquía eclesiástica: todavía está muy presente que tres de los nueve cardenales nombrados por el Papa Francisco para su llamado G9 también fueron acusados.

Portugal queda pendiente de cómo evolucionarán los hechos hasta el 2023, cuando las Jornadas Mundiales de la Juventud podrían reunir hasta un millón de personas en Lisboa. El evento es también la fecha que el cardenal patriarca, Manuel Clemente, puso como límite a su mandato. Pero recientes viajes al Vaticano indican que su desgaste puede exigir un relevo antes de lo esperado. Hasta entonces, la iglesia deberá aprender a hacer frente a lo que algunas voces internas consideran la «parafernalia moderna de la comunicación».