El fin de una tribu amazónica: muere el último indígena Tanaru, que vivía en soledad en la selva tras la masacre de su comunidad

m. lorenci MADRIDA / COLPISA

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Un ataque ordenado por terratenientes brasileños exterminó a la comunidad en 1995, matanza de la que se salvó este único superviviente, que decidió vivir sin tener contacto con más humanos

30 ago 2022 . Actualizado a las 19:03 h.

Durante casi 30 años vivió aislado en la selva, sin contacto con otros humanos. Se ignora su nombre y su edad. Se le conocía como el indio del agujero o el indígena Tanaru, y cavaba los refugios en los que se aislaba en remotos parajes del frondoso bosque húmedo del violento estado brasileño de Rondonia, en la frontera con Bolivia. Fue hallado muerto hace una semana por miembros de la Fundación Nacional del Indio (Funai). Se presume que rondaba los sesenta años y que falleció por causas naturales. Era el último superviviente de su comunidad, una etnia poco conocida y masacrada por madereros y granjeros. Se ganó su apodo por su determinación de esconderse en profundos hoyos rodeados de afiladas estacas que él mismo cavaba. Era su manera de sentirse seguro y ponerse a resguardo de la curiosidad ajena.

Su territorio fue atacado por colonos pagados por terratenientes. Una matanza perpetrada en 1995 exterminó a toda su tribu para convertir sus selváticas tierras en pastos. Él se resistió luego a todo intento de contacto con personas ajenas a su mundo. Eligió una soledad absoluta. Colocó trampas y atacó con flechas a quienes trataban de aproximarse a su refugio. Grabado fugazmente en el 2018 por un equipo de antropólogos en un encuentro fortuito, se sabe que se alimentaba de jabalíes, monos, tortugas o pájaros que cazaba con flechas o trampas y que le gustaba la miel.

Altair José Algayer, coordinador del Frente de Protección Etnoambiental Guaporé, halló el cadáver casi descompuesto del «hombre del hoyo» el pasado 23 de agosto cuando patrullaba la zona, según informó el medio Amazonia Real.

Marcelo dos Santos, del equipo que lo protegía, precisó que fue hallado «en una hamaca, cubierto de plumas de guacamayo». Cree que «estaba esperando la muerte». «No había rastros de otras personas, ni marcas en el bosque ni en el camino o signos de violencia o lucha. Sus pertenencias, utensilios y objetos de uso habitual estaban a su lado. Había dos fogatas cerca de su hamaca», explicó Funai, la fundación que le monitorizaba y protegía desde hace 26 años. Entonces fue localizado en la llamada Tierra Indígena Tanaru, un paraje de 8.000 hectáreas de acceso restringido desde 1998. Es una suerte de gran isla boscosa en un mar de gigantescas haciendas agrícolas y ganaderas. Conocida como «bang bang», es una de las regiones más violentas y deforestadas de Brasil. «Con su muerte se completa un genocidio: la aniquilación deliberada de todo un pueblo por parte de ganaderos hambrientos de tierra y riqueza», denunció Fiona Watson, directora de investigación de Survival, ONG que visitó Tanaru en el 2004 y lanzó una campaña para proteger el territorio. Funai tiene registradas unas 115 tribus aisladas en Brasil, país con más de 212 millones de habitantes que censó a 800.000 indígenas en el 2010.