José Luis Losa
Tom Cruise es un tipo con un perfil profesional digno de respeto. Representa lo que queda del star-system y lo encarna con denuedo en películas aparatosas, algunas incluso buenas, como la franquicia Misión imposible. No es Laurence Olivier. Ni siquiera Sean Connery. Si no se mantuviese apolíneo, se aproximaría a aquel Roger Moore que encarnaba a un James Bond tan fondón y pasado de años que su misma imagen se reía de su sombra. Y eso le favorecía. Cruise no se permite el sarcasmo.
Tampoco lo necesita en algo tan acartonado como esta operación nostalgia titulada Top Gun: Maverick, tan intencionadamente ochentera desde sus créditos iniciales que parece que el filme viajase al pasado en un DeLorean y no en esos aviones de caza emborrachados de ruido y de uranio. Una fidelidad retro que se mantiene en la moderación de efectos visuales de última generación. Todo semeja estar como cuando entonces, incluida la Cinderella en versión masculina de todas las historias, esto es, Tom Cruise.