Rodeiro: Una ruta para aprender a vivir sin prisa

SOCIEDAD

miguel souto

Allá donde se cruzan los caminos, hay 159 kilómetros cuadrados en el medio del mapa gallego tocados por el Camiño de Inverno a Santiago. Calcen las botas para hacer su sendero circular «Idades da historia»

23 abr 2022 . Actualizado a las 14:04 h.

A veces toca quitarle la razón al maestro. Porque no, Joaquín Sabina, no siempre «allá donde se cruzan los caminos y el mar no se puede concebir» está Madrid. Con el mapa gallego en la mano, las vías convergen en el municipio pontevedrés de Rodeiro; una esquina de tierra casi encajada entre las provincias de Lugo, Ourense y Pontevedra a más de 600 metros de altura sobre el mar, lo que hace que no se libre de alguna que otra nevada cada invierno. Es ahí, en un concello donde la potencia de su sector agroganadero está atrayendo a inmigrantes que llegan con sus familias e inundan de voces infantiles los sitios que se habían ido quedando vacíos, donde arranca una ruta de senderismo llamada Idades da historia. Ciertamente, supone una revisión al pasado en cada pisada del caminante. Pero, ojo. El sendero, de carácter circular y de 17 kilómetros, no solo permite mirar atrás. También ofrece conectar con un presente donde la vida va más despacio y entender que, casi siempre, ir sin prisas es lo que permite llegar antes a lugares bastante mejores.

El sendero arranca en el núcleo urbano de Rodeiro —a una hora en coche de Santiago y todavía más cerca de Ourense y Lugo— de donde, dicho sea de paso, casi sería un pecado marcharse sin probar la gastronomía local, con el cocido o la carne como buques insignia. En los primeros kilómetros, en los que se combina un poco de asfalto con bastante trayecto por caminos de tierra, el senderista llega hasta los molinos de Buxán; unas viejas construcciones en ruinas a merced de un río que en invierno se desboca y obliga a saltar de piedra en piedra para lograr sortearlo y avanzar.

Los pies pisan hacia la parroquia de Río, al lugar de A Veiga, y se encaminan luego hacia Fafián. En el recorrido se ve cómo la piedra de las casas se ha ido descubriendo tras aquellos años nefastos de la Galicia del recebo, donde llenar todo de ladrillo y cemento parecía lo moderno. Emerge la Galicia bonita, la de los hórreos, pero también el rural que ha entrado de lleno en el siglo XXI; el de las explotaciones ganaderas con tecnología punta y la maquinaria gigantesca. No falta un buenos días; un consejo amigo allí donde las señales municipales escasean o confunden —que ocurre en algunos puntos—. Y no hay quien exhiba esa prisa que tanto marca el ritmo en la rutina urbana.

En Fafián, la historia pide paso. Y, aún entre ruinas, sobresale una vieja tulla medieval que tanto fue una casa de recaudación de impuestos como almacén de grano. La maleza obliga a adivinar la antigua villa romana o las mámoas que anuncia la cartelería aquí y allá. Pero al caminante nadie le quita las postales de carballeiras centenarias ni las corredoiras donde los árboles cosen un techo que ni siquiera el orballo se atreve a atravesar.

El camino se pone noble para entroncar con la Casa Fortaleza de Camba, un pazo con historias que contar, como el incendio sufrido en 1586 en una torre construida sobre roca viva. Hay que sudar después la camiseta para subir hacia lugares como Lamazares y tutear con los ojos a los montes Farelo y Faro —acuérdense, aquel en el que José María Aznar llegó a aterrizar en helicóptero—. Y, ya en la parte final, regreso tranquilo al núcleo urbano. Han pasado cinco horas. Pero parecerán una eternidad. Es la desconexión, forastero.