El equipo dirigido por Claret y Haddad-Tóvolli ha demostrado también que los antojos persistentes tienen consecuencias para la descendencia. En concreto, afectan a su metabolismo y al desarrollo de los circuitos neuronales que regulan la ingesta de alimentos, lo que conlleva aumento del peso corporal, ansiedad y trastornos alimentarios. «Estos resultados son sorprendentes, porque la mayoría de estudios se centran en analizar cómo los hábitos permanentes de la madre (como la obesidad, la desnutrición o el estrés crónico) afectan a la salud del bebé. Sin embargo, nuestro trabajo indica que para aumentar la vulnerabilidad psicológica y metabólica de la descendencia basta con conductas cortas pero recurrentes, como los antojos», concluye Claret.