La pandemia deja cicatrices sociales

SOCIEDAD

Las relaciones interpersonales, familiares y laborales, el desarrollo económico e incluso la salud mental muestran el impacto causado por dos años de covid

13 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

El último barómetro realizado por el instituto Sondaxe para La Voz de Galicia muestra cómo esta sexta ola del coronavirus, en la que se han contagiado más de 500.000 gallegos y se ha llevado por delante más de 3.130, trajo como consecuencia la reactivación de unos miedos e inquietudes que se habían ido retrayendo a lo largo de los últimos meses. Además, aunque incluye muchos matices por grupos de edades, de ocupación o de afinidad política, también refleja de manera clara esa afectación transversal que han tenido y tienen en el conjunto de la sociedad, que todavía presenta algunas heridas abiertas y, sobre todo, muchas cicatrices derivadas de dos largos años de lucha contra la pandemia.

La preocupación general por el coronavirus, medida en una escala del cero al diez, se ha situado este pasado mes de febrero en el 7,07, sobre todo influida por las consecuencias arrastradas de una prolongada oleada que viene de antes de Navidades. Supone un incremento de medio punto respecto al otoño pasado, cuando los contagios estaban en línea descendente. Es más, es prácticamente igual que a mediados de verano, pero sensiblemente por debajo de los 8,52 puntos que llegó a marcar en enero del 2021, en plena tercera ola, que ha sido la más devastadora para Galicia, tanto en contagios detectados como en presión sobre el sistema sanitario.

El principal cambio en su estilo de vida que notan los gallegos, y así lo reflejan uno de cada cuatro encuestados, es que pasan más tiempo en casa, pero también se refieren a la afectación a nivel laboral, el aislamiento social o el trastorno que supone ver menos a las familias. Una preocupación mayor entre las mujeres que entre los varones y que crece exponencialmente con la edad. Si apenas un 3 % de los jóvenes de entre 18 y 29 años incluyen este aspecto entre sus preocupaciones principales, entre los mayores de 65 años se eleva casi hasta 12 %.

Luego, en menor medida, aparecen cuestiones como las restricciones, la falta de libertad o el miedo al contagio. Aunque merece un capítulo aparte el deterioro en la salud mental. Esta inquietud es tres veces mayor entre las mujeres que entre los hombres y, aunque se mantiene bastante constante por edades, se manifiesta de manera más acusada entre los grupos más jóvenes, lo que podría indicar esa mayor adaptación o resiliencia a medida que se incrementa la edad.

También hay un aspecto, el de las restricciones o la falta de libertad, que ofrece un análisis más que interesante. Por ejemplo, lo obligatoriedad del uso de la mascarilla, que tanto debate mediático ha generado, la citan menos del 2 % de los entrevistados y esa afectación a los derechos y libertades muestra a las claras cómo se ha asentado en la concepción de los gallegos un relato de ámbito puramente estatal que poco tiene que ver con el ámbito de la comunidad. Curiosamente, los simpatizantes del BNG, el principal partido de la oposición, que no tiene responsabilidades de Gobierno ni aquí ni en Madrid, son los que menos se refieren a este problema. Y tanto los del PP —partido encargado de fijar las medidas en esta sexta ola, donde las competencias fueron casi exclusivamente autonómicas— como los del PSOE, el partido al frente de la Moncloa, son los que se mantienen en la zona media de la tabla. Mientras, entre los más cercanos a la ultraderecha de Vox, sin presencia en O Hórreo y, por tanto, lejos del debate político autonómico, es donde se dispara esta preocupación.

El campo resiste mejor que las ciudades 

La pandemia del coronavirus, y sobre todo aquellas semanas de confinamiento de las que ahora se cumplen dos años, han hecho cambiar —aunque solo fuese temporalmente— el foco de las prioridades de mucha gente. Una pequeña terraza en la que tomar el aire o incluso un balcón se convirtieron en artículos de lujo y, lógicamente, una casa en un entorno rural, al margen de aglomeraciones y prácticamente también de restricciones, era un sueño para muchos. Los precios de estos inmuebles se incrementaron e incluso se detectó algún movimiento poblacional desde las ciudades a sus zonas de influencia.

Ahora todo eso se refleja en cierto modo en esta encuesta de Sondaxe, que dedica un amplio capítulo a analizar las percepciones de los entrevistados respecto a cómo les ha afectado la pandemia y qué cambios ha introducido en su forma de vida, atendiendo al tamaño de la población en la que viven. Así, por ejemplo, esa sensación de tener menos oportunidades de ver a la familia se duplica en las localidades de más de 20.000 habitantes, si se comparan con las de menos de 5.000. Y lo mismo ocurre, incluso de una manera bastante más acusada, en las variaciones a nivel económico.

Solo el 0,5 % de las personas que reside en los ámbitos más rurales han notado un cambio significativo, mientras que los vecinos de las ciudades más grades —que también son los que más se refieren a la falta de libertades asociada a las restricciones— multiplican por ocho esa cifra. Esto podría estar relacionado con la forma en la que se estructuran las distintas economías, porque, mientras el mundo rural está más ligado a los sectores primarios, que fueron fundamentales en la pandemia y se resintieron menos, en los ámbitos urbanos pesa más el sector servicios que fue el principal castigado durante estos dos años, incluso con cierres totales en el caso de la hostelería.

En cuanto a la afectación psicológica propia o la interferencia de la pandemia en las relaciones personales, lo que más destaca en este barómetro es hasta qué punto ha provocado percepciones extremas entre los encuestados, ya que los mayores porcentajes de respuestas se encuentran entre los que refieren una afectación máxima, pero también son elevados los que dicen que han pasado por esta época más dura del covid como si no hubiese existido. Así, aunque de media los gallegos califican con más de un seis de diez en qué medida les ha influido mentalmente el coronavirus, hay un número mucho más numeroso de respuestas desde el cinco hasta el diez que entre el cero y el cinco. Con lo cual, al margen de la distorsión que producen en la media esas personas que dicen que no les ha afectado nada, parece bastante claro que ha sido un problema sanitario, social y económico que ha impactado de manera más o menos generalizada en toda la población. Y aquí sí que pocas diferencias se pueden establecer en cuanto a los ámbitos de residencia.

Únicamente quienes viven en las ciudades refieren una influencia tanto psicológica como en las relaciones personales superior a la media. Tampoco por sexos se observan variaciones significativas. Únicamente, que las mujeres manifiestan una preocupación ligeramente superior por el aspecto psicológico propio que por la merma en las relaciones interpersonales, mientras que, en el caso de los varones, esa prioridad se invierte, incluso de forma algo más acusada.

En definitiva, el barómetro certifica con datos sensaciones que mucha gente ha tenido ocasión de pulsar en la calle o en sus entornos más o menos cercanos. El coronavirus ha hecho mella en ámbitos muy diversos de la vida, con un incremento significativo de los temores para todos, pero especialmente para aquellas personas que vieron más de cerca cómo la enfermedad se los puede llevar por delante a ellos o a sus seres queridos. Por otra parte, aunque las restricciones siempre han sido un incordio, no se percibe que para nada generasen un rechazo social amplio, al contrario de lo que ocurre en otros países. La gente las interpretó como más o menos necesarias o adecuadas para hacer frente a la pandemia.

Los trabajadores destacan el tiempo pasado en casa 

Al entrar al detalle, por ocupaciones y por grupos de edad, en los cambios en la vida personal causados por la pandemia que manifiesta cada uno, se observa cómo han sido los trabajadores por cuenta ajena, es decir los asalariados, los que se refieren de una forma especial al mayor número de horas pasadas en casa y al recorte del tiempo dedicado a la vida social. Un fenómeno que tiene una doble dimensión, porque implica un incremento de las posibilidades de dedicarse a la pareja, a la familia y a uno mismo, pero también trae aparejada una reducción del poder adquisitivo en los casos en los que esa reclusión hogareña fue forzada.

Sin embargo, en lo puramente laboral la relación se invierte porque solo el 8 % de los empleados detecta que haya notado cambios importantes, mientras que el porcentaje sube hasta el 15 % en el caso de los autónomos y supera el 23 entre los parados. Unas diferencias que podrían indicar hasta qué punto los ERTE protegieron a quienes tenían contratos, mientras los trabajadores por cuenta propia y los que todavía están buscando un empleo se vieron más afectados por una situación que, o bien ha reducido sus ingresos o les ha impedido acceder al puesto esperado.

En cambio, si se pone el foco en otros aspectos, como el de la falta de libertad asociada a las restricciones, ahí los que dominan son los estudiantes. Algo que también es lógico, porque las principales medidas adoptadas por la Xunta han tenido que ver casi siempre con el cierre o la restricción de horarios en la hostelería y el ocio nocturno, del que estos jóvenes son los principales usuarios.

Miedo a contagiarse y a quedarse solo 

Salvo en los grupos más jóvenes, entre 18 y 44 años, donde preocupa más el contagio propio o de alguien cercano, el temor más común entre los gallegos es el de fallecer a causa del covid o que la enfermedad se lleve a alguna persona próxima. Este miedo se incrementa a medida que avanza la edad, algo que va en consonancia lógica con lo que se ha aprendido durante este tiempo sobre la evolución del virus y es cerca de un punto superior entre las mujeres que entre los hombres.

Sin embargo, y aunque las respuestas son muy parecidas entre los grupos, llama la atención que las personas de mayor edad, a partir de los 65 años, manifiesten prácticamente la misma inquietud por el hecho de poder contagiarse que por la posibilidad de quedarse solo. Lo que da una idea de hasta qué punto, sobre todo en los ámbitos rurales, el miedo a la soledad se ha convertido en un elemento central.