Una vida entre el fuego y el mar

SOCIEDAD

MONICA IRAGO

El taller de José Manuel Piñeiro está en San Tomé, el barrio marinero de Cambados. Allí fabrica, al calor de su fragua, artes de pesca como se ha hecho toda la vida. «Teño xente que ven ata de Ferrol», dice.

13 ene 2022 . Actualizado a las 22:17 h.

Cuando tenía catorce años, José Manuel Piñeiro acabó el colegio y tomó una decisión: plantar los estudios y comenzar a trabajar con su padre, que igual que su abuelo y sus tíos, era herrero. Su madre, aún hoy en día, recuerda con un deje extraño en la voz que el chaval sacaba buenas notas y que podría haber ido al instituto. Pero él no quiso hacerlo y tomó otro camino. Años después, no se arrepiente: «Aínda que me tocase a lotería, eu o taller non o deixaba», nos cuenta. Hablamos en ese lugar del que no quiere despegarse. Es una enorme sala con las paredes ahumadas por los años de oficio, con viejas máquinas cargadas de historia y con una fragua en la que arde el fuego. Este espacio es más que un centro de trabajo para Jose Manuel: es el lugar en el que ha elegido estar, haciendo lo que le gusta hacer: doblegar el hierro y el acero, moldeándolos a la medida del mar gallego. Y es que el taller de José Manuel Piñeiro, situado en el barrio marinero de San Tomé (Cambados) es uno de los pocos establecimientos que van quedando en la costa gallega especializados en la fabricación y reparación de aparejos de pesca y marisqueo.

José Manuel anda estos días liado con los rastros de vieira. Los barcos que se dedican a la extracción de tan delicioso marisco inician la próxima semana una nueva campaña, y necesitan poner a punto los aparejos. En la mayoría de los casos, precisan renovar los dientes: los ganchos que aran los fondos de la ría de Arousa para levantar las piezas de vieira. «Os dentes desgástanse e hai que poñerllos novos», explica el herrero. Y nos ofrece una demostración práctica de cómo fabricar una dentadura fenomenal: recoge un hierro incandescente de la fragua y lo somete con una máquina que da poderosos golpes. Él va girando la barra cada poco, como si a través de los cascos que usa para protegerse del ruido le llegasen unas indicaciones que nadie más escucha. Luego, en el yunque, le da los últimos retoques, siguiendo de nuevo esa música secreta que solo él oye. Él le llama experiencia, costumbre. «Levo toda a vida traballando», dice. Y en todo este tiempo se ha habituado a los caprichos del material con el que se mide, a las exigencias del fuego redentor, a los ritmos de las herramientas. Su cuerpo lo ha memorizado todo y cada acción sale sola, con una naturalidad pasmosa.

«Eu fago todo como o facía meu pai, e meu avó», asegura José Manuel, paseando entre rastrillos para las mariscadoras, raños para el sector de a flote, estructuras de rastros... «Os aparellos pouco cambiaron. Algúns teñen algunhas melloras, pero son pouca cousa, detalliños pequenos, aínda que para quen traballa con eles poden ser moi prácticos», explica. Asegura que los herreros siempre tienen un «aquel» particular. Y el suyo, la marca de la casa, tiene éxito entre quienes se dedican al trabajo en el mar. Entre el buen nombre que se ha labrado y el hecho de que cada vez son menos quienes se dedican al oficio, el trabajo no le falta, y le llegan encargos desde rías como las de Ferrol o la de Noia. «Eu teño un fillo, pero non parece que lle guste isto», cuenta Piñeiro, resignado, desde la puerta de su taller. Desde allí se ve el mar de Arousa.

La vena artística

Los aparejos de marisqueo consumen la mayoría de las horas que José Manuel pasa en el taller. Cuando los encargos le dan un respiro en lugar de apagar la fragua da rienda suelta a su creatividad y elabora farolas, pasamanos y todo lo que pueda imaginar.