El origen gallego de la suerte de doña Manolita

SOCIEDAD

Manuela de Pablos, doña Manolita, despachando lotería en su popular administración en los años 30
Manuela de Pablos, doña Manolita, despachando lotería en su popular administración en los años 30

«... y la madrileña administración Doña Manolita ha repartido un premio de...». Detrás de este latiguillo de telediario nos encontramos con la historia de Manuela de Pablos, doña Manolita, una mujer a quien hoy le podríamos el apellido de «empoderada». Pero de eso no se hablaba hace 70 años, cuando un periodista de La Voz la entrevistó para descubrir que la varita de la fortuna que le había tocado a ella era la del ministro gallego Gabino Bugallal.

22 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

«Una soltera efusiva y sonriente de popularidad ilimitada». En realidad, Manuela de Pablos estaba divorciada de un banderillero desde los tiempos de la II República. No había tenido hijos. Pero en 1949 del divorcio tampoco se hablaba. Así que aquel era el bienintencionado comienzo de la entrevista que Luis Caparrós le hizo en una céntrica calle coruñesa a doña Manolita. «Estoy aquí como todos los años, en que vengo a pasar unos día a La Toja. Me acompaña una sobrina», explicaba ella. Y tras comprobar que lo de efusiva y sonriente era cierto, el ágil periodista se lanzó a la charla.

—Buena aproximación la de la sobrinita. ¿Y usted desde cuando vende lotería?

—Hace cuarenta años. Primero en la calle de San Bernardo, pero desde el año 1932 estoy en la Gran Vía.

—¿Cómo se dedicó a esto?

—En 1908 me concedió la administración el ministro Bugallal. (Se refiere a Gabino Bugallal, natural de Ponteareas, que llegaría a ser jefe interino del Gobierno tras el asesinato de Eduardo Dato: doña Manolita haría su propia fortuna con su administración, así que la varita que le otorgó la suerte a la antigua sombrerera de la reina había sido gallega. Se ve que la joven Manuela había hecho buenos contactos).

Colas en la administración de Doña Manolita en la posguerra
Colas en la administración de Doña Manolita en la posguerra LVG

—¿Siempre he tenido la misma buena estrella?

—Pues verá usted, no. Al principio no vendía un décimo y como consecuencia de ello no daba ningún premio. Pero llegó el año 1926 y la suerte cambió tan radicalmente que aquel año di el gordo en casi todos los sorteos.

(En 1930, en una entrevista a un diario madrileño doña Manolita no negó la leyenda de que había vendido su alma a el diablo, nada menos, aunque en otras ocasiones deslizaba que había viajado varias veces a Zaragoza para pedir la ayuda de la virgen del Pilar).

—¿Vende mucho para fuera de Madrid?

—Solo le diré que tengo escribientes dedicados únicamente a contestar las cartas que me llegan de todas partes solicitando lotería. Las últimas Navidades he repartido ciento cuarenta y dos millones de pesetas.

—Lo que quiere decir que a usted le toca el gordo en cada sorteo.

—No crea. Yo estoy abonada al número 15.958 desde hace mucho tiempo y solo me ha tocado la pedrea alguna vez.

—¿No tiene suerte nunca?

—Depende. Ahora, por ejemplo, compré dos décimos en Vilagarcía, y han salido premiados en los pequeños.

—Usted debería asegurar sus manos, doña Manolita.

—Ahí está lo curioso. Yo tengo cuatro personas despachando pero los gordos son siempre los que yo vendo.

—¡Ya podía usted mandarnos algo!

—¿Le parece poco lo que mandé estas Navidades a Galicia? En Lugo repartí diecisiete millones y a un criador de ostras de Redondela le hice ganar unos miles de duros. Por cierto que prometió mandarme unas ostras y aún no ha dicho esta boca es mía.

—Claro, la influencia de las ostras. ¿Son agradecidos los afortunados?

­—¡Ni mucho menos! Jamás dan la cara, y encargan al banco que les cobre. Hay casos como el de un chino que trabajaba en un circo que vino a cobrar el reintegro en un número en que la habían correspondido setecientas cincuenta mil pesetas. Cuando se lo dije se marchó muy contento, y también hasta hoy.

—La cosa, más que de chino es de cochino. Qué sensación le produce saber que ha dado el gordo en los sorteos de Navidad?

—No tengo tiempo de sentir nada más que un intenso alboroto. Llegan sus compañeros periodistas, los operadores del No-Do y mil curiosos. Allí no queda un mármol sano, y me revuelven archivos para averiguar nombres. Un gran jaleo.

—¿Cuantos años tiene?

—Oh, tengo muchos: 65. Por cierto, que muchas personas llegan a Madrid preguntando por doña Manolita, y cuando me ven tan vieja se llevan una sorpresa..

—Pero si está hecha un guayabo.

—Adulón. Usted lo que quiere es un premio.

—Y de los gordos, señora...

Doña Manolita moriría dos años más tarde. No sabemos si tuvo que rendir cuentas con el diablo. Las leyendas siguen ahí.