Sostiene la española que en Sudáfrica la mayoría de la población no es consciente como los europeos de la magnitud de la pandemia y que, si lo es, la relativiza. ¿No hay campañas de concienciación, no hay medidas contra el virus? «Hay mucha pancarta en las calles y cuando entras en los sitios hay mucho más control que en Barcelona -corrobora-. Al entrar en un local, por ejemplo, te desinfecta una persona las manos y cuando vas al supermercado desinfectan los carros; desde la medianoche a las cuatro de la madrugada hay toque de queda, el número de personas que se puede reunir y participar en actos sociales está limitado y no te dejan entrar a ningún sitio sin mascarillas que, además, en teoría, son obligatorias también en el exterior». Pero la calle, apunta Noemi, es otra historia, otra realidad: «La gente no tiene dinero para mascarillas. Incluso la policía las lleva bajadas. Hay muchísima gente pobre, sintechos, y esta es una zona “de lujo”, no me quiero imaginar lo que tiene que ser en Johannesburgo, por ejemplo».
Cuenta que la experiencia «más surrealista» que ha tenido ha sido en su aeropuerto. «Da miedo. Hay controles, sí, te toman la temperatura, pero luego la gente va sin mascarillas, está todo el mundo apelotonado, no hay conciencia de tener un virus que está matando a la gente. Y eso que aquí las han pasado canutas, porque en la segunda ola [están entrando en la cuarta ahora] y en la tercera la gente se moría dentro de los coches de camino al hospital». Desde las zonas rurales el acceso a los hospitales públicos es complicado. «En los arcenes se encontraban coches parados con sus conductores muertos -dice-. Me impresionó muchísimo».