Noemi de Dios, española en Sudáfrica: «Morir de covid es aquí la última de las preocupaciones, por eso no se vacunan»

SOCIEDAD

La catalana, que lleva dos meses instalada en la provincia del Cabo Occidental asegura que más que la escasez de dosis, el problema es que la gran mayoría de la población no quiere vacunarse, unos porque culturalmente creen que si lo hacen irán al infierno y otros porque son tan pobres que su prioridad es no morirse de hambre

01 dic 2021 . Actualizado a las 17:39 h.

Desde el prisma de la miseria el covid tiene una dimensión muy distinta que la que se le da desde el confortable primer mundo, por lo que para un elevado porcentaje de la población sudafricana vacunarse contra el coronavirus -solo una más de las tantas amenazas a las que se enfrentan a diario- es la última de sus prioridades. Para otros tantos, la pandemia sigue siendo un cuento chino; por tradición cultural se fían más de un chamán que dice que la inyección les conducirá al infierno que de un señor con bata blanca que les garantiza que con un par de pinchazos sus posibilidades de conocer a sus nietos aumentarán exponencialmente.

«El 90 % de la población es pobre, sin teléfonos ni acceso a Internet, y el sistema es el que es, hay que solicitar la vacuna a través de una web, te llega un SMS al móvil… ¿y a esta gente cómo le va a llegar esto? Para hacer un test hay que desplazarse kilómetros hasta el hospital más cercano y no hay transporte público, la gente no tiene coche, no les compensa pegarse la paliza a pie, ni siquiera lo contemplan», explica la catalana Noemi de Dios (Barcelona, 1979) desde la Garden Route, uno de los destinos turísticos más populares de Sudáfrica, a casi cinco horas de Ciudad del Cabo. Aterrizó aquí hace dos meses para casarse con su chica, Sam Housden, a la que conoció durante el confinamiento en un intercambio online de inglés y español.

Segura -aún sin diagnóstico- de haber pasado la infección durante la primera ola en Barcelona, llegó con una dosis de Janssen en su organismo, pero este lunes repitió pinchazo. La expansión de la ómicron acabó de convencerla de ponerse un refuerzo que, además, le conviene si en algún momento quiere volver. «Seguramente España tardará poco en decidir que los de Janssen no podemos aterrizar ahí sin dos dosis, aunque tengamos la nacionalidad y, además, al estar medio mundo restringiendo los vuelos del sur de África, en un par de semanas va a aumentar el flujo interno en el país -observa-, y la gente empezará a venir al sur, a la costa. Aquí las vacaciones empiezan el 18 de diciembre. Vamos a caer como moscas».

Con la intención de anticiparse a la situación, Noemi tiró de picaresca e hizo «un poco de trampa». «Como hay muy poca gente vacunada y aún no están poniendo segundas dosis, dije que no me habían puesto la primera. Y aquí no hay control, no comprueban nada». No encontró ningún obstáculo: ni recelos, ni colas, pero tampoco escasez de fármacos. Y mucho menos le quitó su dosis a alguien que la quisiese y la necesitase más, porque en Sudáfrica, dice, el verdadero problema no es la carencia de vacunas: «Las hay, pero la gente no quiere ponérselas. Se van a la basura, las descongelan y las tienen que tirar», asevera.

Solo el 24 % de la población sudafricana cuenta con la doble pauta y apenas el 28 % se ha puesto al menos una dosis. Noemi resume las varias razones del rechazo en dos: la influencia de las religiones y la pobreza, pero no traducida en dosis que no llegan, sino en descontrol, en desinterés, en abandono. «Les preocupa más qué llevar a casa para comer que el riesgo de contagiarse. Es que se mueren de hambre. Para ellos el covid pasa a un tercer plano. Su estilo de vida hoy no es muy diferente al de una situación sin covid».

Sostiene la española que en Sudáfrica la mayoría de la población no es consciente como los europeos de la magnitud de la pandemia y que, si lo es, la relativiza. ¿No hay campañas de concienciación, no hay medidas contra el virus? «Hay mucha pancarta en las calles y cuando entras en los sitios hay mucho más control que en Barcelona -corrobora-. Al entrar en un local, por ejemplo, te desinfecta una persona las manos y cuando vas al supermercado desinfectan los carros; desde la medianoche a las cuatro de la madrugada hay toque de queda, el número de personas que se puede reunir y participar en actos sociales está limitado y no te dejan entrar a ningún sitio sin mascarillas que, además, en teoría, son obligatorias también en el exterior». Pero la calle, apunta Noemi, es otra historia, otra realidad: «La gente no tiene dinero para mascarillas. Incluso la policía las lleva bajadas. Hay muchísima gente pobre, sintechos, y esta es una zona “de lujo”, no me quiero imaginar lo que tiene que ser en Johannesburgo, por ejemplo».

Cuenta que la experiencia «más surrealista» que ha tenido ha sido en su aeropuerto. «Da miedo. Hay controles, sí, te toman la temperatura, pero luego la gente va sin mascarillas, está todo el mundo apelotonado, no hay conciencia de tener un virus que está matando a la gente. Y eso que aquí las han pasado canutas, porque en la segunda ola [están entrando en la cuarta ahora] y en la tercera la gente se moría dentro de los coches de camino al hospital». Desde las zonas rurales el acceso a los hospitales públicos es complicado. «En los arcenes se encontraban coches parados con sus conductores muertos -dice-. Me impresionó muchísimo».